La Vanguardia

Libertad en los parques

- Llàtzer Moix

Llàtzer Moix da algunas razones por las que cree que hay que derribar la vieja cárcel del Eixample de Barcelona: “La primera es que, en una ciudad con escasez de áreas verdes como Barcelona, las dos manzanas que ocupa la Modelo rendirían un buen servicio transforma­das en amable espacio público, salpicado con algún que otro equipamien­to”.

Hemos tardado 113 años en cerrar la Modelo de Barcelona. Pero ya se oyen voces favorables a conservar, al menos en parte, su siniestro edificio. No como cárcel, claro, sino como un centro en el que se preserve la memoria de la represión penal. Argumentan dichas voces que su panóptico, con galerías ordenadas sobre planta radial y controlada­s desde un ojo central que todo lo ve y castiga, es un paradigma arquitectó­nico digno de preservaci­ón.

Naturalmen­te, también hay partidario­s de demoler la Modelo. Entre ellos, quien esto escribe. Las razones son varias. Aquí expondré tres. La primera es que, en una ciudad con escasez de áreas verdes como Barcelona, las dos manzanas del Eixample que ocupa la Modelo rendirían un buen servicio transforma­das en amable espacio público, salpicado con algún que otro equipamien­to. La segunda razón es que se puede digitaliza­r la memoria de la Modelo, hasta su detalle más escabroso, y colgarla en la red. Y la tercera, y acaso más importante, es que resulta del género tonto fosilizar la arquitectu­ra panóptica de la Modelo, como quien se libra de un venenoso escorpión encerrándo­lo en ámbar (y de paso saborea una sensación de victoria histórica), cuando lo cierto es que estamos más controlado­s que nunca. Por una parte, ya todos, y no sólo los penados, vivimos sometidos a la vigilancia insomne de un panóptico digital y globalizad­o. Quizás nos hayamos librado de esa tortura arquitectó­nica que ha sido la Modelo. Pero estamos más expuestos que nunca a los ojos clandestin­os de un poder omnímodo, ubicuo y prácticame­nte invisible. Lo que antes fue una condena para unos pocos ahora nos alcanza a todos. Por otra parte, es convenient­e señalar que la conservaci­ón tendría un coste considerab­le, con cargo al erario: no es barato sanear un edificio viejo, obsoleto y de compleja adaptación a nuevos usos.

Se ha dicho a menudo que la insensata exposición de nuestra intimidad en las redes sociales facilita mucho la tarea a quienes pretenden vendernos viajes, libros, ropa, electrodom­ésticos, armas o cualquier otro bien comerciali­zable. Uno pulsa la tecla like unas pocas veces y las centrales de ventas de las grandes compañías saben ya con qué tipo de publicidad tienen que bombardear­le selectivam­ente. Pero hay algo peor que eso. Porque el uso político de esta informació­n puede determinar no ya lo que hacemos con nuestro ocio, nuestro dinero o nuestra indumentar­ia sino, directamen­te, a quién damos nuestro voto en las próximas elecciones. Es decir, qué mundo contribuim­os a construir.

La revista Newsweek publicaba en portada semanas atrás un reportaje estremeced­or titulado “Con el cerebro lavado” y subtitulad­o “Cómo el big data está corrompien­do la democracia”. Lo ilustraba mediante el dibujo de una fila de ciudadanos, con ojos como platos clavados en su teléfono móvil, camino del colegio electoral donde iban a depositar su voto. Precisaré que en este caso su no significa exactament­e propiedad intelectua­l (del voto o de sus fundamento­s), sino simplement­e titularida­d del mismo. Porque ya no siempre es el ciudadano el que, ejerciendo su libre albedrío, vota por un candidato. Con frecuencia, sin saberlo, vota inducido.

Leyendo dicho reportaje uno se enteraba de que algunos candidatos republican­os, entre ellos el que se convirtió en presidente de EE.UU., usaron los servicios de empresas que, basándose en la informació­n facilitada por los propios ciudadanos, emitían el mensaje adecuado en el momento oportuno para hacer caer en su cesta el voto de cada uno de ellos.

La mezcla de big data, redes sociales, inteligenc­ia artificial, algoritmos y lo que se conoce como “perfilado psicográfi­co” de la ciudadanía, permite influir con mensajes personaliz­ados y persuasivo­s sobre cientos de millones de electores. Esto no es una amenaza teórica. Esto ya se ha hecho.

Por todo lo dicho hasta aquí, reitero mi propuesta de derribar la Modelo y sustituirl­a por un parque, equipado, eso sí, con un centro de estudio y denuncia del moderno panóptico digital que ya dirige, subreptici­amente, nuestras vidas. Si lo que se pretende es aprovechar la ocasión para enviar un mensaje relativo a lo horrible que fue la Modelo, no nos detengamos en la mera evocación de sus miserias pretéritas. Concentrem­os, por el contrario, en alertar y educar a los más jóvenes acerca de las miserias que nos acechan en el presente y en el futuro tecnificad­os. Una cosa es cultivar la memoria y extraer de ella las enseñanzas pertinente­s. Otra es entronizar­la y darle, irreflexiv­amente, prioridad. Esta costumbre de estar siempre mirando atrás, lamiéndono­s las heridas, cuando por delante nos enfrentamo­s a desafíos colosales, puede acabar matándonos a todos. Incluidos los que sobrevivie­ron a su paso por la Modelo.

La costumbre de mirar atrás, cuando por delante hay desafíos colosales, puede acabar ‘matándonos’ a todos

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