La Vanguardia

La madre que los parió

- Susana Quadrado

No se trata tanto de saber qué queremos ser (que eso sí lo sabemos), sino de lo que tenemos que hacer para serlo. Ser un equipo, un solo hombre, una sola mujer, pero con muchas cabezas y distintos cuerpos. Atrevernos más. Sacudirnos el miedo. Correr más que el rival. Ceder. Saber quiénes somos. No hablamos de fútbol. Tampoco de trabajo. No. Hablamos de una vida con hijos y de la madre que los parió.

Resulta difícil no referirse a un hijo con devoción. Tantas veces ellos se convierten en tu refugio, en tu isla perdida, en tu todo. Te gusta observarle­s, dialogar con ellos, seguir sus cambios, corregir sus miedos, también sus errores, e intentar estar lo bastante receptiva para llevarte algo suyo de nuevo hacia dentro, de vuelta de donde salió a gritos y con desgarros. No quieres perderte nada más, aunque te hayas perdido ya un montón de cosas, demasiadas. Mientras, ellos se van alejando de ti sin remedio. Un poquito cada día, poco a poco. Ley de vida. Hay mujeres que son como son porque los hijos las hacen así. A nadie se le caen los anillos por reconocerl­o, por asegurar que existe un antes y un después. No todo sigue igual de inamovible. Cortan el cordón y cambias. Me has atado a ti con un nudo invisible, canta Morat. Pop dulzón junto al reggaeton, música adolescent­e, que suenan en casa a todo volumen. E intuyes qué ocurrirá cuando crezcan, igual que la actriz sabe que le va a tocar un Oscar antes de que alguien diga el “and the winner is”.

Hay renuncias. Risas y sonrisas. Alegrías. Hay penas y preocupaci­ones. Hay cabreos. Decepcione­s y enhorabuen­as. Hay imprevisto­s. Y todo lo demás. La maternidad no será idílica y no admite lugares comunes pues cada una se sabe lo suyo, pero puede ser la hostia. Por ciencia infusa aprendes, ilustre ignorante, haces lo que puedes. Despejas balones del área cual defensa del PSG contra el Barça. Un balón. Y otro. Hasta el 6 a 0. O el 0 a 6, depende.

Un hijo te ensancha el alma desde el primer día. Aunque suene bélico, sirva la metáfora de la pistola. Sale de las entrañas como una bala como resultado de una conexión mecánica entre gatillo y percutor. Zas. Sólo que esa conexión, en nuestro caso, es emocional. Sin marcha atrás posible. Para siempre. Pasa que algunas palabras laten de una manera especial. Una es esta: siempre. Niña, edad, mujer, adolescenc­ia, amistad, sexo, rebeldía, cariño, autoestima, sorpresa. Existen muchos momentos deliciosos y algún otro en el que presentarí­as tu dimisión irrevocabl­e porque resulta una mierda. Nunca dudas ya que no quieres y porque, cuando flaqueas, invocas esa sensación que experiment­as sólo con mirar a tus hijos y que tiene un efecto benefactor potentísim­o. Sientes que todo lo que han depositado en tu vida te va construyen­do sin parar. Entonces ya sabes quién eres y qué tienes que hacer.

Tantas veces un hijo es tu refugio, tu isla perdida, tu todo: la maternidad no será idílica, pero puede ser la repera

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