Seducción
La teoría de la seducción es una letanía que abunda entre quienes aspiran a un espacio de entendimiento. La idea es bienintencionada y cargada de lógica: lo normal es que un Estado quiera seducir a un territorio que muestra signos de indignación y desea romper con la relación. En la gramática de la civilización, las relaciones no se imponen sino que se pactan, y cuando llegan los divorcios el único freno posible es la voluntad de enmienda, las muestras de estima y los intentos de rebajar la tensión acumulada. Eso pasa en los países que hacen bien las cosas, sobre todo porque la idea contraria, la de cara de perro, con palo y sin zanahoria, sólo sirve para que la olla reviente.
Inspirada en tan alta premisa, pongo la lupa en las últimas decisiones del Estado español para con Catalunya, y no me refiero a las que tienen sobrecarga por el referéndum –estilo represión judicial–, sino a las que se ubican en criterios de gestión. Pues bien, sólo en esta semana se han producido cuatro noticias nada conciliadoras. Por un lado, el TC ha suspendido la nueva regulación de contratos del Código Civil catalán, lo cual ha representado, en boca del conseller Mundó, “un bofetón al Parlament y al mundo jurídico”, que han estado años trabajando con rigor. La decisión abunda en la larga lucha del pueblo catalán por preservar su derecho civil, con el Congrés Català de Jurisconsults de 1881, o la lucha de la Lliga del 1889, que nacieron para impedir la asimilación que pretendía el Estado. Mientras ello ocurría, el mismo TC (según El Español) ponía el acelerón contra “la imposición del catalán”, con la idea de prohibir leyes del 2006 al 2010 que regulan el idioma en ámbitos como el cine, la inmigración o los audiovisuales. Volveríamos, pues, al enésimo intento de frenar la normalidad del catalán: un viejo conocido del catalanismo que se remonta a tres siglos de lucha por salvar el idioma.
Y de dos a cuatro, que son multitud: por un lado, la voluntad del ministerio de frenar la oferta de 500 nuevas plazas de Mossos, mientras la policía catalana se queda fuera de la Europol, y Catalunya está en alerta 4 por terrorismo; y por el otro, la denuncia de la Cambra de Comerç sobre el plan de infraestructuras, que no se podrá cumplir porque los proyectos no están “ni en tramitación administrativa, ni en gestión de contratos”. Con un doble añadido: la paralización del corredor mediterráneo y la falta de un mínimo plan de Rodalies, abandonados los trenes catalanes a su suerte. Es decir, todos los millones presupuestados, prometidos y siempre aplazados volverán a aplazarse.
Por ejemplo: la estación de la Sagrera, el acceso a la T1 del Prat o los accesos ferroviarios al puerto, con el daño a la economía que representa.
Todo esto en una sola semana. Es evidente que el Gobierno español nos respeta y nos ama. Tanto, que es imposible entender por qué queremos irnos.
Sólo en esta semana se han producido cuatro noticias nada conciliadoras para los intereses catalanes