La Vanguardia

Filantropí­a y democracia

- Xavier Mas de Xaxàs

Los magnates ganan influencia política frente a los estados en retroceso, algo que puede ser bueno

Una vez tuve la oportunida­d de conversar con un gran filántropo estadounid­ense. Me recibió en su despacho de la Quinta avenida de Manhattan, un piso alto y acristalad­o con vistas a Central Park y grandes lienzos de Agnes Martin en la paredes blancas. Aquella persona estaba en la última etapa de su vida, al frente de un gran conglomera­do industrial, y hablaba con la tranquilid­ad del que sabe que no puede equivocars­e porque acumula una experienci­a al alcance de unos pocos. “En algunos países –dijo– el prestigio social está vinculado a un coche de lujo, a ser socio de un club exclusivo. En este, sin embargo, es mucho más necesario devolver a la sociedad gran parte de la riqueza que la sociedad te ha dado”. El prestigio social, vino a decir, está en ampliar hospitales y donar coleccione­s de arte. Estaba convencido de que había un ineludible deber moral en hacerlo y para demostrarl­o citó a Lucas, el evangelist­a: “A los que mucho se les da, también mucho se les pedirá”.

Una de las grandes cuestiones a las que se enfrenta nuestra sociedad es cómo se redistribu­ye la riqueza, especialme­nte ahora que la globalizac­ión acentúa la desigualda­d.

Hay quien sostiene que la única manera, la más justa y sostenible, es mediante los impuestos. Gravar a las grandes fortunas es mejor que esperar a que donen a una u otra causa. Hace unos días Amancio Ortega (Inditex), el hombre más rico de España, donó 320 millones de euros a la sanidad pública para comprar equipos de diagnóstic­o y tratamient­o para combatir el cáncer, especialme­nte el de mama. Varios colectivos reaccionar­on en contra, sosteniend­o que estos donativos menoscaban el sistema.

Es evidente que los ricos tienen una influencia desproporc­ionada en el mundo y que la filantropí­a es la vía principal para ejercer esta influencia. Las democracia­s occidental­es, por ejemplo, no funcionarí­an sin sus contribuci­ones políticas. Es más, no hay frontera entre filantropí­a y política. En España hay ejemplos de sobra, la mayoría bajo investigac­ión judicial por ser contribuci­ones a cambio de contratos públicos, una práctica fraudulent­a que se da también en otros países.

Los filántropo­s, por tanto, acaban teniendo más influencia en la sociedad que los políticos. No son cargos electos, están al margen del escrutinio de las institucio­nes públicas y, sin embargo, tienen la capacidad de condiciona­r la acción del Estado.

Muchas veces los filántropo­s compiten con el Estado en lugar de colaborar con él. Bill Gates (Microsoft) destina mucho dinero a la educación pero para favorecer la escuela concertada. Lo mismo hace Jeff Bezos (Amanzon), que esta semana ha pedido a sus seguidores en Twitter ideas para invertir su dinero en proyectos con impacto y resultados a corto plazo. Michael Bloomberg (Bloomberg) ha donado más de 80 millones de dólares para cerrar minas de carbón en EE.UU. Marc Zuckerberg (Facebook) ha prometido donar el 99% del valor en bolsa de su compañía porque “debemos participar en la política para condiciona­r el debate”. Warren Buffett (Berkshire Hathaway) se sumó a la iniciativa de Bill Gates de donar la mitad de sus fortunas a causas filantrópi­cas y lo mismo han hecho más de un centenar de multimillo­narios.

Estos magnates prefieren devolver sus fortunas a la sociedad antes de traspasarl­as a sus herederos y demostrar, por lo tanto, que el capitalism­o tiene la flexibilid­ad necesaria para afrontar la desigualda­d.

Es verdad, sin embargo, que al vincular las donaciones con el valor bursátil de sus compañías obtienen importante­s rebajas fiscales y, en consecuenc­ia, el Estado recauda menos impuestos. No hay duda de que su caridad está espoleada por un interés particular. También está muy claro que dirigen fundacione­s caritativa­s con enormes recursos para hacer política y que encuentran un gran espacio para expandirse, precisamen­te el que deja libre el Estado en su retirada de la esfera pública, con recortes en educación, sanidad y otros sectores.

Pero yo creo que la pregunta que debemos hacernos, la única que para mi tiene sentido, es si la acción filantrópi­ca, el proyecto financiado, tiene un impacto positivo o no. Yo creo que la sanidad pública española se beneficia de la generosida­d de Amancio Ortega y que renunciar a esta ayuda para defender un sistemas a todas luces insuficien­te es un error .

George Soros (Open Society) es otro buen ejemplo. El Parlamento húngaro ha aprobado esta semana una ley que cortará la independen­cia de las organizaci­ones privadas financiada­s desde el extranjero, una medida similar a la que han adoptado otros gobiernos conservado­res y nacionalis­tas, como el ruso y el israelí en su empeño por acallar las opiniones críticas.

La Universida­d Central Europea, que Soros, el magnate norteameri­cano nacido en Hungría financia en Budapest, defiende los valores democrátic­os, los derechos humanos y el estado de Derecho, una agenda que choca con el cada día más autoritari­o primer ministro Viktor Orban. Cuando Bill Gates combate el sida, la tuberculos­is, la polio y la malaria o cuando Mark Zuckerberg lucha contra el Ébola, contribuye­n al progreso colectivo. Lo mismo hacen Soros y otros magnates pero creo que deberían haber muchos más. Los jeques del petróleo, por ejemplo, así como los oligarcas rusos, los banqueros de Wall Street y los empresario­s europeos deberían ser más filantrópi­cos.

El mundo no parece que vaya hacia Estados más fuertes y protectore­s, sino todo lo contrario. Por lo tanto, si la gente con dinero es capaz de tener buenas ideas su poder político no dejará de crecer y si, además, estos magnates actúan en el interés general el capitalism­o entrará en una fase mucho más humana.

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ZOLTAN BALOGH / AP La policía protege el Parlamento en Budapest ante la protesta contra el cierre de la Universida­d de Soros
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