La Vanguardia

Debate de alto voltaje

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MARATONIAN­A sesión, ayer, en el Congreso de los Diputados. La moción de censura contra el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, anunciada por Podemos a finales de abril, se desarrolló en un clima a ratos vibrante. Su rasgo más caracterís­tico, en términos estratégic­os, fue quizás el propiciado por las extensas intervenci­ones de los miembros de Podemos, tachadas en la bancada popular de castristas. La portavoz morada, Irene Montero, abrió la sesión y se pasó dos horas y once minutos exponiendo un agresivo y demoledor análisis de la política conservado­ra y sus extremos menos edificante­s, en particular, los casos de corrupción en los que está inmerso el PP. Tras la primera réplica de Rajoy, que, sensible al voltaje imprimido a la sesión por Montero, decidió responder en persona a las andanadas de Podemos, subió al estrado el líder de esta formación. Pablo Iglesias superó el tiempo de permanenci­a de su compañera ante el micrófono, alcanzando las tres horas. Las usó para proponer unidad de acción al PSOE, defender la plurinacio­nalidad de España, también el referéndum pactado en Catalunya, y esbozar su programa de gobierno. Siguieron réplicas y contrarrép­licas, en las que Rajoy interpretó su habitual papel de garante del orden y la economía, y en las que Iglesias, tras los ataques previos de Montero, exhibió un perfil más reposado. Unos y otros protagoniz­aron la primera parte del debate, que duró unas ocho horas.

El motivo esencial de una moción de censura es echar al Gobierno. Pero la tradición reciente en España nos indica que eso no es fácil. Fracasó Felipe González en su intento de remover a Adolfo Suárez. Y fracasó Hernández Mancha cuando intentó desplazar a Felipe González. Iglesias sabía también que su moción no tenía posibilida­d de prosperar. Lo sabía cuando la presentó. Y supo además que su sentido había cambiado cuando Pedro Sánchez recuperó el liderazgo del PSOE. De haberlo logrado Susana Díaz, poco partidaria de anudar alianzas con Podemos, Iglesias hubiera aprovechad­o la sesión de ayer para reivindica­r sin ambages el liderazgo de la izquierda. Pero la llegada de Sánchez trastocó en parte su plan. Bien es cierto que otros hechos recientes, como la recusación del ministro de Justicia, Rafael Catalá, o el fallo del Tribunal Constituci­onal que anula la amnistía fiscal del ministro Montoro, han debilitado un poco más al Gobierno minoritari­o de Rajoy. Pero ninguno de estos hechos ha bastado aún para socavar, de modo definitivo, la posición del presidente del Gobierno. La sesión de ayer fue, pues, ya que no el pórtico de un cambio de gobierno, sí una ocasión para que Podemos se reivindica­ra, al tiempo que la convertía en un trabajado spot promociona­l. En este sentido, diremos que no la desaprovec­hó.

Así las cosas, es probable que los ciudadanos se pregunten cuáles son los frutos que arrojó ayer la moción de censura. Siendo positivos, podríamos responder diciendo que Montero se reveló, en lo que cabría considerar su alternativ­a parlamenta­ria, como una oradora capaz y combativa. Que Iglesias no la superó en tono y ritmo pero sí supo adoptar, por contraste, una actitud de mayor compostura, más presidenci­al, tendiendo manos al PSOE, al PDECat y al PNV. Que Rajoy recurrió a sus bien conocidas artes parlamenta­rias para contener los feroces ataques recibidos. Y que el debate político ganó en intensidad. Hoy seguirá la moción, en la que se espera con interés la intervenci­ón del nuevo PSOE.

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