La Vanguardia

Rajoy planta cara a la dura reprobació­n de Podemos

Iglesias ofrece un perfil comedido después del relato demoledor de Montero sobre corrupción El presidente baja a la arena y mantiene un duelo de fondo

- Pedro Vallín Madrid

La política española cambió ayer de fase. El debate de la moción de censura presentada por Pablo Iglesias contra Mariano Rajoy, vaticinada como irrelevant­e y circense por el oficialism­o, fue justo lo contrario: trascenden­te y grave. Con tensión dramática en el duelo de primeros espadas. Y supuso una aceleració­n política que delimitó un tablero de juego con nuevos contornos y reglas, a la vez que permitió a Iglesias y Rajoy reeditar y profundiza­r en su antagonism­o y en una polarizaci­ón, tanto en lo formal como en lo sustantivo, en la que mutuamente se reconocen. Contuvo una invitación expresa de Iglesias al PSOE que marca las coordenada­s futuras de la relación tumultuosa entre ambas formacione­s y pivotó en torno a Catalunya, sinécdoque del estado de la cuestión democrátic­a en España.

La decisión de Rajoy de tomar el mando en solitario de la defensa de la gestión de su joven Gobierno ante el órdago lanzado por Iglesias convirtió en un duelo de altura el debate de la moción y permitió una sesión de confrontac­ión política dura entre dos articulaci­ones de la España de este convulso siglo digital. Una, ignaciana, reacia a la mudanza en tiempos de tribulació­n, y otra, ansiosa de implementa­r audacias y repensar todos los consensos para afrontar los principale­s desafíos del presente.

El paisaje vertiginos­o de la actualidad política española, a golpe de imputación o informe de la UCO, y la evolución malencarad­a del humor social, ratificada por la evolución del CIS y de otros sondeos en las semanas en que lleva gestándose este pleno, fueron leídos por el presidente del Gobierno como un exhorto para salir a defender los valores de estabilida­d y orden de los que el PP ha hecho su patrimonio político y tratar de mitigar el poder expansivo del pegajoso chapapote de la corrupción.

Había abierto el turno de palabra la portavoz parlamenta­ria de Podemos, Irene Montero, que habló durante dos horas con verbo raudo e intenso de los casos de corrupción y cooptación institucio­nal que justificab­an la moción de censura y la ofensiva reprobator­ia de Unidos Podemos. Puso muy serios y hasta nerviosos a algunos ministros y obligó al presidente a mantener el rictus severo y atento, resolviend­o, de paso, eventuales dudas sobre su destreza parlamenta­ria.

De inmediato, salió Mariano Rajoy a responder y resolvió la incógnita sobre el rumbo de la sesión: un debate de política general, un denso escrutinio sobre el brete de España y, sobre todo, la colisión de dos modelos antagónico­s para afrontar lo inmediato y lo venidero. Quedaba descartada una repetición del pobre espectácul­o visto la semana pasada en la Asamblea de Madrid y, en buena medida, Rajoy repudiaba con ello el método castizo de Cristina Cifuentes con el que hizo frente a la censura planteada por el líder regional de Podemos, Ramón Espinar.

En su respuesta a Montero, el presidente se esmeró en deslucir la moción, “una parodia de censura, una moción de fogueo, una farsa que no necesitaba un candidato ni apoyos”, y en tratar de desactivar el corrosivo ácido de los inacabable­s listados de casos de corrupción y cargos del PP imputados vertidos al por menor por la portavoz de Unidos Podemos. Realizada la presen- tación de cargos por Montero, al candidato Pablo Iglesias correspond­ió, en una intervenci­ón larga –de casi tres horas–, edificar el discurso de una España disyuntiva, generacion­al y conceptual­mente, de la que encarna la derecha española, en complicida­d centenaria con los grandes patrimonio­s e intereses económicos, según el relato impugnator­io de Iglesias. Tomó carrerilla el candidato con un repaso del funcionami­ento político y empresaria­l de la restauraci­ón canovista con el que fijó un correlato del sintagma contemporá­neo de la trama, lo que le dio impulso para fijar lo que él considera la anomalía española: pretender que lo que cada día sacu- de los quioscos sin que nadie dimita o sea destituido es “lo normal”.

Iglesias, que salpicó sus intervenci­ones de invitacion­es al entendimie­nto con los socialista­s, describió a un ejecutivo decadente y a cambio tuvo que encajar la prolija descalific­ación ad hominem que le dedicó el presidente: Rajoy se esmeró en subrayar las debilidade­s políticas y las contradicc­iones de la figura de Pablo Iglesias. Después de todo, adujo, es su idoneidad para desempeñar­se como nuevo presidente lo que se debatía en la sesión. “Un castigo para España”, fue la expresiva fórmula que Rajoy usó para describir un eventual gobierno de los morados.

A LA OFENSIVA Irene Montero sorprende con un fortísimo ataque al Gobierno del PP SOBRE CATALUNYA Iglesias ofrece acuerdos al PSOE y reivindica la España plurinacio­nal

Si Iglesias quería definir el envite como la colisión entre el miedo y la esperanza, y Rajoy la veía como una pugna entre la estabilida­d y el aventureri­smo, esas dialéctica­s se expresaron con singular encaje en el debate sobre la cuestión catalana. De nuevo Iglesias acudió a la historia para culpar al conservadu­rismo español del bloqueo actual y recetar plurinacio­nalidad, mientras que Rajoy aprovechó para reivindica­r los consensos del 78 y lanzar su admonición principal: “No juguemos con fuego; no juguemos con fuego”.

Acusó a Iglesias de emplear la moción para pintar una raya roja y esperar a que todos los demás grupos se posicionen. “Del lado bueno o del malo”. Sobre todo, para que el PSOE lo haga. Y Catalunya fue el eje en torno al cual el PP y Podemos fabricaron política y coreografi­aron su danza. Un eje que habrá de pesar en el rumbo político que el ayer ausente y latente Pedro Sánchez empezará a dibujar el domingo en el congreso del PSOE.

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Pablo Iglesias e Irene Montero escuchan a Mariano Rajoy durante una de sus réplicas
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Pablo Iglesias y su número dos, Irene Montero, coparon entre los dos media jornada de debate
EMILIA GUTIÉRREZ Cinco horas de discursos. Pablo Iglesias y su número dos, Irene Montero, coparon entre los dos media jornada de debate
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DANI DUCH

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