RUEDAS DE PRENSA AGOTADORAS
La exigencia del fare bella figura y la tradición del monólogo tienen una derivada que afecta al oficio periodístico. Son las ruedas de prensa, a menudo muy largas y tediosas. Los colegas anglosajones pierden la paciencia y suelen evitarlas, salvo que sea estrictamente necesario. Es norma que haya varias personas en una presentación ante los medios de comunicación. Todos quieren decir la suya, gozar de unos minutos de gloria ante los micrófonos y las cámaras. Las intervenciones iniciales se hacen eternas. No es raro que duren una hora o más. Es ya clásico que, terminada esta tortura, alguien desde el estrado diga: “¿Hay alguna pregunta?”. El cansancio hace mella entre los periodistas. He asistido a varias ruedas de prensa en las que no hubo ni una sola pregunta. Sucedió el año pasado, en el Coliseo, después de concluir los trabajos de restauración. Era mediodía, con un sol de justicia. El castigo de las presentaciones y el calor asfixiante disuadieron a la prensa. Fue un caso extremo, pero no único. También son legendarias las ruedas de prensa en el Vaticano. Los obispos y los cardenales, especialmente los italianos, son precavidos por naturaleza y no quieren dar pasos en falso. Por nada del mundo se arriesgan a hacer una brutta figura. Suelen preparar largos textos de presentación que leen con parsimonia. Nada tiene que ver con una comunicación ágil y moderna, aunque sí posee efectos sedantes. Ni la espontaneidad del papa Francisco ni el talante de los nuevos portavoces consiguen cambiar fácilmente viejos hábitos de una institución alérgica a la transparencia y siempre a la defensiva.