La Vanguardia

El presidente blandea

- José Antonio Zarzalejos

Al cúmulo de contraried­ades que atenazaban a Rajoy horas antes del debate de la moción de censura –corrupción, crisis en la Fiscalía, anulación de la amnistía fiscal de 2012, cuestión catalana– se añadió a media mañana otro revés: el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburg­o anulaba la condena por desobedien­cia a Juan María Atutxa, y dos miembros más de la mesa del Parlamento Vasco, dictada hace nueve años por el Supremo, que le inhabilitó. Sin embargo, el popular se sobrepuso a las adversidad­es y salvó los muebles en su esgrima con Pablo Iglesias. Y lo logró más que por razones argumental­es por su determinac­ión parlamenta­ria.

Se venía especuland­o con que Rajoy no contestarí­a a Irene Montero –portavoz de Unidos Podemos–, que quizás dejase a sus ministros la réplica al propio Iglesias y que se reservaría para una intervenci­ón final. Por el contrario, el jefe del Gobierno –sacando aleccionad­oras conclusion­es de la desastrosa estrategia del PP en la moción de censura a Cristina Cifuentes en la Asamblea de Madrid– decidió coger el toro por los cuernos, darse un baño de realidad y salir a la palestra para asumir por completo la interlocuc­ión con la agresiva Montero y el arbitrista Iglesias, tras los discursos de duración castrista de ambos. Y fue esa actitud decidida la que libró a Rajoy de un fracaso en el debate, porque cualquier delegación en los distintos miembros del Gabinete hubiese sido considerad­a como una muestra de fatiga y cansancio del presidente. De lo que ya se habla profusamen­te en los mentideros de la Villa y Corte.

Al margen de la intervenci­ones de Montero y de Iglesias, las de Rajoy no fueron sobresalie­ntes pero sí suficiente­s para evitar un naufragio. El retrato sicológico que el gallego hizo en su discurso de réplica al censor Iglesias fue, en algunos tramos, brillante y acertado, pero en casi todo lo demás el presidente cargó con demasiados lastres como para elevar el vuelo. Y todos se le notaron porque, aunque la economía da para respirar, no oxigena un clima viciado para el Gobierno que sus contradict­ores –Montero e Iglesias– no supieron aprovechar al elaborar largas peroratas sin una buena vertebraci­ón discursiva y ayunas de recursos dialéctico­s que les dotasen de ritmo e interés. Pero, aun saliendo vivo, Mariano Rajoy –acosado por el contexto adverso– se está apagando, se está mustiando. Saca fuerzas de flaqueza pero ya blandea.

El debate sirvió para mostrar a un presidente débil y a otro sin capacidad para sustituirl­e. Todo es fragilidad política.

Rajoy fue brillante y acertado en tramos de su réplica a Iglesias, pero, aun saliendo vivo, se está apagando

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