Moción 2.0
En 1987 Antonio Hernández Mancha impulsa una moción de censura contra el gobierno socialista, que no prospera y provoca su dimisión. El mismo instrumento utilizado por Felipe González había catapultado su liderazgo, mientras que para el dirigente popular significó su tumba política. Han tenido que pasar 30 años para que una fuerza política se atreva a hacer uso del artículo 167 de la Constitución. Pablo Iglesias anunció su intención a finales de abril, generando un visible rechazo en el Gobierno y los principales partidos políticos del Estado. El PSOE se encontraba en primarias y Ciudadanos hacía equilibrios para legitimar su apoyo a un PP cada vez más manchado de corrupción. Sin embargo, hoy todos los actores se han tomado en serio la cita. El espectáculo en la Asamblea madrileña ha hecho su parte. Una moción de censura no es inocua. Mariano Rajoy ha tenido que salir del modo plasma y responder, principalmente, por la corrupción y la crisis territorial del Estado. Pablo Iglesias se enfrenta a un reto delicado: medir su capacidad de seducción después de la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE. Ahora bien, la mediatización de la política ha cambiado el juego institucional respecto a los primeros años de recuperación democrática.
Si bien el efecto de las mociones de censura de los ochenta fue extrema –se gana o se pierde– el acto de hoy puede tener unos impactos más modulados y repartidos. La política, y también la vida parlamentaria, ya es mediática cotidianamente. Y este es un episodio más, importante pero no único, de la disputa en un contexto de cambios. Hay otra novedad. Por primera vez en la historia española desde la recuperación democrática una tercera fuerza puede hacer uso de la moción de censura, que requiere del apoyo de un 10% de los diputados del hemiciclo. España ha experimentado durante la segunda década del milenio un terremoto político y electoral a partir de la presión generada por dos vectores de cambio: la crisis del bipartidismo y la ruptura del modelo autonómico. Las elecciones generales supusieron transformaciones radicales en el sistema de partidos (y en el marco discursivo). Las olas expansivas aún se dejan notar. Ahora bien, las próximas citas electorales ya no presentaran el nivel de incertidumbre de la del 2015. La demoscopia apunta movimientos más suaves. Podemos ha llegado para quedarse, pero no va a producirse una pasokización del PSOE. Ciudadanos, mientras, drena votos del PP. Se trata de un nuevo escenario donde el pacto será necesario. Hablaba Irene Montero de “la España que viene”. La moción de hoy también ha puesto sobre la mesa desafíos, en parte generacionales, que ya no tienen marcha atrás.
Pablo Iglesias se enfrenta a un reto delicado: medir su capacidad de seducción tras la victoria de Pedro Sánchez