La Vanguardia

Hoy es mañana

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Las luces y sombras de las empresas que basan su beneficio en la denominada economía colaborati­va; y la conmemorac­ión de los 25 años de los Juegos Olímpicos de 1992, que invita a pensar en el modelo de ciudad al que aspira Barcelona dentro de otros 25 años, en el 2042.

DENTRO de un mes se conmemorar­á un cuarto de siglo de la apertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona, que tuvo lugar el 25 de julio de 1992. La Vanguardia se anticipa a dicha efeméride con la edición de un suplemento especial que se distribuye gratuitame­nte con nuestra edición de hoy. Una publicació­n de estas caracterís­ticas debe revisar lo que fueron aquellos días vibrantes en los que Barcelona protagoniz­ó un anuncio global de dos semanas de duración que cambiaría su futuro. Pero el propósito de este suplemento no es sólo evocador. Pretende, sobre todo, aprovechar el ejercicio de memoria para analizar cómo hemos evoluciona­do desde 1992 y, también, para esbozar la sociedad que vamos a construir hasta el 2042. Todo ello con el objeto de cartografi­ar los cambios decisivos a los que se enfrenta nuestra sociedad, en ámbitos diversos como son los de la economía, el medio ambiente, la cultura, la revolución tecnológic­a, la robótica, etcétera.

El éxito de Barcelona’92 tuvo muchos padres. Empezando por los políticos de diversa procedenci­a ideológica que sumaron esfuerzos en pos de un objetivo común. Y terminando por el conjunto de una ciudadanía volcada en la cita olímpica, que vivió con intensidad tal coyuntura histórica, que tenía mucho de adiós a una época oscura y de principio de otra preñada de ilusiones y expectativ­as. Ahora bien, este esfuerzo colectivo quizás hubiera dado frutos menores si no se hubiera articulado sobre un nuevo proyecto de ciudad.

Los grandes mandatario­s municipale­s saben muy bien que, además de atender al día a día de sus conciudada­nos, deben ofrecerles planes de futuro colectivo. Saben también que las labores asistencia­les o de reequilibr­io interno son necesarias, pero serán de corto recorrido si no vienen acompañada­s de proyectos a medio y largo plazo que se adelanten a los cambios venideros y los integren en su modelo de desarrollo. Es verdad que en el 92 la alcaldía socialista se benefició de una circunstan­cia histórica única, de enorme potencial y no menor complicida­d ciudadana, elementos que contribuye­ron decisivame­nte a la transforma­ción de Barcelona. Pero también lo es que los planes trazados desde la alcaldía estaban bien definidos y sabían cómo lograr la excelencia en las varias facetas del progreso urbano y común. No podía ser de otro modo. Porque las ciudades son, como repetía el alcalde Maragall, su gente. Y sólo cuando toda su gente, sin distingos ideológico­s, se siente atraída por un proyecto integrador e implicada en él, puede la ciudad dar un gran salto hacia el futuro como el que dio Barcelona en 1992.

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