La verbena
Una imagen lánguida de líquida melancolía: los restos de una verbena. Fiesta de ayer. Un granito menos en la arena del reloj. Confeti pisoteado, un manso remolino de serpentinas, botellas huecas, el cartón chamuscado de los petardos… Un inventario de rastros enfriados. Una estética expresiva de la celebración pasada. Material sensible para el recuerdo. Siempre habrá quien guarde de una verbena una brisa de emoción y de gratitud. De secreto y de escalofrío. De estruendo cansado para el resto del año. Cosas del solsticio. Del fuego. Y de la dulzona melaza de la adolescencia. Quizá una exageración, pero quien luche, como todos, para conocer su historia al completo contará con dos o tres verbenas en su médula emocional. Aunque también hay el que se ha pasado media vida anhelando su verbena particular –una manera de decirlo– y, cuando le llegó, la pólvora estaba mojada.
Los cohetes, los petardos, las cocas escarchadas de luz frutal y mediterránea... Las verbenas eran una celebración de barrio y de azotea. Y de calle. En cada cruce, una hoguera inflamando los rostros de los concelebrantes. Un ritual benigno, un vínculo con la cadena de la tribu. Vecindad y tradición. Pura antropología.
Las verbenas son vigilias y bailes. Y estrépito. Las pupilas, siempre las pupilas, de los niños dilatadas por la curiosidad, la noche y la algarabía de los mayores. Los figurantes verbeneros de los terrados, rodeados por largas cintas de ojos infantiles, tímidos, curiosos, o azorados, que esperan su turno vital y las primerizas mariposas de la iniciación sentimental.
Los niños ya no conocen los secretos de tirar cohetes ni petardos que aprendían de tíos y hermanos mayores. No era fácil y ahora no es imprescindible. Lanzar un cohete es un acto de poesía efímera. ¿De arte contemporáneo? Magia ancestral. El cielo rasgado por una lágrima en pos de las ánimas. En algunas geografías se lanza un cohete para cada ser querido, para cada ausencia. Cohetes con nombre y apellido. El refinamiento chino y el estallido sin elaborar de nuestro litoral. Hay pocas pinturas de fuegos artificiales, si acaso algún retablo medieval. Sin embargo, la verbena en sí misma parece tema para un impresionista.
Händel escribió Música para los reales fuegos de artificio (1749). Un precursor del piromusical. Nada que ver con las antiguas verbenas de azotea. Las de siempre.