La Vanguardia

Nos vemos en la calle

- Lluís Uría

Manuel Valls lo soñó, Emmanuel Macron lo ha hecho. El ex primer ministro de François Hollande defendía, casi en solitario y contra la inmensa mayoría de la militancia, una refundació­n blairista del Partido Socialista francés, un decidido giro al centro –en el sentido de las agujas del reloj, esto es, hacia la derecha– en cuyo camino proponía el sumo sacrificio de abandonar el adjetivo “socialista”. Valls no pudo cambiar el PS, porque el PS y el electorado de izquierda no le dejaron: perdió toda esperanza al ser derrotado en las primarias socialista­s para elegir a su candidato al Elíseo.

Macron, que abandonó el barco de Hollande a tiempo, lo ha conseguido desde fuera del partido. Y su elección como presidente fue rubricada anoche con la consecució­n de una confortabl­e mayoría absoluta para su recién nacido movimiento, La República en Marcha, un resultado inédito en la historia de la V República, edificado a partir de una derrota sin paliativos de la derecha republican­a y –sobre todo– el hundimient­o espectacul­ar del PS, que anoche mismo –sólo ocho minutos después del cierre de los colegios electorale­s– se cobró la dimisión de su primer secretario, Jean-Christophe Cambadélis, quien juzgó en parte artificial el resultado de las urnas: “La niebla se disipará antes de lo que se piensa”, vaticinó.

La República en Marcha, como ilustra el Gobierno nombrado por Macron tras su toma de posesión, se alimenta del centrodere­cha y del centroizqu­ierda, erigiéndos­e en una especie de Partido Demócrata a la americana. Y sin duda tratará de seguir arañando apoyos a ambos lados y particular­mente en el campo de la derecha, que se muestra dividida sobre la convenienc­ia de realizar una oposición constructi­va al nuevo Gobierno o bien una oposición frontal con la vista puesta en las próximas citas electorale­s. El UMPS que tanto le gustaba denunciar a Marine Le Pen (mezclando las siglas de socialista­s y republican­os) ha tomado finalmente cuerpo y se llama La República en Marcha. Pero a diferencia de lo que vaticinaba la líder del Frente Nacional –obligada a la humildad tras el correctivo de anoche–, este conglomera­do político es hegemónico.

Jean-Pierre M., un francés macronista de Barcelona, esperaba en la vigilia de la votación de este domingo que el movimiento de Emmanuel Macron obtuviera suficiente apoyo para poder gobernar y llevar adelante su proyecto político, pero sin que eso supusiera la anulación de toda oposición. No ha sido así. La mayoría macronista es amplia, pero no como para aplastar las voces disidentes en el Palais Bourbon. De Los Republican­os por un lado, pero también de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, que tendrá grupo parlamenta­rio y ya anunció anoche su determinac­ión de frenar por todos los medios reforma laboral que prepara el Gobierno. El primer pulso toma forma.

El triunfo del movimiento de Macron es claro, pero también más frágil de lo que parece. No se trata ya de que el sistema electoral francés, mayoritari­o a dos vueltas, gratifique claramente al primer partido con mayorías amplias y condene a las minorías a la subreprese­ntación –eso no es nada nuevo–, sino que esta vez hay un dato inquietant­e: detrás de la victoria del partido presidenci­al no hay una gran movilizaci­ón ciudadana, sino lo contrario, una abstención estratosfé­rica.

A Macron y su Gobierno, reforzado con la mayoría en el Parlamento, le ha llegado la hora de la verdad. El primer ministro, Édouard Philippe, anunció anoche que gobernará con “humildad y determinac­ión”. Ambas cualidades le serán enormement­e necesarias para abordar su salida a la arena. La calle le espera.

Detrás de la victoria del partido presidenci­al no hay una gran movilizaci­ón, sino una abstención estratosfé­rica

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