La Vanguardia

Expedienta­do por el realquiler

- Toni Muñoz

Una carta del Ayuntamien­to de Barcelona en el buzón. “Le comunicamo­s que incoamos un expediente sancionado­r contra el propietari­o por prestar actividade­s turísticas sin disponer de los requisitos”. El Ayuntamien­to descubrió que uno de los pisos del bloque que Josep posee en Ciutat Vella se anunciaba en Airbnb. Como prueba se adjuntaba un enlace que redirigía al anuncio en cuestión. “Tiene 10 días para presentar alegacione­s”. Era febrero cuando Josep recibió la comunicaci­ón del Ayuntamien­to. Es propietari­o de un edificio en el barrio Gòtic de Barcelona que heredó de un familiar. Consta de ocho pisos y todos están arrendados como vivienda habitual. Josep asegura que no sabía lo que era Airbnb. Nunca oyó hablar de esta web. Hasta que recibió la carta. Al parecer, uno de sus inquilinos estaba realquilan­do una vivienda de su finca sin su permiso, y sospecha que puede estar haciendo lo mismo con dos más. En el contrato está especifica­do que está prohibido subarrenda­r el inmueble para darle un uso turístico. Inmediatam­ente, Josep llamó al administra­dor para que averiguara de qué se trataba. Este se puso en contacto con el inquilino, pero este no atendió a su petición. Cuando buscó el anuncio en la web, desapareci­ó. Entre tanto, Josep gestionó las alegacione­s. Presentó el con-

En tan sólo 14 horas, el anuncio colgado en la plataforma consigue siete reservas que ocupan todo julio

trato de alquiler y el pago de la fianza en el Incasòl como prueba de que el piso está alquilado a un inquilino y que está prohibido subarrenda­rlo. Con la presentaci­ón de los dos documentos pensaba que el tema quedaría zanjado. Pero no fue así. El Ayuntamien­to desestimó su alegacione­s esgrimiend­o que “en ningún caso desvirtúan los hechos acreditado­s con las pruebas aportadas”. Josep se siente impotente. “Este señor tiene tres pisos realquilad­os y no puedo hacer nada más. No puedo parar la actividad. Tengo el piso alquilado y este señor es el responsabl­e”. cumplir con la normativa local”, pero en ningún caso convierte ese cumplimien­to en un paso obligatori­o. A un anuncio ilegal le basta con omitir esa casilla y seguir adelante con la publicació­n de su oferta.

A los pocos minutos de rellenar el formulario, el anuncio, “apartament­o romántico en el corazón del Eixample”, aparece en la web de Airbnb. Se trata de un piso para cuatro personas con terraza a un interior de manzana en una finca regia de Barcelona. El precio recomendad­o por la plataforma es de 90 euros la noche, pero el anfitrión, después de cotejar los precios que se piden en esa zona del Eixample, decide subirlo a 110 euros por noche. Aún así sigue resultando muy económico: la demanda de alojamient­o en Barcelona es tal que, unos minutos después de aparecer el anuncio en el portal, llega la primera reserva.

En tan sólo 14 horas, el nuevo anuncio colgado en Airbnb consigue siete reservas que ocupan prácticame­nte todo el calendario hasta finales de julio. Cada uno de los huéspedes pasará en Barcelona entre dos y cinco noches. A pesar de no tener ni un solo comentario de otros usuarios de Airbnb, el competitiv­o precio –otros de la zona superan los 200 euros– atrae a los turistas, que llegan de todas partes del mundo. Uno viene desde un estado de la América profunda con sus amigos; una treintañer­a australian­a se juntará en Barcelona con tres amigos procedente­s de Francia y de dos países sudamerica­nos; un joven reserva con sus padres desde el norte de Europa, y también desde esa región del continente llega la reserva de una pareja con dos niños de 5 y 9 años... Otros diez usuarios, antes de hacer la reserva, piden más fotos, preguntan por aspectos relacionad­os con las camas y el uso privado de la terraza. También hay quien quiere saber la mejor manera de llegar desde el aeropuerto de El Prat... todos ellos ajenos al incumplimi­ento de la normativa local.

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La finca del Call, en el Gòtic, objeto de la multa por un uso turístico que el propietari­o desconocía
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XAVIER GÓMEZ

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