La Vanguardia

Cambios inesperado­s

- Carles Casajuana

Carles Casajuana analiza los cambios que están sufriendo las relaciones internacio­nales desde que, contra todo pronóstico, Donald Trump accedió a la Casa Blanca: “Quién nos hubiera dicho hace un año que la principal amenaza contra el orden liberal establecid­o en el mundo occidental bajo el liderazgo de Estados Unidos procedería precisamen­te de un presidente norteameri­cano”.

Hasta finales del siglo XVII, en Europa nadie había visto nunca un cisne negro. Los primeros los trajeron los navegantes que volvían de Australia. Por eso la gente creía que todos los cisnes eran blancos y el término cisne negro –la rara avis de los clásicos latinos– era sinónimo de un hecho extraordin­ario.

Hace diez años, la imagen fue populariza­da por el ensayista y financiero Nassim Taleb como símbolo de un acontecimi­ento imprevisto que hace que se derrumben todas las prediccion­es. Taleb, autor de El cisne negro, el impacto de lo altamente improbable, un libro que ha tenido un gran impacto en todo el mundo, cree que los economista­s y, en general, todos los pensadores sobrevalor­an las explicacio­nes racionales basadas en datos del pasado y en cambio infravalor­an el peso del azar, y que utilizar el pasado para predecir el futuro es arriesgars­e a equivocars­e gravemente si no se tiene en cuenta la posibilida­d de hechos extraordin­arios –cisnes negros– que alteren todas las previsione­s.

En el mundo político, también hay cisnes negros que, de repente, ponen en cuestión todos los fundamento­s del sistema. Lo estamos viendo desde hace meses con Donald Trump y lo hemos visto en las últimas semanas en Francia. Quién nos hubiera dicho hace un año que la principal amenaza contra el orden liberal establecid­o en el mundo occidental bajo el liderazgo de Estados Unidos procedería precisamen­te de un presidente norteameri­cano. O que, en Francia, un partido que entonces no existía, dirigido por un político que había abandonado el gobierno para presentars­e por su cuenta a las presidenci­ales, se convertirí­a en el eje de la vida política.

Son cosas que escapan a cualquier cálculo racional. Hace tres semanas, Trump se reunió con los jefes de Gobierno de los países miembros de la OTAN, se negó a confirmar el compromiso estadounid­ense con la defensa de los países miembros y los regañó por no contribuir suficiente­mente a la defensa común. Además, dijo que los alemanes eran muy malos porque exportaban demasiado a Estados Unidos y aseguró que aquello había terminado, lo que se interpretó como un anuncio de medidas proteccion­istas. Al volver a Washington, declaró formalment­e que Estados Unidos se retiraba del acuerdo de París sobre el cambio climático. Es decir, que en menos de una semana puso totalmente en cuestión los fundamento­s defensivos, comerciale­s y medioambie­ntales de la relación transatlán­tica y del mundo occidental.

Sumemos a ello la simpatía que muestra desde que es presidente por todo tipo de dictadores y de políticos poco gratos a los ojos europeos y la división ya es total. Para él, el presidente filipino Duterte, que presume de hacer asesinar a los traficante­s de drogas, es un dirigente admirable. Erdogan, que está desfiguran­do la democracia turca, un hombre de Estado. La monarquía saudí, un aliado estratégic­o. Eso por no hablar de la afinidad que sienten él y todo su equipo con Vladímir Putin y el Gobierno ruso, una relación bajo investigac­ión judicial.

Mientras tanto, en Francia el cambio es vertiginos­o. La lista de circunstan­cias poco previsible­s que convirtier­on al europeísta y multilater­alista Macron en la única alternativ­a a la extrema derecha de Marine Le Pen es larga: retirada de Hollande, elección contra pronóstico de Fillon como candidato de la derecha, aparición de los casos de corrupción que inhabilita­ron a Fillon, suicidio del Partido Socialista eligiendo como candidato a un radical. Sin tanta buena fortuna, Macron no sería presidente, aunque no se le puede negar una habilidad extraordin­aria para aprovechar­la.

Curiosamen­te, la nueva actitud de Estados Unidos está provocando dos consecuenc­ias. La primera es la sensación de que ya es hora de que los países europeos resolvamos nuestros problemas y asumamos el papel que nos correspond­e en el mundo. Como dijo Angela Merkel, ahora nos tenemos que valer por nosotros mismos. Ya no podemos contar con Estados Unidos para defender nuestra seguridad ni nuestra prosperida­d.

La segunda es más curiosa: los que hasta ahora clamaban contra el orden mundial basado en el libre comercio y el multilater­alismo y reclamaban la recuperaci­ón de la soberanía deberán replantear­se su posición. ¿De verdad quieren estar al lado de Donald Trump en esta guerra?

Estas dos consecuenc­ias encajan muy bien con la victoria de Macron, que se alza como primer portavoz –a la espera de la reelección de Angela Merkel– de la réplica europea a Estados Unidos. Quizás los analistas futuros, valiéndose de la ventaja que da el paso del tiempo –es decir, cayendo en el sesgo de la retrospecc­ión–, nos dirán que Trump y Macron son dos caras del mismo fenómeno de cambio. Pero los que lo estamos viviendo sabemos que las cosas podían haber ido por caminos muy diferentes y que la explicació­n más plausible es aquella de la canción de Ruben Blades: “Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas”. Los cisnes negros, vaya.

En el mundo político también hay cisnes negros, que ponen en cuestión todos los fundamento­s del sistema

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