El arte de la naturalidad
La fórmula del programa juega con elementos biográficos colaterales del protagonista
Javier Garcia Roche,
influencer defensor de los animales conocido en las redes sociales como el Rey Chatarrero, es el protagonista del nuevo programa de Cuatro, A cara de perro. Con un ritmo trepidante y un montaje eficaz, la propuesta plantea un sensacionalismo animalista concienciado. La fórmula juega con elementos biográficos colaterales del protagonista (el origen humilde, la juventud conflictiva, un periodo en la cárcel a consecuencia de las drogas, una fisonomía de tatuajes y músculos tipo Prision break y una dimensión social como misionero de la reinserción a través de un gimnasio de boxeo).
ÉNFASIS DE LA AUTENTICIDAD.
La naturalidad y la determinación expresivas del Rey Chatarrero combinan, como en un frankenstein retrospectivo, elementos del Potro de Vallecas (el de los buenos tiempos, no el del descenso a los infiernos) y de Frank de la Jungla (que también ha desarrollado un estilo propio de compaginar la defensa y protección de los animales con una sensación de riesgo e investigación al límite de la legalidad). En el caso de A
cara de perro, la idea es denunciar y desmontar redes de tráfico y abusos ilegales de perros y hacerlo con recursos tan ancestrales como las cámaras ocultas y un relato en off que subraya, enfatiza y exagera cualquier gestión o iniciativa. El cóctel funciona y eleva al Rey Chatarrero a categoría de Che Guevara a favor de la liberación del toro de Tordesillas o cerrando un centro de explotación y venta de perros en Girona sin ningún control sanitario ni la más mínima decencia. El problema es que a la hora de perfilar las virtudes del protagonista, el programa se excede en la aureola justiciera y mitificadora. Con una clara premeditación, lo convierte en un superhombre que alterna la confesión lacrimógena y el coraje reactivo y peleón de la ley de la calle. Es como si el populismo, que tanta presencia ha tenido en los interminables debates de la moción de censura presentada por Podemos, se hubiera trasladado al universo del animalismo entendido como una de las pocas causas que, en España y en el mundo, ganan adeptos (la otra es el veganismo).
ESCALADA MEDIÁTICA. Kilian Jornet pasó por el programa
Late motiv (#0) como si fuera una pausa de avituallamiento en una travesía de montaña. Sin ínfulas indumentarias y destilando un carisma difícilmente repetible, Jornet se adaptó al entorno de un plató en el que se trabaja el humor a conciencia con la misma naturalidad con la que, si le apetece, puede volver a escalar el Everest desmintiendo la grandilocuencia logística del montañismo profesional. “El deporte está sobrevalorado”, dijo antes de manifestarse moderadamente sorprendido de que quieran entrevistarlo en un mundo en el que hay tanta gente (científicos, educadores, artistas) con cosas que contar. “El deporte es egoísta”, añadió. Pero como lo dijo con una sonrisa y esa mirada de explorador sioux experto en interpretar el lenguaje de las nubes, la afirmación sonó menos profunda y rotunda que si la hubiera hecho un tertuliano al límite del infarto.