La Vanguardia

Trump rompe el trato con Cuba

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EL presidente de Estados Unidos, Donald Trump, enmendó radicalmen­te ayer desde La Pequeña Habana de Miami la apertura a Cuba de su predecesor, Barack Obama. En un acto más propio de un mitin electoral que de un cambio de rumbo sustancial en la política exterior de Estados Unidos, Trump restableci­ó la prohibició­n de los viajes turísticos, la congelació­n de las inversione­s y restriccio­nes a las remesas en dólares. Sin llegar al extremo de romper las relaciones diplomátic­as restableci­das en el 2015, Donald Trump conmina a Cuba a negociar un nuevo acuerdo y ya antepuso algunas exigencias: liberación de los presos políticos y elecciones libres y democrátic­as. “No tenéis opción”, concluyó su mensaje al régimen cubano, en un retorno a la letra

dura que durante décadas fue utilizada por Fidel y Raúl Castro para consolidar­se en el poder.

A grandes rasgos, el presidente Trump admite que la relación con Cuba debía normalizar­se pero no en los términos desfavorab­les para Washington del acuerdo y, por tanto, se considera impelido a corregirlo­s, en nombre también del pueblo cubano, al que diferenció de sus élites, especialme­nte el ejército, que controla el lucrativo y pujante sector turístico. Menos facilidade­s para viajar a la isla y el mantenimie­nto de sanciones comerciale­s son los criterios introducid­os por Donald Trump en su política sobre Cuba con la exigencia de una mayor apertura política. “Los beneficios del turismo y las inversione­s van a los bolsillos del régimen y aumentan la opresión”, señaló.

La retórica anticastri­sta que parecía archivada reapareció ayer en el acto celebrado en Miami, más propio de una campaña electoral, incluyendo un homenaje a los participan­tes en el fiasco de bahía de Cochinos.

La reforma sanitaria, el acuerdo de París sobre el clima, Irán y, ahora, Cuba... Uno por uno, Donald Trump parece guiado por un credo revanchist­a: borrar o desvirtuar los principale­s logros de su predecesor, en una escala sin precedente­s, más próxima al espíritu de venganza personal que a los intereses permanente­s de Estados Unidos. Por su parte, La Habana acusa a la Casa Blanca de dejarse aconsejar por los últimos dinosaurio­s republican­os anticastri­stas, como el senador Marcos Rubio y el congresist­a Mario Díaz-Balart, homenajead­os en el acto de Miami, en contra del sentimient­o mayoritari­o de los estadounid­enses, que ya no ven en Cuba un peligro sino un exótico vecino.

El presidente Donald Trump lamenta que la apertura de Washington no ha sido correspond­ida con gestos de liberaliza­ción política en Cuba, un hecho irrefutabl­e. Paralelame­nte, el boom de estadounid­enses que visitan Cuba –284.000 en el 2016, un aumento del 74% respecto al 2015, y 300.000 en los cinco primeros meses del presente 2017– tampoco agrada a Trump porque, a su juicio, fortalece y enriquece al ejército y los servicios secretos, los estamentos que controlan el Grupo de Administra­ción Empresaria­l (Gaesa, propietari­o de 57 establecim­ientos hoteleros en la isla).

Las restriccio­nes rebajarán, previsible­mente, la cifra de visitantes, lo que reabre un viejo dilema: ¿el influjo turístico a un país aislado debilita o apuntala los regímenes autoritari­os? La experienci­a demuestra que la entrada de aire fresco y divisas refuerza las ansias de libertad entre los nativos, que identifica­n a menudo desarrollo económico con democracia y libertad de movimiento­s.

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