Rajoy planta cara a la dura reprobación de Podemos
Iglesias ofrece un perfil comedido después del relato demoledor de Montero sobre corrupción El presidente baja a la arena y mantiene un duelo de fondo
La política española cambió ayer de fase. El debate de la moción de censura presentada por Pablo Iglesias contra Mariano Rajoy, vaticinada como irrelevante y circense por el oficialismo, fue justo lo contrario: trascendente y grave. Con tensión dramática en el duelo de primeros espadas. Y supuso una aceleración política que delimitó un tablero de juego con nuevos contornos y reglas, a la vez que permitió a Iglesias y Rajoy reeditar y profundizar en su antagonismo y en una polarización, tanto en lo formal como en lo sustantivo, en la que mutuamente se reconocen. Contuvo una invitación expresa de Iglesias al PSOE que marca las coordenadas futuras de la relación tumultuosa entre ambas formaciones y pivotó en torno a Catalunya, sinécdoque del estado de la cuestión democrática en España.
La decisión de Rajoy de tomar el mando en solitario de la defensa de la gestión de su joven Gobierno ante el órdago lanzado por Iglesias convirtió en un duelo de altura el debate de la moción y permitió una sesión de confrontación política dura entre dos articulaciones de la España de este convulso siglo digital. Una, ignaciana, reacia a la mudanza en tiempos de tribulación, y otra, ansiosa de implementar audacias y repensar todos los consensos para afrontar los principales desafíos del presente.
El paisaje vertiginoso de la actualidad política española, a golpe de imputación o informe de la UCO, y la evolución malencarada del humor social, ratificada por la evolución del CIS y de otros sondeos en las semanas en que lleva gestándose este pleno, fueron leídos por el presidente del Gobierno como un exhorto para salir a defender los valores de estabilidad y orden de los que el PP ha hecho su patrimonio político y tratar de mitigar el poder expansivo del pegajoso chapapote de la corrupción.
Había abierto el turno de palabra la portavoz parlamentaria de Podemos, Irene Montero, que habló durante dos horas con verbo raudo e intenso de los casos de corrupción y cooptación institucional que justificaban la moción de censura y la ofensiva reprobatoria de Unidos Podemos. Puso muy serios y hasta nerviosos a algunos ministros y obligó al presidente a mantener el rictus severo y atento, resolviendo, de paso, eventuales dudas sobre su destreza parlamentaria.
De inmediato, salió Mariano Rajoy a responder y resolvió la incógnita sobre el rumbo de la sesión: un debate de política general, un denso escrutinio sobre el brete de España y, sobre todo, la colisión de dos modelos antagónicos para afrontar lo inmediato y lo venidero. Quedaba descartada una repetición del pobre espectáculo visto la semana pasada en la Asamblea de Madrid y, en buena medida, Rajoy repudiaba con ello el método castizo de Cristina Cifuentes con el que hizo frente a la censura planteada por el líder regional de Podemos, Ramón Espinar.
En su respuesta a Montero, el presidente se esmeró en deslucir la moción, “una parodia de censura, una moción de fogueo, una farsa que no necesitaba un candidato ni apoyos”, y en tratar de desactivar el corrosivo ácido de los inacabables listados de casos de corrupción y cargos del PP imputados vertidos al por menor por la portavoz de Unidos Podemos. Realizada la presen- tación de cargos por Montero, al candidato Pablo Iglesias correspondió, en una intervención larga –de casi tres horas–, edificar el discurso de una España disyuntiva, generacional y conceptualmente, de la que encarna la derecha española, en complicidad centenaria con los grandes patrimonios e intereses económicos, según el relato impugnatorio de Iglesias. Tomó carrerilla el candidato con un repaso del funcionamiento político y empresarial de la restauración canovista con el que fijó un correlato del sintagma contemporáneo de la trama, lo que le dio impulso para fijar lo que él considera la anomalía española: pretender que lo que cada día sacu- de los quioscos sin que nadie dimita o sea destituido es “lo normal”.
Iglesias, que salpicó sus intervenciones de invitaciones al entendimiento con los socialistas, describió a un ejecutivo decadente y a cambio tuvo que encajar la prolija descalificación ad hominem que le dedicó el presidente: Rajoy se esmeró en subrayar las debilidades políticas y las contradicciones de la figura de Pablo Iglesias. Después de todo, adujo, es su idoneidad para desempeñarse como nuevo presidente lo que se debatía en la sesión. “Un castigo para España”, fue la expresiva fórmula que Rajoy usó para describir un eventual gobierno de los morados.
A LA OFENSIVA Irene Montero sorprende con un fortísimo ataque al Gobierno del PP SOBRE CATALUNYA Iglesias ofrece acuerdos al PSOE y reivindica la España plurinacional
Si Iglesias quería definir el envite como la colisión entre el miedo y la esperanza, y Rajoy la veía como una pugna entre la estabilidad y el aventurerismo, esas dialécticas se expresaron con singular encaje en el debate sobre la cuestión catalana. De nuevo Iglesias acudió a la historia para culpar al conservadurismo español del bloqueo actual y recetar plurinacionalidad, mientras que Rajoy aprovechó para reivindicar los consensos del 78 y lanzar su admonición principal: “No juguemos con fuego; no juguemos con fuego”.
Acusó a Iglesias de emplear la moción para pintar una raya roja y esperar a que todos los demás grupos se posicionen. “Del lado bueno o del malo”. Sobre todo, para que el PSOE lo haga. Y Catalunya fue el eje en torno al cual el PP y Podemos fabricaron política y coreografiaron su danza. Un eje que habrá de pesar en el rumbo político que el ayer ausente y latente Pedro Sánchez empezará a dibujar el domingo en el congreso del PSOE.