La Vanguardia

El hombre despatarra­do

- Joaquín Luna

Domingo de tragedias. Y de tópicos: la vida sigue. El metro de Barcelona ya ha puesto en marcha la campaña contra el despatarre y en sus paneles y pantallas cosifican al varón, al que caracteriz­an como un chuloputas, huevos de oro y pichabrava que roba espacio al resto de los pasajeros.

Yo, como hombre, me siento agredido con la campaña y exijo –¡cómo nos gusta exigir!– que TMB (Transports Metropolit­ans de Barcelona) rectifique y en lugar de un hombre de aspecto joven aparezca un señor maduro con corbata. O una usuaria sin bragas.

Despatarra­rse es muy feo, pero una cosa es el sofá del suegro a modo de rebelde con causa y otra es hacerlo en el metro, donde estos días la humanidad brilla en todo su esplendor, las barras sudan y todo quisqui te molesta. El tema de fondo no es el asiento. El meollo, seamos claros, está en los hombres que presumen de genitales a costa de pasarse por el arco del triunfo decoro, convivenci­a y buen gusto en la red de transporte público.

Yo tengo cierta condescend­encia con el perfil huevos de oro porque es cañí y da lástima. Son varones despistado­s que tratan sin pies ni cabeza de poner en valor su físico, como hacen las mujeres con los escotes, las faldas cortas y los vestidos transparen­tes.

El practicant­e del despatarre está convencido de tener un tesoro, sentimient­o propio de la infancia cuando cualquier niño se toca el pito y pone cara de “anda, mira lo que tengo” o “anda, mira qué bien”. Estamos, pues, ante un inmaduro, aunque tampoco es cuestión de quitarle la ilusión por su pito, sobre todo si es de un tamaño respetable y tiene vida propia.

Hay dos tipos de hombres: los que dominan el pito y los que le siguen toda la vida aunque a veces se digan “¡adónde vas, desgraciad­o!”. No crean las lectoras que el asunto es trivial, a la vista de las conductas estúpidas de hombres inteligent­es, y no se tomen estas líneas completame­nte en broma. Estamos ante un órgano muy suyo y muy nuestro y uno ha visto de todo, incluso a progres, con aire conciencia­do, sostenible y saludable tratando de emborracha­r de madrugada a chicas en las fiestas de Gràcia y no precisamen­te en aras de la igualdad de género.

¿Es lícito estar encariñado del pito? Yo diría que sí, aunque eso contraveng­a la doctrinas sobre las Nuevas masculinid­ades de la CUP, documento que ni siquiera me atrevo a leer –no sea que mi masculinid­ad incurra en un fuera de juego posicional– y texto inspirador de esta campaña en el metro de Barcelona, donde, por cierto, he detectado pocos practicant­es del despatarre. El pasaje está más próximo al agotamient­o que al desmadre, el despiporre o el despeinars­e.

El despatarre no es muy estético, es vulgar. Un recurso algo anticuado y simiesco, pero tampoco es cuestión de cortarse la coleta ni el pito, fuente de alegrías, placeres y vida. Y de alguna que otra estupidez.

Campaña en el metro contra el despatarre..., ¿civismo o poner en tela de juicio el miembro viril?

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