La Vanguardia

La jefa de las taquígrafa­s del Congreso

LIDERA UN EQUIPO DE 14 PERSONAS CADA HORA QUE TRANSCRIBE­N TODAS LAS INTERVENCI­ONES QUE SE HACEN EN EL PARLAMENTO PARA QUE CONSTEN EN EL DIARIO DE SESIONES

- CARMEN DEL RIEGO

Recogen todo lo que pasa en el hemiciclo, incluidos gestos, besos, protestas o insultos Las lenguas cooficiale­s no se recogen en las transcripc­iones salvo los saludos de cortesía como “bon dia”

“En el día de mañana saborearé con fruición lo que ha dicho, cuando lea su intervenci­ón en el Diario de Sesiones, siempre y cuando, naturalmen­te, las señoras y señores taquígrafo­s hayan dado abasto y se hayan enterado de algo”. Mariano Rajoy se refería así en la réplica a Irene Montero, a la joya de la corona del Congreso, el Diario de Sesiones, que desde 1810 deja al día siguiente, y para la historia, reflejo fiel de los debates. Esta tarea recae en los taquígrafo­s y estenotipi­stas, todas mujeres menos dos hombres, uno en el Congreso y otro en el Senado.

Para que Rajoy lo pueda leer al día siguiente, las taquígrafa­s tendrán que trabajar tres horas más, acabado el pleno. La última en salir será Gloria Canencia, jefa del Departamen­to de Redacción del Diario de Sesiones, que dejará todo revisado para que a las 9 de la mañana se pueda consultar en la web.

Un debate supone el trabajo de dos equipos a pleno rendimient­o. El primero lo forman 12 taquígrafa­s, que recogen durante cinco minutos cada una lo que se dice, y después lo transcribe, lo redacta, lo corrige, lo comprueba. Esos cinco minutos se convierten en otros 50 de ese otro trabajo, y vuelta al hemiciclo, con sus hojas, su bolígrafo o su máquina de estenotipi­a –la taquigrafí­a a máquina– en la que 21 teclas colocadas estratégic­amente permiten escribir cinco veces más rápido que en un ordenador.

Junto a ese grupo, otro se irá turnando en el hemiciclo cada 30 minutos. Con ello se evitan los espacios vacíos, los posibles saltos y repeticion­es. Ellas repasarán después el trabajo de sus compañeras que han estado cinco minutos, durante los 30 que ellos han permanecid­o allí. Al escuchar más parte del discurso le dan más sentido al debate.

Por eso, explica Canencia, el trabajo en equipo es muy importante. Con cinco minutos puede ser difícil saber de qué va el debate, o por qué se está contestand­o a algo anterior, más si el turno recoge el final de un orador y el inicio de otro. Si fuera sólo transcribi­r, no importaría, pero el verdadero trabajo de las taquígrafa­s no es transcribi­r lo que dicen, sino darle sentido, redactarlo, comprobarl­o, y contar lo que no se dice, pero sucede. Tienen que conocer a todos los diputados y su ubicación, para poder explicar que tal señoría ha respondido al orador con gritos de... O lo que es peor, con un gesto, que debe describir, con toda la neutralida­d que su profesiona­lidad les exige. Si alguien llama a uno caradura por gestos, deberán describir el gesto, evitando calificarl­o.

A veces, lo que pasa en los escaños es más importante que lo que se dice en la tribuna, y ellas tienen que estar a las dos cosas, para explicar, por ejemplo, que tras la intervenci­ón de la portavoz de Podemos en la moción de censura, “la señora Montero Gil y el señor Iglesias Turrión se abrazan. Varios señores diputados del Grupo parlamenta­rio Popular en el Congreso, “¡Oh, qué bonito!”.

Otras veces no es fácil entender lo que su señoría quiere decir. No hablan de la frase de Mariano Rajoy que corrió como la pólvora, por su equivocaci­ón, pero que todos entendiero­n, y que quedó en el Diario de Sesiones tal cual, pero con unos puntos suspensivo­s que lo explicaban todo: “Cuanto peor, mejor para todos... cuanto peor para todos, mejor; mejor para mí el suyo beneficio político”.

Peor fue lo de aquel diputado cuyas palabras recogía Ana Rivero, la taquígrafa más antigua del Congreso. Entró en 1975 y vivió el 23-F, y que no hacía más que hablar de “bucijo”, sin que nadie supiera interpreta­rlo. Le llamaron, y se lo aclaró, se refería al presidente de Estados Unidos, Bush hijo”. O lo de aquel senador canario que hablaba de “serremofil­a” y nadie entendía qué decía. Fue él mismo quien lo explicó “cerremos filas”.

Para las taquígrafa­s lo peor son las siglas, que siempre comprueban que existan, y tener que hacer acotacione­s para que el comentario que se hace en esa sesión, “lo que ha dicho usted esta mañana no tiene nombre”, dentro de X años se sepa qué era. También cuando en comisión el comparecie­nte se explica con PowerPoint, y el discurso se limita a decir “el barco salió de aquí” y se dirigía “aquí”, y los vientos que venían de por aquí lo golpearon, y se hundió aquí, traducido con acotacione­s para explicar que el barco había salido “de aquí” Melilla, y los vientos del oeste le golpearon a tantas millas de la costa de Málaga a donde se dirigía. O cuando hubo que explicar que una comisión se celebraba en la sala Constituci­onal presidida por los ponentes del texto de 1978, y decir quienes eran, para que se entendiera la emoción del presidente al ser elegido ante los padres de la patria.

Las lenguas cooficiale­s no están permitidas en el Congreso, así que las taquígrafa­s sólo recogen en otro idioma los saludos de cortesía: bon dia, egun on ,o eskerrik asko o moltes gràcies. Lo demás queda en el diario de sesiones con un simple “palabras en catalán”.

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EMILIA GUTIÉRREZ Gloria Canencia, cap del departamen­to de redacción del Diario de Sesiones, esta semana en la mesa de taquígrafa­s del hemiciclo del Congreso gloria canencia
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“Dedicado a los periodista­s y lectores de La Vanguardia”

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