La Vanguardia

El incendio de Portugal se vuelve contra el Gobierno

El secretario de Estado de Interior ya anticipó la catástrofe en el mes de mayo

- CELESTE LÓPEZ

El incendio que asuela el centro de Portugal, y que ya ha causado 64 víctimas, se vuelve contra el Gobierno. Un alto cargo advirtió en mayo que podía haber una catástrofe y, pese a todo, el operativo contra incendios no tenía previsto estar del todo a punto hasta julio.

Susana Alvares parece una muerta andante. Sus escasos 50 kilos apenas pueden sostener su 1,70 de altura. No llora, no tiene fuerzas. Sólo gime suavecito, como los gatos, encogiendo el alma a los escasos vecinos de las afueras de Pedrógão Grande que la acompañan, mientras rebusca por un suelo ennegrecid­o, bañado por la ceniza. Pero ¿cómo no va a estar tan profundame­nte desolada?, ¿cómo tiene aún fuerza para moverse? Susana ha perdido todo, cuando todo es todo. Su casa, sus posesiones, su ropa, su coche..., todo lo adquirido en su vida. “No tengo nada”, dice sorbiéndos­e los mocos.

“¿Cómo se empieza una vida de cero?”, pregunta. A sus 43 años, decidió dejar Lisboa e iniciar una nueva vida en el mismo corazón de Portugal, en Pedrógão Grande. Hasta aquí se vino con su marido y sus hijos, cuando perdieron el trabajo en los duros años de la crisis. Y consiguier­on remontar. Con sus propias manos construyer­on una casa rural con 6 habitacion­es, en un paraje al que acuden muchos portuguese­s urbanitas en busca de relax. La vida parecía que les sonreía, creyéndose eso de que la suerte busca a quienes se esfuerzan. Pues no, no es cierto. O, al menos, no lo es siempre. El fuego se cebó en su casa, en su modo de vida. Sin embargo, dejó ilesa la de al lado.

Y, sin embargo, Susana debe sentirse afortunada, como le dicen los vecinos. “Muchos han perdido la vida”, le recuerdan, mientras ella asiente con la cabeza con unos ojos llenos de disculpa. Y tienen razón esos vecinos que recuerdan a los 64 muertos y la angustia de aquellos que no encuentran a los suyos. Como la familia de Sergio, un lisboeta que viajaba con su mujer y sus dos hijos, de 2 y 4 años, de los que no se sabe nada desde antes del incendio.

Al mediodía de ayer, cuando el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, visitaba la zona, para dar fuerzas a unos bomberos y un ejército desfalleci­dos contra un fuego que sigue descontrol­ado, se hicieron públicos los últimos datos de la tragedia: 64 muertos y 136 heridos, el doble de los contabiliz­ados inicialmen­te.

El Instituto Anatómico de Coimbra ha comenzado ya las labores de identifica­ción. Por el momento lo han logrado en 24 casos; el resto, aseguran, tardarán tal es el estado de carbonizac­ión en el que se encuentran los cadáveres. Y con la identifica­ción, llegan los primeros rostros de este infierno. Como el de Fátima Carvajal, que murió junto a su hijo y su marido. El de Ricardo Martines, que falleció en el interior de su coche con su mujer. O el de Ana Henriques, que viajaba con su novio.

Y los niños. Hasta cuatro, al menos, por el momento. Como Rodrigo, de 4 años, que moría frente a su madre. Ella se encuentra grave en el hospital, con quemaduras en los brazos, pecho, piernas y rostro, producidas cuando intentaba sacar al pequeño de una casa que “en un segundo” quedó rodeada por las llamas. Una vecina le impidió matarse.

Bianca, de 3 años, murió junto a su abuelo, cuando intentaban huir de un fuego que, de pronto, dio media vuelta y se cebó con su casa en la aldea mártir. En este mismo pueblecito, donde el fuego arrasó gran parte de las casas, un grupo de vecinos salvó su vida. Rodeados por las llamas, se metieron en una alberca con agua y ahí pasaron la noche, mientras suplicaban una ayuda que no llegó hasta la mañana del domingo. Los bomberos no pudieron pasar a la aldea tal era la voracidad del fuego.

Otros dos pequeños, cuya identidad no ha sido desvelada, murieron en el interior de los vehículos que circulaban por la carretera 226, que se convirtió en una verdadera ratonera para familias que intentaban huir del infierno. La escena que dibuja en estos momentos esa vía es, sencillame­nte, demoledora.

Se estima que de los 64 muertos, 47 falleciero­n en ese camino montañoso que no estaba cortado. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Pero todos los ojos están puestos ahí, en esa serpiente de asfalto de la que aún no han retirado los coches calcinados. También sobre la investigac­ión que se ha abierto. Las altas temperatur­as, el fuerte viento, la tormenta seca, la orografía... todo se entiende, pero no que esa carretera se mantuviera abierta a la circulació­n.

¿Y ahora qué? Los vecinos, lo tienen claro: “Los vivos, a seguir viviendo”, dice João Alves. Aunque son consciente­s de que van a precisar mucha ayuda, especialme­nte para los que lo han perdido todo. Y también para una zona que ha quedado completame­nte destrozada. Las miles de hectáreas quemadas han arruinado un área que había conseguido mantenerse hasta en los momentos más duros de la crisis.

Entre los 64 fallecidos, al menos cuatro niños de corta edad y otros dos, de 2 y 4 años, siguen desapareci­dos

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 ?? PAULO DUARTE / AP ?? Un avión lanzando ayer agua sobre el bosque a las afueras de Pedrógão Grande; más de 2.000 bomberos siguen luchando contra el fuego
PAULO DUARTE / AP Un avión lanzando ayer agua sobre el bosque a las afueras de Pedrógão Grande; más de 2.000 bomberos siguen luchando contra el fuego
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