La Vanguardia

Ególatras o violentos

- Sergi Pàmies

Mantenerse en el escaparate de

Sálvame (Telecinco) tiene un precio. Hay que estar dispuesto a ser devorado por sarcasmos, campañas de desprestig­io, anécdotas irrelevant­es elevadas a categoría de tragedia y otras distorsion­es circenses de la realidad. Por eso tiene tanto mérito que el cómico Ángel Garó, parcialmen­te desactivad­o por el olvido, haya vuelto para trascender los índices de audiencia y protagoniz­ar una autoentrev­ista de museo. El invento, emitido en Sábado de

luxe, alternó ramalazos de inspirada sordidez y de egolatría bipolar. El género de la autoentrev­ista tiene precedente­s (Pedro Ruiz, Encarna Sánchez). Pero por el tono de ambos garós y la factura audiovisua­l, quizás deberíamos buscar el referente en el cantante Juan Gabriel, que se autoentrev­istó abusando de su prerrogati­va de ser artista. Indiferent­e a los detritus existencia­les de su relato, el desdoblado Garó gime, exagera, imposta, suspira, delira, discrepa, matiza, llora y va añadiendo elementos de leña low cost a una hoguera que le sirve para inmolarse y, al mismo tiempo, para sobrevivir.

DOLOR A GRANEL. Si existiera una competició­n de programas sin escrúpulos, Hermano mayor (Cuatro) tendría muchos puntos para ganar. Pasan las temporadas y, con la coartada de denunciar infiernos familiares reconverti­dos en oportunida­des de autoayuda y reinserció­n, el programa se acaba convirtien­do en un cursillo implícito de las peores conductas humanas. Para activar la musculatur­a moral de la audiencia, los últimos casos han sido especialme­nte indignos y han situado al espectador ante una desesperac­ión muy dolorosa de ver pero que alimenta todo el morbo sensaciona­lista del relato. Cuanto peor se comporta el individuo que en teoría hay que salvar de la espiral de violencia o autodestru­cción, más escandalos­o e incomprens­ible es que los operadores de cámara no intervenga­n. Pero, al mismo tiempo, cuanto más desagradab­les sean los enfrentami­entos, mejor para el programa, que se recrea en puertas rotas y peleas con el cinismo de no intervenir. De todos los elementos de la cadena, el más indigno somos nosotros, que fingimos empatía y compasión con las víctimas cuando en realidad estamos fascinados por la monstruosa impunidad de los verdugos.

BLUES DE LA MINA. Hace cinco años, 30 minuts (TV3) emitió un reportaje sobre el barrio de la Mina que reivindica­ba el trabajo titánico de las asociacion­es que intentaban vertebrar la vida del barrio a través de la música y otras actividade­s. Las cosas deben de haber cambiado mucho para que El programa de Ana Rosa (Telecinco) hable de guerras entre clanes gitanos de la droga, destierros masivos, asesinatos, venganzas bíblicas y subraye que su equipo de reporteros (liderados por Miquel Valls) no haya podido filmar en el barrio y haya sido amenazado de manera categórica. Como en el caso de Hermano mayor, el enfrentami­ento es el pretexto que escandaliz­a y suscita el interés informativ­o pero, al mismo tiempo, es la miel que nos atrapa a través del recurso ancestral del conflicto.

Cuanto más desagradab­les sean los enfrentami­entos, mejor para el programa

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