Don Giovanni en su infierno
El Liceu arrasa con el montaje ‘high-tech’ de Kasper Holten sobre el mítico seductor
Ha cosechado vítores y abucheos desde su estreno en el Covent Garden en el 2014 y anoche el Don Giovanni en versión high-tech de Kasper Holten (Copenhague, 1973) aterrizó por fin en el Gran Teatre del Liceu, uno de sus coproductores junto a la Houston Grand Opera, The Israeli Opera de Tel Aviv y, por supuesto, el Covent Garden, que dirigía hasta hace unos meses el propio Holten, un creador que, a contracorriente, ha dicho no a cinco años más en la Royal Opera House para volver a Dinamarca con su familia. Y anoche en el Liceu sólo hubo bravos, y arrasadores.
Los bravos indiscutibles en todas partes han sido para el atractivo barítono Mariusz Kwiecien, que para todo el mundo, efectivamente, representa al Don Giovanni, el seductor Don Juan, ideal. Anoche también lo fueron. Pero luego, de la producción high-tech, y de las decisiones sobre los personajes y algunas escenas, como la final, se ha dicho en Londres literalmente de todo: desde que el uso de las proyecciones de vídeo sobre el enorme cubo-casa de Don Giovanni que preside la escenografía es el más fascinante visto hasta ahora en un escenario operístico, hasta que es un thriller victoriano envuelto en tecnología; o que el final, en el que Don Giovanni no desciende muerto por el Comendador a ningún infierno, como sucede habitualmente, sino que se queda con el suyo propio, a solas en escena, sin los demás, sin nadie, es brillante, mientras que para otros resulta una abdicación de la dirección, y ven personajes demasiado opacos y mucha confusión escénica en general. En suma, la polémica que se espera de un gran acontecimiento.
En el Liceu no hubo ninguna polémica. La escenografía de Es Devlin y las proyecciones de vídeo creadas por Lukas Halls fascinaron desde el principio. Un enorme cubo blanco de fachadas en buena parte vacías que va girando en el centro del escenario es inicialmente, cuando apenas es una fachada, la casa del Comendador asesinado, pero luego, ya transformada la parte central en un cubo giratorio, la de Don Giovanni, su mundo, y cuando conviene, el interior de su cabeza. Su pensamiento y confusiones. Un cubo repleto de tabiques, puertas y escaleras que parecen querer funcionar como una de las imposibles geometrías de los dibujos de Escher aunque, claro, con menos imposibilidad, y que en todo caso resultan ideales para una obra de engaños, disfraces, humor, trampas y muchos amores condenados pero insistentes y un enorme seductor, Don Giovanni, que no puede dedicarse a otra cosa: su criado Leoporello explica que le gustan sobre todo las principiantes, pero tampoco le importa si son muy maduras.
Sus nombres aparecen repetidamente sobreimpresionados en la escenografía invadida por el videomapping: Louisa, Danielle, Odile, Ophelia, Susanna... miles. Leporello, que está harto de la miseria a la que lo somete Don Giovanni, dice que sólo en España, donde transcurre la obra, en Sevilla, lleva... 1.003. Y en este drama gioccoso el mismo Don Giovanni, desde el piso de arriba, puede llegar a decir que acaba de entrar a la casa una mujer guapa: lo nota por el olor. Unas mujeres a las que les cuesta aprender con él, como doña Elvira, a la que ha abandonado. Ella lo quiere matar y al verlo .... le besa. Le quiere redimir. Será inútil.
Los aplausos a los cantantes llegaron desde el principio, desde el relato de amantes hecho por Leporello (Simón Orfila) hasta el Dalla sua pace de Ottavio, cantado por Dmitry Korchak, largamente aplaudido y que lo volvería a ser en múltiples ocasiones convirtiéndose al final en el gran ovacionado. Y Zerlina, Julia Lezhneva, también se llevó pronto lo suyo y al final se llevó una ovación de aúpa. En general el reparto sonó a gran altura.
Al final, efectivamente la estatua del comendador asesinado al principio volverá a vengarse a casa de Don Giovanni. Y no le arrastrará al castigo de los infiernos, del Hades, sino que le llevará al suyo propio, a esa soledad en la que continuamente da saltos hacia delante. Con el resto del reparto cantando desde el foso de los músicos. Al final, el infierno es uno mismo, viene a decir Holten. Y al Liceu no le pareció nada confuso, sino que lo aplaudió a rabiar.
Cerrada ovación a los cantantes y al director de orquesta de un público totalmente entregado