“Me siento culpable de estar vivo”
Militares israelíes y jordanos que lucharon en la guerra de 1967 se reúnen en
Jerusalén La batalla de la Colina fue una de las más encarnizadas, con 71 bajas jordanas y 21 israelíes
Los viejos soldados nunca mueren, sólo se desvanecen”, dice el viejo proverbio. Los supervivientes de la guerra de los Seis Días de 1967 dicen que son palabras bonitas pero que no se corresponden con la realidad. Todavía hoy arrastran el terror de las batallas en las que participaron y las cicatrices de las heridas en sus cuerpos y en sus almas. El 5 de junio del 1967 metieron en autobuses a los soldados de la brigada de paracaidistas que cumplían su servicio militar, que hasta ese momento creían que iban a ser lanzados sobre los aeropuertos egipcios del desierto del Sinaí. Su destino fue distinto. Fueron llevados a Jerusalén para participar en una de las batallas más encarnizadas de esta guerra, la batalla de la Colina de las Municiones frente a la temida Legión Jordana.
Ygal Tamir tenía 20 años, su novia estaba embarazada y, en el camino, él y su amigo Uri, con quien había cumplido todo el servicio militar, hablaron sobre si tenían miedo. “Intentamos convencernos de que todo iría bien y que nuestras vidas seguirían adelante. Era de noche y, al llegar, alguien con una linterna gritó: “¡Corred a las trincheras!” .A nuestro alrededor se oían disparos, gritos, bombas y balas que silbaban a mi oído. Yo esperaba la bala que me mataría. Mientras corríamos en la oscuridad y en medio del caos, vi a Uri desplomarse tras recibir un balazo en la cabeza”.
Días antes, Ygal y Uri, al igual que Jubi Eilam, estudiante de Filosofía y Medicina de 24 años, y Shlomo Magril, de 23, fueron llamados por sus unidades, ya que todo indicaba que Egipto, Siria y Jordania se preparaban para lanzar una ofensiva contra el Estado judío, de sólo 19 años de vida. “Hay algo que nunca he entendido: cómo ayudé a Jubi a preparar su bolsa cuando partió a la guerra sin imaginar en ningún momento que sería el final de una era en mi vida”, dice Ruti, su viuda. Cuando el 5 de junio estalló la guerra, decidió no ir a su trabajo en el hospital de Jerusalén para quedarse al lado del teléfono, en casa. En el buzón encontró la que sería la última postal escrita por Jubi, en la que abiertamente expresa su presentimiento de que era la última vez que se dirigía a su mujer y a sus dos hijos. Ruti cuenta que en ese momento se enfadó profundamente por el pesimismo de su marido. Estaba embarazada, a punto de dar a luz, y no se imaginó que algo así fuese posible. Leyó la postal entre lágrimas: “Ellos, desde arriba, juegan con nuestro destino. Y nosotros nos limitamos a ser simultáneamente los actores, el público y las víctimas, sin que nos den ninguna posibilidad de escribir el guión. Os envío todo mi amor para siempre, pase lo que pase. Sed fuertes y buenas personas siempre”.
En la batalla de la Colina perdieron la vida 71 soldados jordanos y 21 israelíes en la noche del 5 al 6 de junio. “No olvidaré jamás el fin de la batalla. Vimos numerosos muertos y la sangre de israelíes y jordanos se mezclaba. Todos miramos alrededor para ver quién había sobrevivido. No éramos muchos los que quedábamos en pie”, explica Tamir, que volvería a combatir en circunstancias muy duras dos veces más en su vida. Seis años después, a sus 26, participó en la guerra de Yom Kippur, y 15 años después en la primera guerra del Líbano (1982). “Después de tres guerras, a veces me siento culpable por haber sobrevivido” , confiesa.
Tamir se convirtió en un destacado emprendedor en alta tecnología y fue uno de los primeros accionistas de la compañía israelí Mobileye –especializada en sistemas anticolisión y coches sin conductor, vendida recientemente a Intel por 15.300 millones de dólares–, y ha dedicado parte de su fortuna a intentar construir la paz con los vecinos árabes, militando en numerosas organizaciones y participando en discretas negociaciones oficiosas.
Decidió convocar en la colina donde todo ocurrió a 10 oficiales israelíes y a 10 soldados jordanos, entre ellos cinco que llegaron a generales. Todos acudieron a la emotiva ceremonia en recuerdo de las víctimas de ambos ejércitos, con la petición de que sus nombres permanezcan en el anonimato ante las críticas que podría despertar en algunos sectores de su país. El destacado poeta israelí Haim Guri contó cómo su unidad enterró a los soldados jordanos muertos en combate “con todos los honores” y colgó un cartel que rezaba: “Aquí están enterrados valientes soldados jordanos”. El cartel ha desparecido, pero copias de la foto fueron entregadas a los viejos militares de Ammán. “Me causa una gran emoción, será un honor tener estas fotos colgadas en nuestros hogares en Jordania”, dijo un general. Cuando se leyeron los nombres de las víctimas israelíes y jordanas fueron pocos los que resistieron el llanto.
Los israelíes contaron que les habían enviado a luchar en esta colina porque tenían informaciones de que los jordanos pretendían lanzar una ofensiva sobre la Universidad Hebrea de Jerusalén, en el Monte Scopus. No pudieron esconder su sorpresa cuando los jordanos les revelaron que en ningún momento existió ese plan. Un oficial jordano comentó a un israelí al que había arrestado y llevado prisionero: “Es la primera vez que hablo sobre esta guerra. Durante cinco décadas quise olvidar lo ocurrido, pero ahora confieso lo importante que es para mí este momento y hasta qué punto me libera de mis fantasmas”.
Un oficial hebreo que se casó con una de las viudas, Ruth Langotsky, resumió: “Después de todas estas guerras es fantástico reunirnos. Ahora entendemos que la victoria real está en la paz, no en las guerras”.