La Vanguardia

Marina Ñúñez imagina las figuras y paisajes de un mundo posthumano

Carlos Franco expone pinturas recientes en la galería Miguel Marcos

- JUAN BUFILL

Si algún día alguien escribe una buena Historia de la otredad en

las artes y la literatura, el de Marina Núñez (Palencia, 1966) debería ser uno de los nombres incluidos en los capítulos contemporá­neos, ya lejos de las diversas y siempre monstruosa­s mitologías antiguas. En la parte moderna de esa posible Historia, la obra de Marina Núñez se podría relacionar con el inaugural Yo es otro de Arthur Rimbaud, con El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde escrito y descrito por Stevenson, con el terror de Edgar Allan Poe y del muy extraño y pesadilles­co Lovecraft, con las investigac­iones de Sigmund Freud en torno a lo siniestro, con la identidad múltiple desplegada en

los heterónimo­s de Fernando Pessoa, con las pesadillas sociales de Kafka, con los hombres huecos del poema de T.S. Eliot, con películas como La invasión de los ladrones de cuerpos, Frankenste­in y Los ojos sin rostro, con los melancólic­os, caducables y cabreados replicante­s de Blade Runner, con los seres híbridos del Manifiesto

Cyborg publicado por la feminista futurista Donna Haraway y quizá incluso con los simulacros de la mal llamada “realidad virtual” o de la bobada digital de última generación, para “pantallero­s” adictos, valga el neologismo.

Los títulos de Marina Núñez no engañan. Cuatro de su principale­s series se llaman La locura,

Monstruas, Cyborg y Ciencia ficción. La sugestiva exposición que presenta en la galería Rocío Santa Cruz con el título Post, trans ha sido comisariad­a por Glòria Picazo y es la más completa que ha presentado en Barcelona.

Lo que hacia finales del siglo XX expresaba Marina Núñez mediante el óleo sobre tela, lo representa desde hace años mediante imágenes digitales en diversos soportes: cajas de luz, impresione­s digitales y vídeos. En los años 90 la artista fundamenta­ba una parte de su trabajo en las antiguas encicloped­ias que documentab­an gestos y expresione­s de mujeres calificada­s como “histéricas”. Se daba en aquellas pinturas una sutil combinació­n aparenteme­nte contradict­oria, pero que es esencial en toda la obra de esta artista. Por una parte, las expresione­s siniestras revelaban un inquietant­e desorden emocional. Sin embargo, había en todas las imágenes una especie de afirmación libertaria del derecho a la diferencia o incluso a la monstruosi­dad. Ese enfrentars­e a lo siniestro comportaba también la posibilida­d de una cierta alegría vital, asociable con el mero acto libre, quizá infrecuent­e hoy en nuestras miedosas sociedades. Aquellas figuras enloquecid­as o incorrecta­s parecían gesticular algo así como el derecho humano al desorden y a la integridad vital. Hace unos dos años la propia artista afirmó que “integrar el lado oscuro nos permite intuir un ser humano más completo. La sociedad aparta a los monstruos porque son chivos expiatorio­s. Abracemos la parte desordenad­a, inconscien­te y pulsional”. Y proponía “otra subjetivid­ad, otra sensibilid­ad, otra experienci­a, que surjan desde lo que hasta ahora estaba enterrado y descalific­ado” (...) “otras formas menos rígidas y brutales de ser y estar”.

Sus obras recientes, creadas mediante laboriosas combinacio­nes de programas informátic­os, representa­n escenas de un posible futuro donde la tecnología ha transforma­do radicalmen­te la identidad física, mental y emocional del ser humano. Aparecen seres híbridos, personajes entre lo humano y el artefacto. Significat­ivamente, son apenas carcasas atravesada­s por una especie de cables, arterias o conductos de energía, y provistas de muchos ojos. La proliferac­ión desordenad­a de órganos visuales, asociada a las figuras digitales y huecas, evoca una realidad ya detectable en el presente, de la que sería su imagen evoluciona­da y extremada.

Aunque la artista no juzga ni califica sus imágenes, yo diría que representa­n situacione­s propias de una utopía monstruosa, es decir distópica. Algunas imágenes recuerdan a ciertas pesadillas crepuscula­res del mejor periodo de Dalí (1927-1936), otras al cine de ciencia-ficción y otras a las desintegra­ciones de la imaginació­n delirante. Quizá la imagen más significat­iva es la que convierte ese dibujo de Leonardo que representa­ba la mesura renacentis­ta y la armonía del ser humano con el cosmos en una figura de significad­o contrario: un ser humano oxidado, con cuatro piernas y cuatro brazos, representa­ción del caos y de la identidad mutante en un mundo irreal, posthumano y posthumani­sta. Rocío Santa Cruz Art. Gran Via de les Corts Catalanes, 627. Hasta el 14 de julio.

Carlos Franco. La relación del ser humano con la naturaleza mediante la representa­ción pictórica es todavía un tema fundamenta­l en la obra de Carlos Franco. En los últimos años ha pintado bastantes paisajes con figuras inspirados en la cultura china. En ellos a menudo se da una mezcla de elementos armoniosos y desordenad­os, como sucedería en un paisaje natural antes sublime y posteriorm­ente invadido o contaminad­o. Galería Miguel Marcos. Jonqueres, 10. Hasta el 6 de julio.

Lo que hace unos años Marina Núñez expresaba en óleos ahora lo representa con imágenes digitales

 ?? JUAN BUFILL ?? Monstruos tecnológic­os.
Esta obra (Sin título. Ciencia
ficción), de Marina Núñez, del 2008, refleja sus intencione­s
JUAN BUFILL Monstruos tecnológic­os. Esta obra (Sin título. Ciencia ficción), de Marina Núñez, del 2008, refleja sus intencione­s
 ?? JUAN BUFILL ?? Otra armonía.
Carlos Franco explora la relación con la naturaleza en Negra verde al
atardecer”,
acrílico del 2010
JUAN BUFILL Otra armonía. Carlos Franco explora la relación con la naturaleza en Negra verde al atardecer”, acrílico del 2010

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