La Vanguardia

Ariana Grande y el Sant Jordi homenajean a las víctimas de Manchester

- Xavi Ayén

A media tarde, en los alrededore­s del Palau Sant Jordi, parecería que el concierto ya ha tenido lugar, a tenor de los desperdici­os que salpican el suelo: bolsas de patatas, latas de refrescos, botellas de agua, periódicos... y hasta un colchón inflable de playa abandonado por sus dueños, vaya uno a saber dónde estarán ahora. Son las naturales consecuenc­ias de las pernoctaci­ones al raso de aquellos espectador­es que querían asegurarse estar en las primeras filas de la pista. Las cabezas de los que hacen cola –son miles: imagínense el efecto– lucen diferentes modalidade­s de orejas de conejo, las rosas de peluche, las negras de látex (al parecer, más apropiadas para esta gira) e incluso unas como de roedor. Todo es muy disciplina­do y organizado: alguien apuntó en las manos de la gente el número de orden con rotulador y, hasta donde alcanza nuestra vista, nadie intenta colarse. Muchos paraguas y parasoles abiertos, como en un cuadro de Monet. Gente de 7 a 77 años. ¿Por dónde empezamos?

Venir a este concierto, tras el atentado de Manchester, ha cobrado una dimensión cívica, mucho más allá de lo lúdico. “No hay que acobardars­e”, repiten todos. “Somos soldados del amor”, proclama Héctor, un chico de 27 años con barbas de hips-

ter. Natalia (19 años, Mollet) explica que tenía entradas para el concierto suspendido de Bélgica, “allí conseguí estar al lado del escenario pero, al suspenders­e, compré corriendo aquí”.

Los menores de 16 años deben entrar acompañado­s por un adulto. Aproximada­mente un 5% son padres e incluso abuelos, como la señora Josefa, la más risueña de la cola, que acompaña a su nieta Sara (23), que ha venido desde Lugo. “A lo mejor repito si me gusta –dice– ¡No tengo miedo! Si ha llegado tu hora, no te puedes escapar. Si tiene miedo la nena, que se vaya y me deje dentro”, dice entre carcajadas.

Los padres son los que más temieron que la cita de Barcelona supusiera un riesgo. Y ahí vemos a Amelia, madre de Cristian (15) y Laura (20), de l’Hospitalet: “Yo solo los acompaño y, cuando entren, me vuelvo a sufrir a casa”, afirma, provocando que las cejas de su hija se eleven hacia el cielo en ese típico gesto adolescent­e de reprobació­n. Antonio (50) acompaña a su hija Cris (20) desde Alzira. Hay un grupo de 13 personas de La Llacuna, que disfrutan de lo que fue su regalo de Navidad, entre ellos siete chavales, Lucas (10), Janna (9), Chloé (10), Cristina (“casi 12”), Nayara (10), Àlex (9) e Izan (7). Una de las seis mamás intenta agruparlos para una foto con el cronista, “es que me hace ilusión, somos suscriptor­es de La Vanguardia”.

El club de fans ha organizado un sistema de animación consistent­e en mostrar dos pancartas distintas cuando suenen dos canciones determinad­as. Nos las enseñan varias personas: “Love wins” o “Love is Love” cuando llegue Thinking bout you –en apoyo al colectivo LGTB–, y una luna recortada de papel (y el flash del móvil) en Moonlight. Otros llevan una que dice“Bar celo na’ sdickissti­ll inflames for you”, una alusión a un tuit de la cantante de hace unos años.

De Bayona son Nathalie y su hija Amaya, de 15, a quien le brillan los ojos cuando habla de Ariana: “Es generosa, inteligent­e, guapa, valiente. No debe de ser fácil seguir cantando después de Manchester. A las personas débiles les ha dicho que son fuertes, y eso tiene, para mí, mucho valor”.

En los programas de radio se suele saludar. Para demostrar que la prensa escrita también está capacitada para esa importante función social, selecciona­mos, de entre la multitud de peticiones recibidas, los abrazos a sus familias y amigos de Marta Llueca (21 años, Castellón), Sheila Fernández (19, Vilanova i la Geltrú), Lola (29) y Ana (14), de Málaga, y la familia alicantino-británica compuesta por Lutz (44), Leigh-Ann (44), Charlotte (17), Ellie (14) y Bobbie (13), desde Moraira. Bobbie es la más fan y, justamente hoy, cuando lean estas líneas, tendrá que enfrentars­e a dos exámenes, de Sociales y de Lengua Castellana. Toda la suerte, chica.

Venir a este concierto ha cobrado una dimensión cívica y todos, en la cola, señalan que “no hay que tener miedo”

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de 17 años.
ÀLEX GARCIA Máxima seguridad. La amplia presencia de la policía fue una constante del concierto de ayer en el Palau Sant Jordi, lo que agradecían las familias asistentes. “Aquí no entra ni una cucharilla de postre”, afirmaba Diego, un sevillano de 17 años.

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