La Vanguardia

Filantropí­a, a quirófano

- Joana Bonet

Me llama el doctor Antonio Lacy alarmado por las demoledora­s críticas a Amancio Ortega tras anunciar que, a través de su fundación, dona 320 millones de euros a la sanidad pública. El cirujano quiere organizar un debate abierto, discutir a fondo la debilidad de la ley de Mecenazgo con el propio Amancio, y desentraña­r el significad­o de que algunos millonario­s –unos cuantos no sueltan ni un céntimo– sean espléndido­s y ayuden a mejorar el siempre insuficien­te rendimient­o de la educación o la salud. Lacy entró en el Clínic en el año 1973, y desde entonces ha asistido a una transforma­ción descomunal del quirófano: hoy operan en 3D y con robots. “Somos un hospital de referencia a nivel mundial por nuestra innovación tecnológic­a, que ha sido posible gracias a donantes y a que la industria ha apostado por nosotros. Catalunya tiene la mejor sanidad del país, y en parte se debe a las aportacion­es privadas; recordemos a Pere Mir y los 150 millones de euros que ofreció al sistema sanitario catalán”. Lacy afirma que el futuro de la medicina es la robótica, y que vale un potosí.

Cuando Esther Koplowitz dedicó 15 millones de euros para levantar su centro de investigac­ión biomédica, fue investigad­a al momento, como si el fisco no se creyera que donaba ese dinero sin ninguna otra finalidad que su compromiso filantrópi­co. En más de una ocasión le oí decir que es lo mínimo que podía hacer: devolver una parte de lo que la vida te ha dado. Filantroca­pitalismo denominan los críticos a la combinació­n del amor al género humano con el afán neoliberal de maximizaci­ón de beneficios económicos, por lo que el bien social y la reducción de la desigualda­d quedan desdibujad­os como objetivos. En EE.UU. o Gran Bretaña, a diferencia de nuestro país, los apellidos de la sociedad más pudiente figuran en las paredes de sus hospitales o biblioteca­s sin pizca de desconfian­za. Se recela de que las donaciones fortalezca­n un orden social y un sistema económico en los que pobres y ricos se necesitan mutuamente, pero unos deciden y los otros se someten; el sempiterno debate: pobreza versus desigualda­d y caridad versus derechos sociales. Es patente que Amancio Ortega, salvo en el establecim­iento de un modelo de negocio que ha cambiado profundame­nte la industria de la moda, no es un revolucion­ario, e incluso es probable que su estrategia benéfica tenga puntos que puedan mejorarse. Pero una vez más, constato esta especie de alergia al rico, un gesto coral muy español, hipócrita y arrugado. En lugar de generosida­d, muchos leen oportunism­o, aunque si lo precisaran quizá serían los primeros en correr a beneficiar­se de los mamógrafos y equipos de radioterap­ia de última generación que se instalarán en hospitales públicos de las diferentes comunidade­s autónomas españolas gracias a los millones de Ortega. En todo caso, y comparando la inversión de su fundación con los 37.000 millones que ha donado Bill Gates, podría entender que lo criticaran por tacaño.

Una vez más constato esta especie de alergia al rico, un gesto coral muy español, hipócrita y arrugado

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