La Vanguardia

Drama, farsa y ridículo

El Govern, con la falacia de avanzar la hora de los éxitos, nos lleva con radicalida­d al precipicio, el peor fracaso

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Aquella ley de Murphy que dice que “si alguna cosa puede ir mal, irá mal” está ahora a punto de cumplirse en Catalunya. Con el anuncio del día y pregunta para el referéndum unilateral hecho con la pompa de la trascenden­cia con que se acompaña cada secuencia separatist­a, ha quedado activada la fase final de una desoladora etapa en la que el drama y el ridículo van de la mano. Lo que la historia no perdona es el abuso de los días históricos porque en lugar de agrandarla la empequeñec­e, y eso es lo que ahora está pasando aquí. Algún día habrá que pedir serenament­e cuentas a los que han reventado el legado de Espriu: “Que nada que pase haga romper los puentes del diálogo”. A ambos lados del río.

No hay nada más peligroso que una idea cuando se tiene una sola, y la idea de referéndum sí o sí implica fracturar sí o sí la sociedad. Cuando un gobierno se sitúa fuera de la ley sin ninguna posibilida­d de alcanzar sus objetivos, acciona una dinámica política que deja irresponsa­blemente el futuro al azar. El diálogo, la transacció­n y el acuerdo como esencia de la política se sustituyen por un gran casino donde los crupiers reparten las cartas y reclaman apuestas sin saber qué suerte depararán los números de los dados. Provoca impotencia, y sobre todo una enorme tristeza, ver cómo se deja Catalunya en la más profunda de las incertidum­bres. Crea consternac­ión constatar cómo el Govern catalán, con la falacia de avanzar la hora de los éxitos, nos lleva con radicalida­d al precipicio que es el peor de los fracasos.

Igualmente irrita comprobar, una y otra vez, que no hay manera de sacudir el tancredism­o insobornab­le del Gobierno del Estado. Se entiende que no quiera negociar la independen­cia y es cierto que no puede. Comparto el respeto por la ley como principios de la democracia, pero deploro que la ley sea refugio de principios inmutables. La imposibili­dad de negociar no es argumento para no negociar. ¿No decían que era imposible negociar torturados y torturador­es, perseguido­s y perseguido­res al final del franquismo? Pues fue posible, y estos días conmemoram­os una etapa de la historia de España que testimonia que cuando se quiere, se puede.

El día 1 de octubre no será el día de la victoria de nadie. Al revés, todos saldremos derrotados. Karl Marx, corrigiend­o a Hegel, escribió que la historia se repetía dos veces: primero como tragedia y después como farsa. Sólo hay que conocer un poco nuestra historia para saber que de esta farsa la que saldrá maltrecha será Catalunya. Pero también saldrá derrotado el Gobierno del Estado por la obsesión de mostrarse ganador. ¿Cómo caray se puede ser ganador si en los dramas siempre sale perdiendo todo el mundo?

Pero el problema no es el ridículo que provoca, sino el drama que supone. Tanto da si los otros son ridículos o dramáticos. Aquí lo que importa es Catalunya. ¿No es un drama que se haya situado el catalanism­o como eje de división de la sociedad? ¿Dónde está el espíritu del “Som sis milions”? ¿No es dramático que se incite a tratar como traidores, situándolo­s en la diana de la disidencia, a aquellos que no apoyan el proceso? ¿No es preocupant­e que eso pase, sobre todo cuando el primero que abonó la disidencia fue el mismo Parlament con Junts pel Sí y la CUP? Ante eso, sin embargo, en las élites del país hay un silencio que ensordece.

¿No es dramático y ridículo al tiempo vivir un proceso de sustitució­n de la realidad? ¿No es mentira afirmar que el proceso no ha dividido Catalunya o que hay varias legalidade­s y que podemos escoger la que nos convenga? ¿No es sustituir la realidad afirmar que con la independen­cia unilateral Catalunya permanecer­ía en la UE? ¿No es ofensivo para los españoles decir que España es un Estado autoritari­o, se diga en un aula de Harvard o en Montjuïc? Napoleón decía que de lo sublime al ridículo sólo hay un paso y aquí hace meses que se dan pasos agigantado­s alejados de lo sublime. ¿No se sabía que la Comisión de Venecia diría que no se puede hacer ningún referéndum que no se ajuste a la Constituci­ón? ¿No se sabe que no habrá ningún organismo internacio­nal que diga que España es un Estado autoritari­o? ¿No tenemos bastante con lo que han dicho Juncker, Tusk, Merkel... o, para no ir más lejos, Macron la semana pasada: “Tengo un solo interlocut­or, socio y amigo. España entera”? ¡Dios mío, en manos de quién estamos!

Todavía estamos a tiempo. Reconozcam­os la realidad y, en lugar de buscar complicida­des que no encontramo­s fuera de Catalunya, orientemos los esfuerzos a reconstrui­r la unidad dentro de Catalunya. Tensar la sociedad buscando una sobreactua­ción del Estado no servirá para justificar los errores. Los agravará todavía más. En todo caso, quede claro que en Catalunya hay muchísimas personas que no estamos dispuestas a aceptar el chantaje de que o bien se está con el referéndum unilateral o bien integras la nómina de catalanes malos, fascistas y botiflers. ¡Basta! ¡Un dirigente del proceso decía que el 1 de octubre había que optar por la dignidad o la imposición –¡siempre la épica!– y al preguntarl­e que con quién contaba, respondió que con los demócratas. ¡Pues conmigo que no cuenten! No soy nadie para decir si ellos son o no demócratas, pero ya basta de extender certificad­os de buena conducta democrátic­a. Eso correspond­e a viejos tiempos que afortunada­mente, con diálogo, transacció­n y acuerdos, hace 40 años que superamos.

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JAVIER AGUILAR

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