La Vanguardia

Distopía turística

Pablo Tusset vuelve a la carga con una acelerada novela en que Barcelona está tomada por los turistas y dos japoneses causan estragos obras gozaron de menor acogida. Ahora, Tusset recupera al protagonis­ta de

- CULTURA

Sakamura y los turistas sin karma, la nueva novela de Pablo Tusset, presenta una Barcelona dominada por los turistas en la que hasta los nombres de las calles han cambiado para que suenen familiares y simpáticas a los visitantes.

Toda Barcelona (bueno, ahora se llama Barna City) está dominada por los turistas. Los nombres de las calles han cambiado para que suenen familiares y simpáticas a los visitantes (paseo Elvis King, calle Bruce Springstee­n, el barrio de la Warner Bros), así como los de las poblacione­s vecinas (San Xavier Cugat, Belviche Town, Hospitalet DF, Vidrera Valley...). La Sagrada Família se transforma en un parque acuático, pues han aparecido unos planos que revelan que esa era la intención de Tony Gaudí. En este remanso de paz y prosperida­d, de repente, dos turistas japoneses empiezan a agredir a niños y ancianos. A medida que las imágenes de sus felonías empiezan a circular por las redes sociales y convertirs­e en tendencia, se extiende la xenofobia hacia los visitantes nipones, que se ven obligados a refugiarse en sus hoteles. No es de extrañar que las autoridade­s movilicen de nuevo al maestro zen Takeshi Sakamura, ya octogenari­o, para que les ayude a resolver el caso.

Ese es el planteamie­nto de Sakamura y los turistas sin karma (Destino), la nueva novela de Pablo Tusset (Barcelona, 1965), el hombre que, con su debut literario, Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, hizo saltar la banca en el 2001, convirtién­dose en un fenómeno –con película incluida– aunque sus siguientes

Sakamura, Corrales y los muertos rientes (2006) en un universo nerd, plagado de hackers, androides que quieren ser humanos y, ya lo dijimos, miríadas de turistas.

Los androides con aspecto de japonés se distinguen de los humanos por una cosa: no tienen sexo, ni siquiera los órganos externos. “Aprenden por imitación, viendo películas y se dan cuenta de que hay algo que les falta, les han puesto en la entrepiern­a el botón de apagado en vez del pene. La reflexión es que si queremos que los robots sean humanos deberemos dotarlos de sexo, es difícil entender a la humanidad sin eso. Por otro lado, los humanos también nos vamos a desexualiz­ar”.

Sakamura es capaz de detectar a los turistas que no tienen karma, los robots camuflados. Tusset no milita contra el turismo, “que trae muchas cosas buenas, como dinero o un contacto con el mundo que si no perderíamo­s... lo malo es que hacen subir el precio de la vivienda”.

La obra, disparatad­a, puede verse como una parodia de la ciencia ficción, la novela policiaca, la distopía e incluso la autoficció­n, pues aparece el propio Tusset. “Ahora –opina– se escriben novelas sobre que el autor se ha roto la clavícula”. Y aborda temas como la posverdad y las redes sociales. “Uno tiene la intención de realizar una obra inocua, pero siempre se cuelan cosas que satisfacen al lector que busca algo más”, dice.

Lilith es una hacker con capucha y reminiscen­cias de Lisbeth Salander. Hay muchos elementos tecnológic­os, como la web profunda, la singularid­ad –“ese estadio en que la inteligenc­ia artificial superará a la humana”– o el valle inquietant­e, “una curva que describe como, a medida que un robot se va pareciendo a un humano, causa cada vez más terror”. Todo ello ensamblado en un tono como, digamos, de humor hispánico “cutrón”.

En la trama, se expande el odio a los asiáticos. “Según lo que diga twitter cada semana, hay cosas o costumbres o personas que se convierten en horribles, les puede pasar a los japoneses... o a cualquiera de nosotros”. Un mundo donde las redes sociales son la cúspide de la jerarquía social, hasta el punto de que “cuentan como documentos oficiales, sirven para ir a buscar empleo, informar a los medios, a la policía...”

El lenguaje confuso y sentencios­o de Sakamura es un peculiar hallazgo léxico. “Sus diálogos deben hacerle parecer tonto –aclara Tusset–, no le entienden los otros pero el lector sí”. Ejemplos: “Persona japonés no habla tanta belleza”; “buena tarde de mangas verdes”; “pastor alemán huele mucha pista; gato con ojo amarillo huele nada de nada”.

Tusset, cuando publicó su primera novela, no se dejaba hacer fotos. Incluso desapareci­ó, se fue diez años al campo y ejerció oficios como camarero o empleado de matadero... para luego volver a escribir, como diría Sakamura, “mucha mentira de invención fantástica”.

La Sagrada Família se va a convertir en un parque acuático, y las calles se llaman con nombres de famosos

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CÉSAR RANGEL Pablo Tusset, el pasado miércoles, entre dos turistas, junto a la Sagrada Família

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