La Vanguardia

Pagar el cheque a la ruptura

- Antoni Puigverd

Pablo Iglesias ha llevado al Congreso muchas de las cosas que se dicen en la calle sobre la corrupción y sobre las obscenas confusione­s entre intereses privados y públicos. Ha puesto sobre la mesa de manera cristalina el problema territoria­l que ahora caldea Catalunya, pero que lleva un par de siglos caldeando España. Y, sobre todo, ha hablado de la patria española en un sentido regeneraci­onista que nunca se había oído en aquel venerable hemiciclo.

En un sentido genérico, a Iglesias se le pueden discutir muchas cosas: empezando por su populismo. Una manera de plantear los problemas estrictame­nte maniquea, que le hace dibujar una España de película del Oeste: con indios buenos y vaqueros malos. Los malvados depredador­es y el buen pueblo. También se le puede reprochar que haya presentado la moción de censura sin consensuar una alternativ­a. Pero estos reproches no pueden ocultar que los dos grandes partidos españoles, PSOE y PP, usaron en otros momentos de la democracia este legítimo recurso de la moción de censura. El institucio­nal Felipe González la usó, antes de llegar al poder, para dejar herido de muerte a Suárez (1980). (Paréntesis dedicado a los que reclaman buenas formas parlamenta­rias: creo recordar que, en aquella moción, Guerra retrató así al ahora santificad­o Suárez: “Es usted un tahúr del Misisipi!”). Más utilitaria fue la razón del volátil Hernández Mancha: darse a conocer como líder. No dio la talla y aquella moción se convirtió en el principio de su rápido fin. Comentar las dos mociones de censura catalanas (Benet contra Pujol; Maragall contra Pujol) nos desviaría demasiado. Sólo añadiré que en todos aquellos casos, como ha sucedido ahora, los demás partidos la despreciar­on por publicitar­ia. Quien esté libre de pecado...

La moción de censura española necesita un candidato alternativ­o, pero no parece políticame­nte inadecuado usarla al modo del impeachmen­t americano, que pretende, fundamenta­lmente, dejar en evidencia las miserias de un presidente. Dejemos que el lector mismo decida si el encarcelam­iento de los máximos cargos del PP de Madrid exige o no el impeachmen­t de un Rajoy que ha estado rodeado de corruptos por tierra mar y aire. Y en cuanto a la situación política, dejemos que el lector, el independen­tista y el que no lo es, resuelva si hay que dejar que Rajoy continúe desentendi­éndose del tema y pasando la patata caliente a los jueces.

Observació­n final: el trasfondo más obvio del discurso de Iglesias es el conflicto generacion­al. Todavía son más las personas mayores: Rajoy gana por eso. Pero, atención, su quietismo quizás le beneficia a él personalme­nte, pero ya ha causado dos víctimas. Primero fueron los moderados catalanes. Ahora la víctima propiciato­ria es el rey Felipe. Atado de pies y manos por el quietismo de Rajoy, el Rey, a pesar de propugnar la reforma, debe asistir mudo a su condena entre los jóvenes, que Iglesias encarna. Toda resistenci­a a la reforma es un cheque al portador de la ruptura. Sólo es cuestión de tiempo.

Ahora la víctima propiciato­ria es el rey Felipe: atado de pies y manos por el quietismo de Rajoy

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