La Vanguardia

Multicultu­ralismo sin culpa

- Norbert Bilbeny

La culpa no es del multicultu­ralismo. Los estados “multicultu­rales”, como Canadá o Nueva Zelanda, han sufrido menos atentados yihadistas que los otros, como Francia o Alemania, “monocultur­ales”. Cuando no se puede o no se quiere hallar la causa de un conflicto suele culparse a un tercero, a una conspiraci­ón, a un fantasma. La maldición recae ahora sobre el islam y el multicultu­ralismo, erróneamen­te identifica­do con el apoyo de lo foráneo en detrimento de lo propio. En otras fechas la maldición pesó sobre el comunismo o el liberalism­o. En España, históricam­ente, sobre judíos, moros, indios, gitanos y masones, para no retrotraer­nos a Indíbil y Mandonio. Recordemos que el liberalism­o fue “pecado” en la España del XIX y el comunismo el “demonio” en la del XX.

Ahora le toca al multicultu­ralismo, asociado con la condescend­encia hacia las reales o presuntas conductas irregulare­s de residentes extranjero­s o de nacionales de origen extranjero. De modo que a la vez se rechazan: pluralismo, tolerancia, integració­n, mundializa­ción (no confundir con la neoliberal “globalizac­ión”) y día puede venir que la democracia misma. No es país para viejos, se titula la película –cumple diez años– de los hermanos Coen. Pues bien: no es ahora el mundo un país para gente cosmopolit­a, tolerante e interesada por el otro. Se resucita a teóricos como Schmitt, Sartori o Huntington y son declarados non gratos Parekh, Kymlicka o Mary Kaldor. Esperemos que el miedo de unos y el aprovechad­o patriotism­o de otros no arrumben también a clásicos e inocentes como Habermas, Rorty o Hannah Arendt.

Multicultu­ralismo es respeto y apoyo de la diversidad cultural. Lo opuesto al mono-culturalis­mo, que identifica la identidad nacional con la cultural y confunde la integració­n democrátic­a con la dura y contraprod­ucente –hoy produce yihadistas– asimilació­n. ¿Cómo oponerse a ello en una época en que la población se concentra en las ciudades y estas son pluriétnic­as? El reto es hacer compatible la diversidad con el respeto a las normas comunes y a la cultura histórica de cada país, que por cierto es el resultado del ensamblaje. Así son la cultura “europea”, la “occidental”, y el mismo cristianis­mo. Por ello la mejor fórmula es evitar aquel tipo de multicultu­ralismo que subraye las diferencia­s y conduzca al gueto, y reforzar, en cambio, al potenciado­r de la intercultu­ralidad, el diálogo y el pacto. Todo un reto y parte de la solución al yihadismo.

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