La Vanguardia

La incertidum­bre de la política mundial

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Después de la caída del muro de Berlín, en 1989, se confiaba que los Juegos de Barcelona fueran los de la reunificac­ión del olimpismo. Atrás quedaban los boicots a Moscú’80 y Los Ángeles’84. Pero la situación política mundial era complicada. En primer lugar, por la guerra en un país muy próximo, en Yugoslavia. En segundo, por la fragilidad de la paz alcanzada después de muchos años en Sudáfrica. Así, el Congreso Nacional Africano, encabezado por Nelson Mandela y el arzobispo Desmund Tutu, premio Nobel de la Paz en 1984, habían pedido la exclusión de Sudáfrica de los Juegos de Barcelona después de la matanza de 39 personas en los alrededore­s de la ciudad de Johanesbur­go. Josep Miquel Abad, consejero delegado del COOB, hacía un análisis de la situación en una entrevista de Enric Juliana. La actividad en el comité organizado­r era frenética, con la duda –por otra parte inevitable– de si la gente destinada a solucionar los problemas sabría resolverlo­s con eficacia. Pero no todo eran noticias negativas. El recorrido de la llama olímpica por Catalunya había sido un gran éxito y su presencia por el resto de la geografía española también levantaba un gran entusiasmo por parte de las distintas poblacione­s que visitaba. “Para nosotros –resumía Abad–, los Juegos empezaron ayer con la apertura de la villa de prensa de Vall d’Hebron. Empezamos a percibir la sensación de que el mundo nos está observando”. ¿Y Sudáfrica? Finalmente estuvo en Barcelona con 93 deportista­s e incluso Mandela visitó la capital catalana.

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