Pakistán gana la guerra del cricket
Triunfo en el Trofeo de Campeones ante India, con una audiencia global de mil millones de personas
En comparación, un BarçaMadrid, un Boca-River o un Arsenal-Tottenham son un juego de niños. Cada vez que se enfrentan al cricket, India y Pakistán reviven sus cuatro guerras y sus infinitos enfrentamientos. Es como si el boleador fuera lord Mountbatten, y a la bola le pegaran con el bate Jinnah, Nehru y Gandhi. Es la reedición deportiva del conflicto de la partición y la independencia, que desembocó en la creación de dos países separados (y luego, años más tarde, Bangladesh).
Las dos potencias del continente asiático, el Pakistán islámico y la India nacionalista y multicultural donde convive la mayoría hindú con los musulmanes y los sijs, tienen en común el cricket, un legado colonial. Pero no se enfrentan en el extranjero desde los atentados terroristas de Bombay en el 2008, y menos aún con las recientes escaramuzas en el conflicto de Cachemira, en parte por el populismo del Gobierno de Delhi y en parte por miedo a lo que pudiera pasar en las gradas dada la hostilidad entre ambos países. Sólo lo hacen en torneos internacionales y en amistosos en el extranjero, ya sea los Emiratos Árabes o Canadá (que tiene emigrantes de ambas comunidades).
En cricket, tradicionalmente, los grandes partidos se dilucidan a lo largo de cuatro o cinco días, en los que cada cuadro bolea y batea dos veces, y las decisiones de quién lo hace primero –en función del estado del césped y el clima– son frecuentemente decisivas. Para compararlo con algo, es como un choque de Copa Davis, pero más largo e infinitamente más lento, con pausas para comer, tomar el té y lo que haga falta. Por eso, para agilizar, se han inventado en tiempos recientes la versión exprés, que se decide en un solo día, menos sofisticada pero más apta para la tele.
Pakistán, a pesar de su gran tradición, era el equipo de más bajo rango al comenzar el Torneo de Campeones, víctima del aislamiento por parte de India, ya que los enfrentamientos con el vecino son su principal fuente de ingresos. Cuando ambas selecciones se enfrentaron en Birmingham en la primera ronda, sufrió una paliza considerable que no hizo más que dar la razón a los críticos. Pero como el deporte es así, consiguió superar la fase inicial y clasificarse para las semifinales, en las que derrotó a la favorita Inglaterra. Y presentarse en la final contra el enemigo más odiado.
Y Pakistán ganó, contra todo pronóstico, y además sin contemplaciones, al reducir a India a un total exiguo de 158 carreras, mientras anotaba 338. El boleador Fakhtar Zaman (equivalente de lo que en béisbol es un pitcher) fue el héroe del partido, junto con el bateador Mohammad Amir, rehabilitado después de una suspensión por participar en el amaño de partidos, una práctica a la orden del día dado el volumen de dinero que se juega en las apuestas, lo mismo en Bombay y Calcuta que en Lahore e Islamabad.
El Oval del sur de Londres estuvo lleno a rebosar, con un ambiente festivo, como de un Mundial de fútbol, en el que las banderas pakistaníes competían en las gradas con las tricolores indias pero la agresividad estaba controlada. Los organizadores podrían haber vendido cinco veces más entradas que las del aforo del estadio, y, en medio de una ola de calor como si fuera Barcelona, hubo quienes acamparon y pasaron la noche a la intemperie con la esperanza de lograr una localidad. Para Pakistán fue un hito. Para la orgullosa India de Modi, una inesperada humillación difícil de superar.
MÁS QUE RIVALES Los dos países sólo juegan en territorio neutral por los atentados de Bombay y el conflicto de Cachemira