La Vanguardia

‘Perdidos’ en el siglo XIX

- Xavi Ayén

Mucho antes de que existieran las series de televisión o los reality shows, se dieron casos de personas que daban accidental­mente con sus huesos en una isla desierta y se veían obligados a apañársela­s, con la superviven­cia como único premio. François Edouard Raynal (1830-1898) fue uno de esos náufragos legendario­s y dejó testimonio en un libro ahora reeditado que inspiró a Jules Verne nada menos que La isla misteriosa.

Hubo un tiempo en que las cosas eran del primero que las pillara. Los mares de Oceanía eran como el Far West y los surcaban embarcacio­nes en cuyo interior soñaban quiméricos buscadores de oro, sabedores de que, si en alguna isla remota, hallaban algún mineral explotable, el lugar pasaría a ser de su propiedad. Raynal vio a infinidad de nuevos ricos perder la cabeza, lavarse los pies con champán o encender sus puros con billetes.

La goleta Grafton se hundió el 3 de enero de 1864, a 300 millas al sur de Nueva Zelanda. Sus cinco tripulante­s, cada uno de una nacionalid­ad, eran el capitán, dos marineros, el cocinero y nuestro Raynal, socio de la empresa que buscaba tesoros naturales. Sobrevivie­ron veinte meses, en las Auckland, a temperatur­as bajo cero y alimentánd­ose básicament­e de los leones marinos que cazaban.

La gran hazaña de este quinteto es haber construido entre ellos una sociedad justa y revertir todos los conatos de división y enfrentami­ento que se produjeron. Desmintien­do a los pesimistas a lo William Golding, que creen que en todo grupo humano brota el odio y el ansia de dominio, y a los anarquista­s, que confían en la libertad individual y la bondad, la experienci­a de las Auckland reivindica una mínima estructura social, parecida a una familia, en la que hay un –digamos– padre, que puede ser destituido si abusa de su autoridad. Lo importante se consensúa, se busca el bien común y no sólo se organizan tareas sino distraccio­nes y formación –hasta matemática­s–. Raynal, al ver el mal perder de un compañero, destruye los naipes, y luego renuncia a fermentar cerveza porque sabe que tarde o temprano “acabaríamo­s abusando del alcohol con consecuenc­ias funestas”.

En estos tiempos en que incluso cuando nuestros hijos se pierden, Google Maps nos los trae a casa, resulta extrañamen­te vigente el mensaje que nos envía esa colosal aventura del siglo XIX. “Sentimos una emoción desconocid­a y misteriosa”, escribe Raynal en su diario. La misma que nosotros al vernos interpelad­os por su retrato, donde nos observa con ojos escépticos, como preguntánd­ose si habremos entendido lo que quiso decirnos.

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