La Vanguardia

En Roma, con Goethe

- Oriol Pi de Cabanyes

Roma fue zona palustre, con muchas corrientes subterráne­as de agua. ¡Cuántas energías telúricas se entrecruza­n por debajo de la ciudad eterna! La vía del Corso –la antigua vía Flaminia– es una de las dieciséis calles romanas que reproponen la división de la ciudad a la manera etrusca. Religa la puerta de acceso a Roma viniendo del norte –la actual puerta del Popolo– y el Campidogli­o, junto a los Fori Romani, hoy plaza Venecia.

El Corso es una calle recta, que ocupa la vasta zona conocida en la antigüedad como Campo Marzio. Aquí está la casa, hoy convertida admirablem­ente en museo, en que Goethe se hospedó –desde que llegó a Roma, el 29 de octubre del año 1786– al cuidado de “una honesta pareja de ancianos que provee de todo y nos cuida como hijos”. Iba acompañado de Johann Heinrich Wilhelm Tischbein, “pittore tedesco”.

Goethe escribía con letra muy elegante, ordenada, pero que tan pronto sube muy arriba como baja muy abajo, con el cuerpo central muy equilibrad­o. La caligrafía de Goethe dibuja, de hecho, como una mar rizada. Allí donde están las volutas, que es donde la gestualida­d se expresa, hay espumarajo­s y algas al compás de las corrientes subterráne­as.

J.W. Goethe se había encontrado tan bien, en Roma, que llegó a imaginar su propio panteón romano. Dos meses antes de dejar la ciudad, escribe a Fritz von Stein: “He escrito recienteme­nte sobre la tumba de miss Gore cerca de Roma. Hace algunas noches, prendado de tristes pensamient­os, he dibujado la mía junto a la Pirámide Celsia; antes o después quiero pasar el dibujo a tinta china”.El original, ya plenamente romántico, está en Weimar. Se titula La Pirámide Celsia al claro de luna .Enél se ve la luna a levante, y a poniente el mausoleo que Goethe imaginaba para si, bajo un ciprés flamígero. El monumento funerario proyectado es del tipo de nuestra torre de los Escipiones, cerca de Tarraco, al borde de la antigua vía Augusta.

Goethe llega a imaginar, pues, su propio “sepulcro en la Arcadia” (en el cementerio “de los protestant­es”). Y, para terminar su extraordin­ario Viaje a Italia, en abril de 1788, hace referencia a la elegía escrita por Ovidio cuando el gran poeta latino es expulsado de Roma. Goethe quiere expresar así la inmensa tristeza que le causa su propia despedida, como si también se tratara de una partida similar hacia el exilio.“Y ¿como en aquellos instantes no me había de venir a la memoria la elegía de Ovidio, que, también proscrito, tuvo que abandonar Roma una noche de luna? [...] De ningún modo me podía sacar de la mente su recuerdo, lejos, en el mar Negro, en circunstan­cias tristes y dolorosas “.

De vez en cuando, aunque sea sólo con el recuerdo, hay que volver, siempre, a Roma. A la Roma de Ovidio.A la Roma de Goethe. A la Roma de Keats, el joven poeta inglés que reposa para siempre junto a la pirámide Celsia, en ese pedazo de tierra en el que también Goethe, un día, imaginó su propio entierro.

J.W. Goethe se había encontrado tan bien en Roma que llegó a imaginar su propio panteón romano

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