Tras el estreno
El documental Clase valiente, dirigido por Víctor Alonso Berbel, en origen un
Trabajo de fin de grado de la Pompeu Fabra, no para de aparecer en los medios de comunicación de toda España, sea porque se habla directamente del filme o porque se convoca a sus autores a opinar sobre la manipulación del lenguaje de comunicación política. Como ya se ha dicho, uno de los aspectos centrales de esta película es que sus autores se proponen incorporar al debate electoral de las elecciones municipales del 2015 el concepto clase valiente. Este objetivo funciona como un McGuffin que les permite encontrar una manera de acercarse a los diferentes expertos convocados. La mayoría (con algunas excepciones, como Marc Rius y Esther Niubó) no le augura mucho éxito en la empresa, sobre todo porque consideran que la palabra clase remite a otra época, y que ahora es difícil de adoptar por la nueva y la vieja política. En cambio sobre el concepto valiente no le ven problemas: puede ser aceptado, con matices, por todo el arco parlamentario. En la parte final de la película, se evalúa el impacto real que ha tenido la campaña de la clase valiente en los candidatos, con un resultado más bien modesto: alguna cita pasajera en un mitin, algunos medios de comunicación que se hacen eco, alguna fotografía de pancartas... La conclusión es típicamente hitchcockiana: no han conseguido gran cosa, pero el trayecto ha servido para crear una dinámica dramatúrgica realmente convincente e interesante.
Pero ¿qué ha pasado después del estreno? Yo asistí a la primera sesión en los cines Balmes, donde Xavier Domènech mantendría un debate con el público de la sala. Para nuestra sorpresa, también se presentó Gerardo Pissarello, que se apuntó al debate al final del filme. ¿Y qué pasó? Pues que tanto uno como otro, en monólogos o en diálogos con el público, empezaron a reflexionar en voz alta sobre por qué la izquierda había abandonado la idea de clase. Y se empezaron a hilar ideas profundas e interesantes sobre la necesaria recuperación de este concepto. Sobre la valentía también se habló, como un valor de las clases populares.
Lo que me impresionó fue ver cómo en ese momento el concepto creaba reflexión y pensamiento en las voces de los políticos con más proyección. Después supe que en los debates sobre el filme con Íñigo Errejón y Lucía Méndez en Madrid, con Gabriel Rufián en otra sala de Barcelona y con Joan Ribó y Carles Porcel en los cines de València, se plantearon cuestiones similares. Todo el mundo, con el filme ya terminado, asumía el debate que la película proponía.
Me imaginé por un momento que los autores habían hecho ver que el filme se había acabado para generar todas estas reacciones verbales y escritas, y que lo estaban filmando todo secretamente para poder incorporarlo en el montaje final de la película. En cualquier caso, algo queda perfectamente demostrado: que el impacto de un filme documental que lo vale es extraordinario. El eco de Clase valiente viene a confirmar la centralidad decisiva de las obras cinematográficas que interpelan críticamente la realidad y dejan al espectador en actitud pensante y constructiva.
El filme de Berbel propicia la reflexión en voz alta sobre el porqué la izquierda había abandonado la idea de ‘clase’