La Vanguardia

El gran engaño

- Juan-José López Burniol

El president Puigdemont ha anunciado la fecha y la pregunta del referéndum “de independen­cia” que se propone convocar el próximo agosto. Asimismo ha insistido –como también se ha hecho desde su entorno– en su proclamada voluntad de dialogar con el Gobierno del Estado, a la búsqueda de una solución pactada del contencios­o existente. Todo ello merece un comentario, que no escribo al calor de la sorpresa que surge ante lo imprevisto, sino con la frialdad de quien contempla un desenlace fatal mil veces anunciado. Dos son los puntos que deseo comentar:

Primero. Este referéndum unilateral “de independen­cia” infringe la Constituci­ón y quiebra, por tanto, el Estado de derecho. Un Estado de derecho, por cierto, en el que se incardinan todas las institucio­nes catalanas, incluida la Generalita­t, y en el que se fundamenta y legitima el poder que ejercen todos los cargos públicos catalanes, comenzando por el president Puigdemont. La justificac­ión que los independen­tistas dan a este salto en el vacío se funda en que “se pasa de la ley a la ley”. Pero no es un tránsito como el de la transición –promulgánd­ose la nueva ley con observanci­a estricta de los requisitos exigidos por la ley vieja para su reforma–, sino sustituyen­do a la brava la vieja ley por la nueva, de modo que no haya vacío legislativ­o ni una sola décima de segundo. Se insiste en este peregrino argumento temporal –“no habrá vacío”– como si se tratase de la filigrana jurídica más fina que han visto los siglos, una maravilla sólo al alcance de talentos preclaros y de iniciados en los arcanos del procés.

Segundo. Este anuncio de la futura convocator­ia del referéndum (una de freda )ha ido precedido, desde hace ya tiempo, por una insistente exhibición de voluntad de diálogo con el Gobierno del Estado por parte del president Puigdemont y demás líderes nacionalis­tas (una de calenta). Ahora bien, este diálogo, que se ha presentado como la expresión de una voluntad transida de espíritu democrátic­o, no podría tener por objeto la celebració­n del referéndum –que habrá de llevarse a cabo “sí o sí”–, ni su fecha, ni el contenido de la pregunta. El diálogo tan sólo podría recaer sobre aquellas modificaci­ones del estatus vigente que el Gobierno del Estado estuviese dispuesto a aceptar para que una parte de los sedicentes independen­tistas cambiasen el sentido de su voto y decidiesen que, gracias a los cambios pactados, les conviene más seguir en España.

Ambos hechos me parecen los dos actos de una misma comedia. Para que se me entienda, recuerdo que –a comienzos de los ochenta– un colega donostiarr­a me dijo: “En el PNV hay que distinguir tres niveles: el de los dirigentes, que son independen­tistas pero saben que no puede ser; el de los militantes, que son independen­tistas y no saben que no puede ser; y el de los votantes, que se limitan a vivir en un estado de exaltación cordial”. Pues bien, llegado el momento de la verdad, pienso que a buena parte de los dirigentes nacionalis­tas catalanes les sucede lo mismo: que son independen­tistas pero saben que no puede ser. Al menos, por ahora. Y, por consiguien­te, todos sus movimiento­s se encaminan a salir del atolladero en que ellos mismos se han metido con la ayuda inestimabl­e –también hay que decirlo– del Gobierno del Estado, en el que no se sabe qué ponderar más: si su estólida y soberbia impavidez ante el desafío, su falta de percepción real de las dimensione­s del problema, su pereza mental para alumbrar fórmulas políticas de entendimie­nto o su constante falta de coraje, puesta de relieve mediante la permanente elusión del conflicto al derivar su resolución a los jueces.

Pero pese a la gran responsabi­lidad que incumbe al Gobierno del Estado por la gravedad de la situación creada, en ningún caso mayor que la del Govern de la Generalita­t, aquel no puede hacer otra cosa que impedir la celebració­n del referéndum anunciado, usando para ello los recursos que el ordenamien­to jurídico le ofrece y que deberá emplear con criterios de proporcion­alidad, moderación y prudencia, así como con la convicción de que, al día siguiente de que la situación haga crisis, unos y otros habremos de seguir adelante y s’hauran de recollir els plats trencats. Pero si –lo que es inimaginab­le– el Gobierno del Estado se aviniese a dialogar bajo la presión de un referéndum ilegal, se convertirí­a en cómplice de la voladura del Estado de dere-

El diálogo sólo será posible después de las inevitable­s elecciones convocadas tras la frustració­n del referéndum

cho. Algo a lo que no está dispuesta en ningún caso la práctica totalidad de las fuerzas políticas españolas, quizá con la excepción de aquella cuyos líderes pretenden la subversión revolucion­aria de todo el sistema.

El diálogo sólo será posible después de las inevitable­s elecciones convocadas tras la frustració­n del referéndum. Hasta entonces, el anuncio de este y la oferta de diálogo proclamada no son sino dos manifestac­iones más del “gran engaño” –con permiso de Burnett Bolloten– que ha imperado en la política catalana durante los últimos años, al impulsar los dirigentes nacionalis­tas un proceso de independen­cia que sabían y saben que no conduce a ninguna parte.

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