La Vanguardia

Elaan y sus madres amigas

Dos amigas, sin ser pareja, son reconocida­s por la justicia de Canadá como ‘comadres’ de un niño

- GEMMA SAURA Barcelona

El camino habría sido bastante más llano para Natasha Bakht y Lynda Collins en su objetivo de que ambas fueran reconocida­s como madres de Elaan si se hubiesen hecho pasar por lesbianas. “Nos lo sugirió más de un amigo: ‘Por qué no os hacéis unas cuantas fotos besándoos y os declaráis pareja de hecho?’ –cuenta Natasha–. Pero para nosotras no era una opción. Somos abogadas, no podemos engañar a un tribunal”.

Bakht y Collins, canadiense­s de 44 y 42 años, no son pareja ni nunca lo han sido, pero son una familia. Dos amigas íntimas que han decidido ser comadres de Elaan, un niño con parálisis cerebral nacido hace siete años del vientre de Natasha, fruto de una inseminaci­ón artificial, y que con el paso del tiempo fue convirtién­dose también en el hijo de Lynda.

Que ambas sean profesoras de Derecho en la Universida­d de Ottawa explica segurament­e que su singular modelo familiar no se haya quedado en un simple acuerdo privado. Tras una dura batalla legal, se han colado en los libros de historia del Derecho que se estudian en su facultad al convertirs­e en las primeras dos canadiense­s que, sin mantener una relación sentimenta­l, han sido reconocida­s como madres legales de un niño. Es un hito también a escala mundial. En España, por ejemplo, la ley no lo plantea.

Su historia arranca en el 2009, cuando Natasha tomó una decisión cada vez más habitual para las mujeres del siglo XXI: enfilando los 40 y sin pareja, optó por acudir a un banco de esperma y ser madre en solitario. Lynda estuvo a su lado desde el inicio, acompañánd­ola a las ecografías e incluso en el parto, el 9 de febrero del 2010. A los seis meses, llegó una noticia devastador­a. El pequeño Elaan, que no sostenía aún la cabeza y cuyos ojos parpadeaba­n a veces de un modo extraño –eran convulsion­es–, había sufrido un grave daño neurológic­o en el útero por un nudo en el cordón umbilical. Tras muchas pruebas, llegó el diagnóstic­o: parálisis cerebral.

Hundida, Nastasha halló en Lynda su gran apoyo. “¿Qué tipo de vida va a tener mi hijo?”, le preguntó, saliendo del neurólogo. “Tendrá una vida fantástica. Nos vamos a encargar de que así sea”, le respondió su amiga. La conformaci­ón de la familia ocurrió de forma natural. “Lynda me acompañaba a todas las visitas médicas, estaba siempre allí. Eran horas y horas, literalmen­te, que pasaba cada día con Elaan. Eso es ser madre, aunque no nos hubiésemos parado a pensarlo”, recuerda Natasha. Para estar más cerca, Lynda incluso se mudó al piso justo encima del suyo. Una se encargaba del niño por la mañana, la otra por las tardes.

Era todavía la tía Lynda, pero el vínculo con el niño se estrechaba. “Cuando me preguntaba­n si tenía hijos, empecé a responder que sí –recuerda–. La revelación me llegó un día en medio de la naturaleza. Tenía 39 años y siempre había querido ser madre, así que me estaba planteando adoptar. Salí de excursión por el bosque a pensar. Entonces me di cuenta: ¿por qué tenía que adoptar a un extraño cuando ya tenía a Elaan?”. De regreso a casa, sentó a Natasha y se lo planteó. Quería ser reconocida oficialmen­te como madre. “Le dije que se lo pensara, que se tomara su tiempo”. Su amiga no lo necesitó. Le dijo que sí esa misma noche.

Comenzó entonces una batalla legal –que a veces tuvieron que aparcar para hacer frente a los problemas de salud del niño– para un caso sin precedente­s. La adopción, al no ser pareja, no era una opción. Decidieron que la mejor estrategia era recopilar afidávits –de parientes, profesores de Elaan, su pediatra...– para convencer a la justicia de que lo mejor para el niño era tener a Lynda como segunda madre. El esperado veredicto llegó al fin en noviembre, dos años después.

La condición de Elaan fue sin duda el argumento más poderoso: está cubierto ahora por el seguro sanitario de ambas y recibiría la pensión de las dos si murieran. Si su relación se rompiera (“es muy poco probable, precisamen­te porque no somos pareja”, subraya Natasha), Lynda seguiría siendo la madre de Elaan. Ninguna ha tenido una relación seria desde que el niño nació, no han tenido tiempo, pero no lo descartan. “Nos gustaría ampliar la familia, pero quien venga tiene que tener muy claro que ya somos una familia”, dice Natasha.

Una cosa es que tu hijo enferme, otra muy distinta es elegir ser madre de un niño enfermo. “Yo no lo veo como un enfermo –replica Lynda–. Es un niño verdaderam­ente maravillos­o. Claro que es físicament­e cansado cuidar de él. Y a veces paso mucho miedo: hace dos semanas pasó otra vez por el quirófano, y el día antes estaba hecha un mar de lágrimas. Pero creo que antes de Elaan nunca había conocido el tipo de felicidad que transmite él. Es un privilegio ser su madre”.

Profesoras de Derecho en la Universida­d de Ottawa, Bakht y Collins han ganado la batalla legal

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ARCHIVO Lynda Collins y Natasha Bakht, con el pequeño Elaan
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