La Vanguardia

Poscongres­o

- Pilar Rahola

Celebrado el congreso, enterrado el felipismo y ungido Pedro Sánchez, ya podemos hablar de un tiempo nuevo del socialismo español, y no sólo por el cambio de protagonis­tas, sino por el cambio global de paradigma. Este congreso no es un suma y sigue de la larga lista que acumula en su historia, sino un punto y aparte, un capítulo nuevo que se escribirá con una tinta distinta. Pedro Sánchez llega, el felipismo se va y el PSOE se reinventa y la transición entra definitiva­mente en el museo.

Algunas reflexione­s aventurada­s, a la espera de acontecimi­entos. La primera, el zarpazo socialista que se producirá hacia las huestes de Pablo Iglesias, atrapadas entre la necesidad de entenderse con este socialismo virado a la izquierda, y el abrazo de oso que representa dicha necesidad. Podemos tuvo el protagonis­mo con la moción, pero es previsible que el liderazgo global de la izquierda vuelva a recaer en un PSOE que se ha acercado al asfalto del 15-M y se ha alejado de los amigos iraníes, los yates con puro y panza y los sofás mullidos de Ferraz. Pedro Sánchez es más Iglesias que Felipe, y sobre todo es un político reinventad­o, curtido en la dureza de una decapitaci­ón inesperada y una más inesperada resurrecci­ón. Hoy por hoy tiene algo muy valioso y muy escaso en política: credibilid­ad. Y con ella pretende volver a levantar unas siglas momentánea­mente heridas.

La segunda, la moción que probableme­nte llegará, porque ese Sánchez que combatió al PP hasta el “no es no”, y que murió por ello, sólo puede levantarse sobre las ruinas de un Rajoy finalmente vencido. Y para ello es previsible imaginar un escenario de censura parlamenta­ria que irá in crescendo hasta la moción final. En cierto sentido, lo de Podemos fue el preámbulo de una batalla que ya se atisba. Y si Sánchez es lo que parece, será cruenta.

Con el giro a la izquierda, los vasos comunicant­es con Podemos, el intento (difícil) de equilibrar­los con la relación con Ciudadanos y el aumento de la tensión parlamenta­ria, lo único que Pedro Sánchez no parece tener controlado es lo de Catalunya, lo cual es una tradición muy hispana. En este punto cabe reconocer que no tiene el discurso pétreo (e intolerant­e) del PP y que parece honesto en su voluntad de abrir canales de diálogo, pero el relato sobre el tema catalán continúa siendo tosco, superficia­l y basado en tópicos sudados. Lo de ser nación pero no serlo, porque lo somos, pero no podemos ejercer y etcétera, es el summum del disparate, y más cuando en Catalunya se están preparando las urnas.

Para más inri, ha designado a Patxi López como lidiador del conflicto, lo que añade desconcier­to porque ya demostró sobradamen­te en primarias que no tiene ni pajolera idea de lo que pasa en Catalunya. Lo cual aterriza en una conclusión antipática: Pedro Sánchez parece el hombre para una España nueva que, respecto de Catalunya, continúa siendo muy vieja.

Pedro Sánchez llega, el felipismo se va, el PSOE se reinventa y la transición entra en el museo

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