Filantropía y democracia
Los magnates ganan influencia política frente a los estados en retroceso, algo que puede ser bueno
Una vez tuve la oportunidad de conversar con un gran filántropo estadounidense. Me recibió en su despacho de la Quinta avenida de Manhattan, un piso alto y acristalado con vistas a Central Park y grandes lienzos de Agnes Martin en la paredes blancas. Aquella persona estaba en la última etapa de su vida, al frente de un gran conglomerado industrial, y hablaba con la tranquilidad del que sabe que no puede equivocarse porque acumula una experiencia al alcance de unos pocos. “En algunos países –dijo– el prestigio social está vinculado a un coche de lujo, a ser socio de un club exclusivo. En este, sin embargo, es mucho más necesario devolver a la sociedad gran parte de la riqueza que la sociedad te ha dado”. El prestigio social, vino a decir, está en ampliar hospitales y donar colecciones de arte. Estaba convencido de que había un ineludible deber moral en hacerlo y para demostrarlo citó a Lucas, el evangelista: “A los que mucho se les da, también mucho se les pedirá”.
Una de las grandes cuestiones a las que se enfrenta nuestra sociedad es cómo se redistribuye la riqueza, especialmente ahora que la globalización acentúa la desigualdad.
Hay quien sostiene que la única manera, la más justa y sostenible, es mediante los impuestos. Gravar a las grandes fortunas es mejor que esperar a que donen a una u otra causa. Hace unos días Amancio Ortega (Inditex), el hombre más rico de España, donó 320 millones de euros a la sanidad pública para comprar equipos de diagnóstico y tratamiento para combatir el cáncer, especialmente el de mama. Varios colectivos reaccionaron en contra, sosteniendo que estos donativos menoscaban el sistema.
Es evidente que los ricos tienen una influencia desproporcionada en el mundo y que la filantropía es la vía principal para ejercer esta influencia. Las democracias occidentales, por ejemplo, no funcionarían sin sus contribuciones políticas. Es más, no hay frontera entre filantropía y política. En España hay ejemplos de sobra, la mayoría bajo investigación judicial por ser contribuciones a cambio de contratos públicos, una práctica fraudulenta que se da también en otros países.
Los filántropos, por tanto, acaban teniendo más influencia en la sociedad que los políticos. No son cargos electos, están al margen del escrutinio de las instituciones públicas y, sin embargo, tienen la capacidad de condicionar la acción del Estado.
Muchas veces los filántropos compiten con el Estado en lugar de colaborar con él. Bill Gates (Microsoft) destina mucho dinero a la educación pero para favorecer la escuela concertada. Lo mismo hace Jeff Bezos (Amanzon), que esta semana ha pedido a sus seguidores en Twitter ideas para invertir su dinero en proyectos con impacto y resultados a corto plazo. Michael Bloomberg (Bloomberg) ha donado más de 80 millones de dólares para cerrar minas de carbón en EE.UU. Marc Zuckerberg (Facebook) ha prometido donar el 99% del valor en bolsa de su compañía porque “debemos participar en la política para condicionar el debate”. Warren Buffett (Berkshire Hathaway) se sumó a la iniciativa de Bill Gates de donar la mitad de sus fortunas a causas filantrópicas y lo mismo han hecho más de un centenar de multimillonarios.
Estos magnates prefieren devolver sus fortunas a la sociedad antes de traspasarlas a sus herederos y demostrar, por lo tanto, que el capitalismo tiene la flexibilidad necesaria para afrontar la desigualdad.
Es verdad, sin embargo, que al vincular las donaciones con el valor bursátil de sus compañías obtienen importantes rebajas fiscales y, en consecuencia, el Estado recauda menos impuestos. No hay duda de que su caridad está espoleada por un interés particular. También está muy claro que dirigen fundaciones caritativas con enormes recursos para hacer política y que encuentran un gran espacio para expandirse, precisamente el que deja libre el Estado en su retirada de la esfera pública, con recortes en educación, sanidad y otros sectores.
Pero yo creo que la pregunta que debemos hacernos, la única que para mi tiene sentido, es si la acción filantrópica, el proyecto financiado, tiene un impacto positivo o no. Yo creo que la sanidad pública española se beneficia de la generosidad de Amancio Ortega y que renunciar a esta ayuda para defender un sistemas a todas luces insuficiente es un error .
George Soros (Open Society) es otro buen ejemplo. El Parlamento húngaro ha aprobado esta semana una ley que cortará la independencia de las organizaciones privadas financiadas desde el extranjero, una medida similar a la que han adoptado otros gobiernos conservadores y nacionalistas, como el ruso y el israelí en su empeño por acallar las opiniones críticas.
La Universidad Central Europea, que Soros, el magnate norteamericano nacido en Hungría financia en Budapest, defiende los valores democráticos, los derechos humanos y el estado de Derecho, una agenda que choca con el cada día más autoritario primer ministro Viktor Orban. Cuando Bill Gates combate el sida, la tuberculosis, la polio y la malaria o cuando Mark Zuckerberg lucha contra el Ébola, contribuyen al progreso colectivo. Lo mismo hacen Soros y otros magnates pero creo que deberían haber muchos más. Los jeques del petróleo, por ejemplo, así como los oligarcas rusos, los banqueros de Wall Street y los empresarios europeos deberían ser más filantrópicos.
El mundo no parece que vaya hacia Estados más fuertes y protectores, sino todo lo contrario. Por lo tanto, si la gente con dinero es capaz de tener buenas ideas su poder político no dejará de crecer y si, además, estos magnates actúan en el interés general el capitalismo entrará en una fase mucho más humana.