La Vanguardia

EL APELLIDO IMPORTA, Y MUCHO

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Uno es con frecuencia el último en enterarse, pero hay matrimonio­s que están condenados al desastre desde antes de que se consumen. Uno de ellos es el del Reino Unido con lo que aquí se llama “el continente”. Primero, porque los padres del novio (la Francia de De Gaulle) se negaron a aceptar a la novia la primera vez que quiso ir al altar. Y segundo, porque la misma novia (Gran Bretaña) nunca estuvo enamorada de verdad, y en lo único que pensaba era en las ventajas económicas. Lo mismo cuando se trataba de la CECA (Comunidad Europea del Acero y del Carbón), que de la CEE (Comunidad Económica Europea), que de la UE (Unión Europea). El apellido es importante. En el mundo anglosajón es tradición que las mujeres, al casarse, abandonen el suyo y adopten el del hombre, algo que viene de la época normanda, cuando se convertían por ley en una “posesión” suya. Muchas incluso conservan el del primer marido tras divorciars­e de él y casarse con otro (u otros), a fin de tener el mismo apellido que sus hijos, o porque por él son conocidas profesiona­lmente (ejemplo, la actriz Susan Sarandon). Aquí sorprende que las españolas (como Míriam González Durántez, la esposa del político liberal Nick Clegg) no acepte el de su cónyuge, y lo ven como un gesto de independen­cia y rebeldía. Como el del Reino Unido al votar el Brexit.

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