República Checa, un inmenso jardín de joyas barrocas
Perseguimos algunas de las huellas que el Barroco ha dejado en la República Checa: palacios, jardines, iglesias y representaciones artísticas de gran valor. Empezamos un paseo por la historia, un recorrido que también está lleno de matices contemporáneos.
EL CORAZÓN CHECO
El punto de salida es la capital: la bella Praga. Subimos a las alturas del castillo y visitamos la catedral
de San Vito –atentos a la vidriera modernista creada por Alfons Mucha–, el palacio real y la basílica de San Jorge. Sin olvidar las casitas coloristas del callejón de Oro, donde vivieron algunos artistas barrocos. De bajada, contemplamos la iglesia
de San Nicolás de Malá Strana, la construcción cumbre del Barroco praguense, y degustamos el trdlo, un azucarado postre tradicional. Por fin llegamos al puente de Carlos. Recorremos sus 520 metros, una auténtica galería de arte al aire libre con treinta estatuas barrocas, algunas de ellas obra de Matthias
Bernard Braun, conocido como “el Michelangelo checo”. Desde las alturas, en la torre del puente, vislumbramos la cúpula verde de la barroca iglesia de San Francisco de Asís, el Teatro Nacional y los dieciocho puentes que cruzan el río Moldava. Nos despedimos de la ciudad enamorados del pasaje
Lucerna y de su Art Nouveau, en la Ciudad Nueva. Arte de otra época.
OLOMOUC MONUMENTAL
Subidos al tren nos trasladamos a
Olomouc, ciudad universitaria, con flores y fuentes –hay veintisiete, y seis de ellas son barrocas– que pueblan su adoquinado casco antiguo.
En la plaza Superior (Horní námêstí) contemplamos el palacio arzobispal y la columna de la Santísima
Trinidad, declarada Patrimonio de la Unesco. De treinta y cinco metros de altura, es la mayor columna barroca de Europa, y se construyó en el siglo XVIII para agradecer el fin de la epidemia de peste. Subidos a la torre del Ayuntamiento disfrutamos de las magníficas vistas, aunque antes nos fijaremos en su reloj astronómico, el segundo más grande del país. La peculiaridad: su decoración de inspiración comunista evoca oficios y escenas de la vida cotidiana. La visita a la colina Santa (Svatý Kopecek) y a su basílica, que esconde joyas barrocas, es obligada.
De vuelta al centro, descansamos en el nuevo Theresian Hotel & Spa mientras recordamos dos singulares descubrimientos gastronómicos de esta jornada: la Kofola, la versión comunista de la Coca-Cola, que se elabora en esta zona desde 1959, y los quesitos de Olomouc, de sabor picante y aroma intenso.
PALACIOS BARROCOS
Nuestra siguiente parada son los simétricos y laberínticos jardines de
Kromeriz y el majestuoso palacio arzobispal, antigua residencia veraniega de los obispos, ambos Patrimonio de la Unesco. Nos calzamos unas pantuflas de fieltro –obligado en la visita a cualquier palacio del país para no desgastar sus suelos– y recorremos algunas de sus más de
ciento cincuenta estancias: un salón con trofeos de caza; la sala de
Asambleas, que con su decoración rococó sirvió de escenario para la película Amadeus, del checo Miloš
Forman; y la pinacoteca, la segunda más grande el país, con obras de Tiziano y Cranach.
Conviene hacer un receso, y en la céntrica plaza Velké námêstí descubrimos la fábrica de cerveza y restaurante Cerný orel. Su rubia seminegra ha ganado certámenes, y solo puede degustarse y comprarse aquí. Llegamos al palacio de Buchlovice, un ejemplo de la arquitectura barroca residencial, que cuenta, además, con diecinueve hectáreas de magníficos jardines de inspiración inglesa. A principios del siglo XX fue propiedad de Leopold Berchtold, ministro de Exteriores de la monarquía austrohúngara, y el lugar acogió reuniones entre mandatarios que determinaron el futuro de Europa y desencadenaron la Primera Guerra
Mundial. Con los deberes de historia bien hechos, volvemos a la carretera con un nuevo destino: Brno ,la segunda ciudad de la República Checa y capital de Moravia del Sur.
DE BRNO A VALTICE
Tras aprovechar su agitada vida nocturna, despertamos en el modernísimo Hotel Courtyard by Marriot
Brno y le tomamos el pulso a esta ciudad, conocida por su circuito de
motociclismo, pero que, además, es sede de start-up tecnológicas, de festivales culturales y de una reconocida bienal de diseño. El Barroco nos guía, por lo que visitamos la catedral de
San Pedro y San Pablo –representada en la moneda de diez coronas checas–, la fuente de Parnas y la iglesia
de Santiago. Al lado, el segundo osario más grande de Europa, después del de París, sorprende con los restos de casi cincuenta mil personas.
Abandonamos la ciudad y nos dirigimos al área protegida de los palacios de Lednice-Valtice. Un carrua-
LOS JARDINES D E KROMERIZ Y SU MAJES T UOSO PALACIO ARZOBISPAL FORMAN PARTE D EL PATRIMONIO D E LA UNESCO
je de caballos nos conduce hasta el minarete de Lednice, construido siguiendo el estilo mudéjar a finales del siglo XVIII, que tiene sesenta metros de altura. Vale la pena subir sus 302 escalones para apreciar la belleza de este inmenso jardín y sus estanques. Un plan muy romántico, aunque también familiar. Ya en Valtice, visitamos su palacio, ejemplo del Barroco cumbre, con lujosas estancias decoradas con mobiliario de estilo rococó.
Ubicado en sus bodegas encontramos
el Centro Nacional de Vitivinicultura, donde se pueden degustar los mejores vinos checos, procedentes mayoritariamente de las regiones de Moravia y Bohemia, que son seleccionados cada año a partir de un concurso nacional, único en Europa. Nos familiarizamos con sus excelentes vinos
blancos, difíciles de encontrar fuera del país, y terminamos la jornada con una cena tradicional –no faltan las carnes y el chucrut– en el acogedor My Hotel Lednice. Los que quieran alargar la ruta, en una zona que invita al turismo de bicicleta, pueden llegar hasta la cercana ciudad barroca de Míkulov .Si toca poner punto final, el aeropuerto de Viena, a una hora de camino, será nuestro último destino.