Pagar el cheque a la ruptura
Pablo Iglesias ha llevado al Congreso muchas de las cosas que se dicen en la calle sobre la corrupción y sobre las obscenas confusiones entre intereses privados y públicos. Ha puesto sobre la mesa de manera cristalina el problema territorial que ahora caldea Catalunya, pero que lleva un par de siglos caldeando España. Y, sobre todo, ha hablado de la patria española en un sentido regeneracionista que nunca se había oído en aquel venerable hemiciclo.
En un sentido genérico, a Iglesias se le pueden discutir muchas cosas: empezando por su populismo. Una manera de plantear los problemas estrictamente maniquea, que le hace dibujar una España de película del Oeste: con indios buenos y vaqueros malos. Los malvados depredadores y el buen pueblo. También se le puede reprochar que haya presentado la moción de censura sin consensuar una alternativa. Pero estos reproches no pueden ocultar que los dos grandes partidos españoles, PSOE y PP, usaron en otros momentos de la democracia este legítimo recurso de la moción de censura. El institucional Felipe González la usó, antes de llegar al poder, para dejar herido de muerte a Suárez (1980). (Paréntesis dedicado a los que reclaman buenas formas parlamentarias: creo recordar que, en aquella moción, Guerra retrató así al ahora santificado Suárez: “Es usted un tahúr del Misisipi!”). Más utilitaria fue la razón del volátil Hernández Mancha: darse a conocer como líder. No dio la talla y aquella moción se convirtió en el principio de su rápido fin. Comentar las dos mociones de censura catalanas (Benet contra Pujol; Maragall contra Pujol) nos desviaría demasiado. Sólo añadiré que en todos aquellos casos, como ha sucedido ahora, los demás partidos la despreciaron por publicitaria. Quien esté libre de pecado...
La moción de censura española necesita un candidato alternativo, pero no parece políticamente inadecuado usarla al modo del impeachment americano, que pretende, fundamentalmente, dejar en evidencia las miserias de un presidente. Dejemos que el lector mismo decida si el encarcelamiento de los máximos cargos del PP de Madrid exige o no el impeachment de un Rajoy que ha estado rodeado de corruptos por tierra mar y aire. Y en cuanto a la situación política, dejemos que el lector, el independentista y el que no lo es, resuelva si hay que dejar que Rajoy continúe desentendiéndose del tema y pasando la patata caliente a los jueces.
Observación final: el trasfondo más obvio del discurso de Iglesias es el conflicto generacional. Todavía son más las personas mayores: Rajoy gana por eso. Pero, atención, su quietismo quizás le beneficia a él personalmente, pero ya ha causado dos víctimas. Primero fueron los moderados catalanes. Ahora la víctima propiciatoria es el rey Felipe. Atado de pies y manos por el quietismo de Rajoy, el Rey, a pesar de propugnar la reforma, debe asistir mudo a su condena entre los jóvenes, que Iglesias encarna. Toda resistencia a la reforma es un cheque al portador de la ruptura. Sólo es cuestión de tiempo.
Ahora la víctima propiciatoria es el rey Felipe: atado de pies y manos por el quietismo de Rajoy