La Vanguardia

El gen de las revistas

- Llucia Ramis Barcelona

La foto de portada podría ser del festival de Woodstock, en agosto del 69. Jóvenes sentados en el suelo levantan una pancarta con el símbolo de la paz. En realidad, son manifestan­tes del 15-M, porque hay cosas que no cambian aunque pasen cuatro décadas. El tiempo sigue confuso. El titular, en rojo y negro sobre blanco, es “¡Re-volvemos!”. Es decir, la revuelta vuelve otra vez. Ahora que está de moda el ajo negro, Ajoblanco irrumpe de nuevo (y ya van tres), tras diecisiete años de ausencia. Dice el fundador Pepe Ribas que la idea es recuperar la ilusión, la pasión y el diálogo, para acabar con “estos odios que están resurgiend­o”.

Lo hace en la sede de la revista, un local en el barrio de Gràcia que comparten con los artistas activistas del colectivo Enmedio. Se ofrece un desayuno a los periodista­s: bocadillos, bollería, sandía y cerezas. Expuestas en la pared, antiguas portadas cuestionan “¿Por qué España no es una democracia?” (corría el mes de mayo de 1994). La revista lleva la contracult­ura en la sangre. La evolución (o revolución), la lleva en los orígenes. Si bien los nuevos redactores son casi todos millennial­s ,yal equipo se ha incorporad­o Carolina Espinoza, el diseñador es el mismo de hace 41 años, y el maquetador, el que estaba hace veinte. “Es que cuesta encontrar profesiona­les del papel”, apunta Ribas. El papel está en el ADN de la cabecera. La gran diferencia con el soporte digital es que cada versión se repasa varias veces, tanto por los redactores como el editor, Fernando Mir, también fundador veterano. El resultado es muy ajoblanque­ro, según sus creadores. La tirada es de 50.000 ejemplares, que se distribuir­án en quioscos, librerías, gasolinera­s, estaciones, aeropuerto­s. Y sin una sola página de publicidad.

Los viejos tiempos no existen. El ser humano se hace siempre las mismas preguntas, forma parte de su esencia. Dice Ribas que Ajoblanco nos cambió la vida en los años 70, también en los noventa, y toca que lo haga ahora. Claro que para cambiar vidas hay nuevos métodos, como explicó Siddhartha Mukherjee en las ya clásicas Converses a la Pedrera. Pero es urgente un debate social para determinar en qué casos se debe manipular o no el genoma humano, para que no se haga según el único criterio de los que llevan bata blanca. La Academia Americana de las Artes y las Ciencias ha aceptado la terapia genética en los casos de sufrimient­o extraordin­ario, y sólo si se da una relación causal fuerte entre el gen y su impacto. Pero entonces, ¿quién establece lo que es un “sufrimient­o extraordin­ario”?, le pregunta el autor a la periodista Milagros Pérez Oliva. ¿Llegará un momento en el que ser más bajo que la media se considere una enfermedad, o una anormalida­d, y merezca tratamient­o genético para corregirlo? ¿Ocurrirá lo mismo con el cociente intelectua­l, o el color de la piel? ¿Dónde marcamos el límite? Y si acabamos con la diversidad, ¿no acabaremos con la evolución? A fin de cuentas, eliminaría­mos la primera norma de superviven­cia: ÀLEX GARCIA la adaptación al medio. La naturaleza es brutal, incontrola­ble. “La evolución adora a los monstruos”, dice Mukherjee, “pero los humanos nos creemos mejores que la evolución”.

Entre el público está Miguel Aguilar, editor de Debate, que ha publicado en castellano el tercer libro del oncólogo y profesor en Columbia, El gen: una historia personal. También Isabel Martí, que lo ha publicado en catalán en La Campana. Hay muchos estudiante­s atentos. Y Antoni Munné, María Lynch, Xavier Rubert de Ventós. El filósofo Michael J. Sandel estuvo en la Consejería Presidenci­al sobre Bioética durante la administra­ción de George W. Bush. Su último trabajo se titula Contra

la perfección. Defiende la aceptación del destino sin alterarlo. Mukherjee recupera una idea suya. A diferencia de lo que ocurre con las parejas o los amigos (a quienes elegimos por su manera de ser), el amor de los padres hacia sus hijos no depende de las virtudes que tengan. Por lo tanto, si diseñamos a nuestros hijos “a la carta”, perderemos ese amor incondicio­nal. La condición será que responda a lo que esperamos.

Ser o no ser revista, esa es la cuestión. ¿Qué tendrá que no tienen los demás? Si la evolución adora a los monstruos y la revolución los combate, si en el origen se encuentra la esencia, y de ahí sale la fuerza para resurgir de las cenizas sociales, como ha hecho

Ajoblanco, si todo vuelve, entonces las revistas son un emblema. Este mes aparecía el primer número en papel del digital cultural

Núvol. Mientras, la Cáñamo cumple veinte años. Y en el Collage, centro educativo en inglés que Emilie Delcourt dirige desde 2005, se presenta Parenthese­s, un magazine literario en ese idioma. La idea es dar espacio a la comunidad de autores anglófonos que tengan alguna vinculació­n con Barcelona, así como a otros en catalán y castellano. En el first issue están, por ejemplo, Jordi Carulla, la salvadoreñ­a Tania Pleitez, el cántabro José Ramón Ayllón, y Josep Pedrals, que lee un poema ante un aula llena de asistentes que, al final, se animarán a recitar algunos inéditos con los demás editores de la publicació­n: Harriet Sandilands, Valerie Coulton y Edward Smallfield. Hay cava, vino, patatas, frutos secos, olivas, cerezas. Hace calor. Y me pregunto si, como el amor a los hijos, el amor a la cultura no se llevará en los genes.

“¿Llegará un momento en el que ser más bajo que la media se trate como una enfermedad y haya que tratarlo?”

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XAVIER CERVERA Estrella. El médico y genetista Siddhartha Mukherjee, premio Pulitzer, en la Pedrera el pasado martes, donde expuso sus teorías sobre los genes
 ?? INMA SAINZ DE BARANDA ?? ‘Ajoblanco’. Fernando Mir, Pepe Ribas, J.A. Álvarez, Jordi Busi y Marta Bassols en la presentaci­ón de la nueva etapa de la legendaria revista cultural barcelones­a
INMA SAINZ DE BARANDA ‘Ajoblanco’. Fernando Mir, Pepe Ribas, J.A. Álvarez, Jordi Busi y Marta Bassols en la presentaci­ón de la nueva etapa de la legendaria revista cultural barcelones­a
 ??  ?? Más papel. Emilie Delcourt, Harriet Sandilands, Valerie Coulton y Edward Smallfield, editores de la revista Parenthese­s, pensada para la comunidad anglófona de Barcelona
Más papel. Emilie Delcourt, Harriet Sandilands, Valerie Coulton y Edward Smallfield, editores de la revista Parenthese­s, pensada para la comunidad anglófona de Barcelona
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