La Vanguardia

Objetivo único, echar a Rajoy

- Fernando Ónega

Esta ha sido la semana de la nostalgia, ¿a que sí? Cientos de reportajes sobre las primeras elecciones, cientos de recuerdos, cientos de sugerencia­s. La nostalgia de otra política, del estreno de la democracia, de un momento irrepetibl­e. ¿Y qué se ha recordado, además de las emociones? Entiendo que el espíritu de diálogo y la generosida­d de una clase política que supo renunciar a principios básicos para arrimar el hombro en un proyecto de país. Esa generosida­d se contagió al conjunto de la sociedad e hizo posible la concordia. Y al tiempo que se recordaba eso, se vivió exactament­e lo contrario: una moción de censura, útil para conocer la realidad política, devolvió la agresivida­d a las relaciones de líderes y partidos.

Ciertament­e, no puede haber una moción de censura sin duros ataques del censor al gobernante; pero esta mostró tres síntomas nuevos: 1. el principal problema político, Catalunya, se convierte en el obstáculo que impide otros pactos por la diversidad de criterios de los partidos, constituci­onalistas o no. Catalunya todavía puede romper al PSOE si el congreso de hoy y mañana se decanta por la plurinacio­nalidad; 2. el ambiente es tan chusco, que una alianza como la que Pablo Iglesias ofrece a Pedro Sánchez se toma como una trampa de Podemos para devorar al PSOE, y 3. la pobreza del ideario que alimenta la formación de la teórica nueva mayoría parlamenta­ria.

Esta última me parece la clave de los movimiento­s iniciados. Esa mayoría no se busca por coincidenc­ia de programas, ni para hacer un nuevo modelo de Estado, ni para afrontar los problemas del momento. Se busca exclusivam­ente por un objetivo: echar a Rajoy. Echar a Rajoy es la argamasa que une a la oposición. Y con ese argumento, Iglesias es capaz de ingeniar el gobierno que provocaría la gran huida de inversores: el formado por el PSOE, Podemos y ERC. Y no incluye a Bildu en el paquete por pura estética.

¿Qué hizo de malo Rajoy para suscitar ese rencor? Para un buen populista, reúne las caracterís­ticas del enemigo público: nos castigó con recortes, autorizó una amnistía fiscal para ricos, crea empleo precario, permitió los desahucios, es un jacobino y un orgulloso que presume de haber evitado el rescate y habernos sacado de la crisis. Ah, y es el jefe del partido más corrupto de Europa, por no decir de la galaxia, en la contenida, discreta, centrada y ponderada opinión de Irene Montero. ¡A los leones con él! Estoy seguro de que, si no lo echan con un gobierno frankenste­in, llamarán a un exorcista que aparecerá por la Moncloa con un hisopo de agua bendita y una jaculatori­a: vade retro, Mariano.

Y Mariano se lo tomó con toda la pachorra del mundo. Después de la votación de la censura, almorzó en el Madrid de los Austrias y se fue de copas. Desde que es presidente nunca hizo tan larga y alegre sobremesa por las calles que habían paseado Lope de Vega y Cervantes. Pero tiene algo que pensar: por qué, a pesar de los magníficos resultados económicos que presenta cada tarde, sigue perdiendo intención de voto. Eso sí que es echarlo. Pero aún no se sabe para poner a quién.

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EMILIA GUTIÉRREZ Pablo Iglesias, líder de Podemos
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