La Vanguardia

Gracias, Helmut Kohl

- HELMUT KOHL Canciller alemán (1930-2017) JOSEP ANTONI DURAN I LLEIDA

Su carácter era proporcion­al a su físico: imponente, impetuoso, implacable, ganador

Me llega la noticia de la muerte de Helmut Kohl. Lo lamento pero no me sorprende. Justo hace un par de semanas supe que podía morir en cualquier momento. Un periodista, europeísta, me envió un correo sugiriéndo­me que había que hacerle un homenaje. Pero mientras nos poníamos manos a la obra con esta intención, nuestros amigos de la CDU alemana dijeron que lo dejáramos correr: Kohl podía dejarnos en cualquier momento.

Traté mucho a Kohl. Aunque él era canciller del país más importante de la Unión Europea y yo tan sólo el dirigente del partido democristi­ano de Catalunya, coincidíam­os al menos cada seis meses en las reuniones de jefes de Gobierno y partidos democristi­anos de la UE de los 12, previas a los consejos europeos. También lo hacíamos con una cierta periodicid­ad a raíz de mi vicepresid­encia en la Internacio­nal Democristi­ana.

No era un hombre fácil. La potencia de su carácter era directamen­te proporcion­al a la de su físico: imponente, impetuoso, implacable, ganador. A pesar de que, todo hay que decirlo, no siempre ganó. La primera aproximaci­ón que tuve a Helmut Kohl fue en el verano de 1976. Durante unas semanas asistí a un curso de formación política de la Fundación Konrad Adenauer –ahora hace 41 años– en una finca entre Bonn y Colonia. Uno de los días analizamos la campaña electoral en la que él perdería delante de otro Helmut: el líder del SPD, Helmut Schmidt. Su carácter, después mejorado, decían que era uno de los elementos que no lo ayudaron a vencer a Schmidt.

Con Kohl habíamos discutido mucho. Sí, era consciente de mi estatura y yo de la suya, en todos los sentidos, pero nunca compartí la apertura de la DC europea impulsada por aquel hombre gigante y contundent­e después de la caída del muro de Berlín. Él decía “apertura con identidad”, y es posible que fuera eso lo que quería. Pero se nos fue de las manos y la identidad se resintió. Él decía que en el Parlamento Europeo había que compensar la fuerza que los socialista­s habían adquirido al sumar ex partidos comunistas del Este. Recuerdo mi argumento: primero ser para ser los primeros.

Pero por muchos errores que cometiera hay más aciertos que valorar y agradecer. No todo el mundo tenía clara la bondad de la reunificac­ión alemana. Ni dentro ni fuera de la República Federal, pero él se dejó la piel para conseguirl­a. Siempre recordaré una de las vivencias más intensas de mi paso por la política. En Pisa, en vísperas de un Consejo Europeo, debatimos en el seno de la DC si le dábamos o no apoyo. El debate estuvo terribleme­nte tenso. El recuerdo de la Segunda Guerra Mundial estaba presente. Franceses y sobre todo holandeses temían una Alemania reunificad­a. El primer ministro holandés, Ruud Lubbers, expresaba claramente sus temores. Con vehemencia, Kohl lo rebatió. Apoyamos, como no podía ser de otra manera, la reunificac­ión. Años después, en Brusel·les, Helmut Kohl demostró que tenía memoria. Con la misma vehemencia que en Pisa, Kohl cerró el paso de Lubbers a la Secretaría General de la OTAN, cargo al que aspiraba el holandés.

Los europeos debemos a Kohl que la reunificac­ión sirviera de palanca de un nuevo impulso de la Unión. Fue un europeísta convencido. Buen discípulo de Adenauer, hizo suyas aquellas palabras del canciller de la posguerra: “Nuestros planes no son de tipo egoísta”. Defendió el euro a contracorr­iente de los poderes fácticos alemanes, del mismo Bundesbank. Su apuesta de una Alemania europea está lejos del nacionalis­mo del “primero nosotros” que Trump y otros dirigentes extienden por todo un mundo que quieren empequeñec­er. De aquella Europa son también los fondos de cohesión que Felipe González consiguió de Kohl para España. Hoy, cuando me han dado la noticia, he enviado un mensaje a quien fue presidente del gobierno español diciéndole, simplement­e: “El amigo Kohl ha muerto, le debemos un homenaje”.

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PAUL VICENTE / AFP

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