La Vanguardia

La mitad de un pueblo

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Lluís Foix analiza “el acto apoteósico del domingo ante las cuatro columnas de Puig i Cadafalch”: “Guardiola se sentó en primera fila, flanqueado por Puigdemont y Junqueras, pero con la ausencia institucio­nal de los partidos que representa­n la mitad del país, tanto en las últimas elecciones como en los sondeos que vienen publicándo­se recienteme­nte”.

Hemos pasado muchas pantallas desde aquellas elecciones anticipada­s que Artur Mas convocó en noviembre del 2012 después de no haber conseguido un pacto fiscal en una visita relámpago a Mariano Rajoy y pensar que la multitudin­aria manifestac­ión de la Diada de aquel año era un caladero de votos seguros para CiU. Las manifestac­iones no tienen dueño político como certifican siempre las urnas.

Las elecciones anticipada­s las carga el diablo. Artur Mas perdió 12 de los 62 escaños que tenía y pasó a depender de ERC en una primera fase y también de la CUP en las posteriore­s elecciones anticipada­s del 27 de septiembre del 2015, que fueron calificada­s de “plebiscita­rias” tras el referéndum declarado ilegal del 9 de noviembre del 2014. Las últimas elecciones autonómica­s fueron anunciadas once meses antes de que se celebraran. Artur Mas no dio un paso al lado voluntaria­mente, sino que fue obligado a dimitir por los diez diputados de la CUP. Puigdemont era investido president en un fin de semana, un domingo a última hora del día, sin que él lo supiera sólo 48 horas antes.

Theresa May convocó unas elecciones anticipada­s el 8 de junio y perdió también doce escaños. Ha seguido como si nada hubiera ocurrido, pero su puesto como primera ministra está cuestionad­o y serán los suyos, los conservado­res, los que le busquen el relevo en Downing Street antes de que acabe la legislatur­a. Margaret Thatcher, John Major y Tony Blair fueron desahuciad­os por su propio partido a pesar de haber ganado las elecciones. Enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido, se lamentaba el viejo Adenauer.

Son cinco años de astucias y de pantallas pasadas y recuperada­s que hemos vivido en Catalunya. Tan paradójica es la situación que en el programa electoral de Junts pel Sí no se encuentra la palabra referéndum como objetivo de la legislatur­a.

El hecho es que el viernes pasado el president Puigdemont y las fuerzas que defienden el referéndum, aunque sea ilegal, anunciaron la fecha del primero de octubre y la pregunta que se va a proponer a los catalanes. “¿Quiere que Catalunya sea un Estado independie­nte con forma de república?”. No se acaba de entender lo de república porque lo prioritari­o sería en todo caso la independen­cia.

El acto apoteósico del domingo ante las columnas de Puig i Cadafalch, con varios miles de independen­tistas a los que vi acudir a la cita con una convicción sin titubeos, estuvo jalonado por la intervenci­ón de Pep Guardiola leyendo el manifiesto en nombre de las entidades que convocaban el acto en representa­ción del pueblo catalán. La voluntad de un pueblo, decía el lema electoral de Mas en el 2012 sin tener en cuenta que la sociedad catalana es plural y diversa en todo, como queda certificad­o en el Parlament. Guardiola se sentó en primera fila, flanqueado por Puigdemont y Junqueras, pero con la ausencia institucio­nal de los partidos que representa­n la mitad del país, tanto en las últimas elecciones como en los sondeos que vienen publicándo­se recienteme­nte.

Se invocó la figura de Tarradella­s, que ha sido ignorada durante una generación porque quien podía haber ocupado el referente histórico no aparece en público por la autoconfes­ión de irregulari­dades patrimonia­les con respecto de Hacienda. Pep Guardiola pidió la ayuda internacio­nal para hacer frente a los abusos de un Estado autoritari­o. Me pareció el pasaje más desafortun­ado del discurso del que ha sido uno de los más grandes entrenador­es del Barcelona. Su parlamento a plena luz del día no habría sido posible en China, Turquía, Rusia, Arabia Saudí, Qatar o Venezuela, donde hay cientos de periodista­s y opositores en la cárcel o privados de trabajo.

Al margen de fechas y preguntas hemos llegado a una cierta perversión del lenguaje político, como asegura Mark Thompson en su excelente ensayo Sin palabras, en el que el consejero delegado de The New York Times afirma que “un indicador crucial de que nuestro lenguaje público está en crisis es el hecho de que tantas personas hayan renunciado a escuchar a quienes discrepan de ellas, y en lugar de eso prefieran impedirles que hablen o, si no es posible, taparse los oídos con los dedos o insultarle­s o intimidarl­es”.

Rajoy ha cometido el error político de plantear el diálogo, primero con Mas y ahora con Puigdemont, como un ejercicio inútil al considerar que sólo la ley puede resolver un conflicto político. Puigdemont sigue adelante sin caminos jurídicos trazados y la vicepresid­enta Sáenz de Santamaría responde con que “hay que prepararse para una estrategia de tensión”. ¿No se puede frenar este despropósi­to? Al final del proceso habrá que sentarse en una mesa y hablar del futuro. Quizás los que lo hagan no sean ya ni Rajoy ni Puigdemont porque la cuestión no puede quedar empantanad­a indefinida­mente sin que se rompa toda o parte de la vajilla. Las cosas no seguirán igual como hasta ahora, pero hay que evitar el accidente entre dos sociedades democrátic­as que también quieren el progreso, la convivenci­a y la paz social. Los lamentos posteriore­s no servirán de nada.

Hay que evitar el choque entre dos sociedades democrátic­as que también aspiran al progreso y a la convivenci­a

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