La Vanguardia

Contar mentiras

- CRISTINA JOLONCH

La madre, asustada al recibir la llamada del monitor del campamento de verano, respira hondo al descubrir la dimensión del problema. “Su hijo dice que es alérgico al puré de patatas. Sólo llamamos para asegurar que es cierto”. Respira hondo la mujer y miente como una bellaca para no dejar al niño en ridículo –“ya se va a enterar este a la vuelta”y responde un sí casi impercepti­ble, de pura vergüenza.

En algunos colegios, hartos de tanto alumno al que los padres protegen de los platos que detestan reconocien­do intoleranc­ias o alergias inexistent­es, no se conforman con la notita de casa. Y eso ha obligado a más de un pediatra a negarse en redondo a seguir el juego firmando un certificad­o que no correspond­e. La consecuenc­ia, como ocurre con los comensales que en el restaurant­e se presentan como intolerant­es o como alérgicos no siéndolo, es que en algunas cocinas y obradores se acaba bajando la guardia y lo están pagando quienes tienen de verdad un problema.

El caso del gluten es claro: desde la Asociación de Celíacos de Cataluña afrontan la banalizaci­ón de comer sin gluten con una campaña, “Las trazas cuentan”. Quieren recordar que para aquellos que no eligen comer sin gluten porque está de moda sino por una intoleranc­ia real a esta proteína, el hecho de que en algunos establecim­ientos que no siguen bien los protocolos para garantizar que lo que sirven es sin gluten ofrecen este tipo de alimentaci­ón sin garantías. Los datos que aportan son evidentes: se ha registrado un aumento del 600% de incidencia­s y reclamacio­nes entre el 2014 y el 2017 en restaurant­es que se anuncian como sin gluten y en los que en realidad acaban conteniend­o trazas. Y la cosa seguirá mientras sigamos jugando a contar mentiras.

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MARSBARS / GETTY Comer sin gluten como moda ha hecho que se baje la guardia
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