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El congreso del PSOE, que ha encumbrado a Pedro Sánchez como nuevo secretario general, y las elecciones francesas a la Asamblea General.
CUANDO en Francia y en casi toda Europa los partidos socialistas están en horas bajas, el PSOE, que lleva años acumulando frustración, pésimos resultados y enfrentamientos fratricidas, sale de su trigésimo noveno congreso respirando optimismo y voluntad de poder. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué es lo que explica el giro ilusionado de un partido que tan sólo un par de meses atrás parecía haber entrado en una espiral autodestructiva? En un contexto de gran complejidad, caracterizado por la desaparición del bipartidismo, los escándalos de corrupción y el choque de trenes en Catalunya, con Podemos pisando los talones socialistas y después de una batalla sin cuartel entre Pedro Sánchez y los principales barones y líderes históricos, en este contexto de múltiples y endiabladas complejidades, ¿cuál es el factor que explica el buen ánimo del PSOE?
Sin duda, el factor humano. El factor Sánchez. La formidable capacidad de resistencia que ha protagonizado Sánchez desde que fue descabalgado de la secretaría general se ha convertido en un ejemplo moral para el PSOE. Sánchez supo afrontar un cúmulo de adversidades: sobrevivió a la hostilidad de las fuerzas vivas de su partido y al desprecio de la opinión pública oficialista, que lo describía como aventurero y como un obstáculo a la gobernabilidad. Sin apoyos externos, fue incluso abandonado por muchos de sus aliados y por algunos de sus íntimos colaboradores. En el artificioso mundo de la imagen política, Pedro Sánchez encarnó virtudes perdidas: coherencia, valentía, determinación, resistencia. En una época en que la política, para sobrevivir al enorme ruido mediático, necesita un relato creíble y emotivo para seducir a una ciudadanía escéptica y desconfiada, Sánchez es portador de un relato auténtico: el del luchador que, superando adversidades de todo tipo, consigue sobrevivir políticamente, fiel a sus ideas y a sí mismo, cuando todo el mundo lo daba por muerto.
La militancia socialista, avergonzada por pertenecer a un partido desnortado y con la identidad perdida, ha encumbrado a Sánchez con la ilusión de que el PSOE entero, como partido y como marca electoral, consiga incorporar a su haber el relato de la resistencia a la adversidad.
El trigésimo noveno congreso del PSOE ha traducido esta ilusión. No es de extrañar la ausencia en el congreso de algunos viejos nombres: el nuevo carisma de Pedro Sánchez ha barrido los carismas pasados. Una clara demostración de su fuerza actual es la nueva ejecutiva, muy coherente. Que dicha ejecutiva haya recibido un 30% de abstenciones indica que la oposición a Sánchez no es ínfima, aunque discreta. Eso no sucedía en el PSOE desde los tiempos en que González arriesgó su liderazgo para moderar el partido y superar el marxismo. Sin poner en duda la vocación de gobierno del PSOE, Sánchez ha enfatizado su identidad de izquierdas (voluntad de pactar con Podemos, sin excluir a Ciudadanos). En este sentido, su receta es de manual: acentuar la identidad del partido para recuperar a su electorado natural, en especial a los jóvenes, a los que se dirigió recordando la lacra del precariado.
El nuevo carisma de Sánchez es una incógnita. Una gran capacidad de lucha individual no siempre se traduce en clarividencia estratégica. Y, sin embargo, de momento, su apuesta renovada por el federalismo y la plurinacionalidad en el modelo de Estado abre una ventana de oportunidad para el diálogo y para la política en el conflicto causado por el quietismo del presidente Rajoy y el unilateralismo del president Puigdemont.