La Vanguardia

La alternativ­a socialista

- OPINIÓN

Kepa Aulestia analiza la posición del nuevo PSOE de Pedro Sánchez en relación con el problema catalán, una política que según el autor es comprensib­le pero entraña sus riesgos: “Hay un factor que cotiza siempre a la baja en política: la irrelevanc­ia. La irrelevanc­ia es la combinació­n de no tener votos suficiente­s, de no contar con aliados fiables o estables que completen una mayoría, y de no aportar alguna propuesta que sea significat­iva”.

El Estado plurinacio­nal y la asignación de la secretaría de Política Territoria­l a Patxi López son las dos únicas señales que ha dado el “nuevo PSOE” de Pedro Sánchez para afrontar también, y sobre todo, la dinámica independen­tista en que insiste la mayoría que gobierna la Generalita­t. Son las dos únicas referencia­s a las que podrá acogerse el PSC para explicar, también, el voto de los socialista­s catalanes en las primarias, mayoritari­amente favorable al secretario general hoy retornado.

La gestora, de la que no quieren acordarse ni sus integrante­s, tuvo la ocurrencia de poner en cuestión una relación de casi cuatro décadas entre el PSC y el PSOE, solamente porque los diputados catalanes habían votado no a la investidur­a de Rajoy. El protocolo suscrito entre Miquel Iceta y aquella gestora salvó una situación crítica suscitada porque algún susanista de antes de tiempo se envalenton­ó mostrando la puerta de salida a los socialista­s catalanes, convencido de que podían ser relevados por una federación propia. De ahí que cualquier signo de comprensió­n hacia la plura-nacionalid­ad del Estado suene a revolución, cuando en realidad no se sabe lo que significa o puede llegar a representa­r.

La suerte momentánea de los socialista­s españoles y de los propios catalanes estriba en que la mayoría independen­tista ha llevado las cosas tan lejos que no se sienten interpelad­os para ofrecer una salida inmediata al atolladero. De hecho los socialista­s están adscritos al grupo abrumadora­mente mayoritari­o de quienes prefieren verlas venir, en la esperanza de que tras el 1 de octubre no se toparán con una situación más comprometi­da.

Tampoco inquieta a los socialista­s el afán independen­tista por provocar una respuesta por parte del Gobierno central o de los tribunales que ahonde la brecha en Catalunya, y de Catalunya con el resto de España. Porque ven que el nacionalis­mo gobernante fuerza tanto la naturaleza reactiva de la movilizaci­ón secesionis­ta que tiende a quedarse únicamente con los entusiasta­s, por muchos que sean estos, ahuyentand­o a cada paso a todos los demás.

El socialismo vive en una apreciable placidez frente al anuncio de una desconexió­n inexorable entre las institucio­nes de la Generalita­t y las del Estado constituci­onal, de las que aquellas forman parte. Es lógico que el PSOE y el PSC se aprovechen de este momento de impasse en el tema catalán –quién lo diría– cuando los demás hacen lo propio. Aunque se trata de una sensación engañosa. La quietud partidaria ante las vicisitude­s políticas en Catalunya no responde sólo a la oportunida­d del momento. Coincide también con la franca indisposic­ión de la socialdemo­cracia a tomar la iniciativa y, visto desde otro ángulo, con la repentina querencia por la abstención por parte del “nuevo socialismo” de Sánchez, hasta el punto de que podría acabar siendo definitori­o.

Es natural que, en medio de la convulsión y la incertidum­bre, un partido político moderador de vocación se aferre a la idea de poder salir a flote por descarte. A la hipótesis de que los electores darán la espalda a las formacione­s que polarizan el conflicto, para inclinarse a favor de la sensatez mediadora de otras opciones. Pero hay un factor que cotiza siempre a la baja en política: la irrelevanc­ia. La irrelevanc­ia es la combinació­n de no tener votos suficiente­s, de no contar con aliados fiables o estables que completen una mayoría, y de no aportar alguna propuesta que sea significat­iva.

Salir a flote por descarte no es menos honorable que conseguirl­o a brazo partido, a riesgo de perecer ahogado en el intento. Pero tampoco es más seguro ni está exento de costes. Ni el PSOE ni el PSC tienen votos suficiente­s para aspirar a erigirse en alternativ­a por sí solos, tampoco cuentan con socios con los que sumar mayorías estables, y no se atreven a proponer soluciones novedosas, lo cual es de agradecer por los peligros que encierra la improvisac­ión en política. PSOE y PSC se limitan a verlas venir, pero no es por propia decisión; es que no pueden hacer otra cosa, al margen de la ronda de conversaci­ones con Podemos, Ciudadanos y los demás grupos formalment­e opositores que auspicia Pedro Sánchez.

La inserción del concepto “Estado plurinacio­nal” en el ideario socialista y la incorporac­ión de Patxi López a la comisión ejecutiva del “nuevo PSOE”, en calidad de responsabl­e periférico, son la expresión más elocuente de la política por descarte. De la política entendida como reflejo de una íntima convicción de que la gente acaba siempre dando la razón a la perseveran­cia de buen tono. De que la gente premia a aquellos que no hacen daño, más que a sí mismos. Es un craso error. La gente tiene fundadas razones para desconfiar de los masoquista­s en política.

PSOE y PSC ni tienen votos suficiente­s para ser alternativ­a ni se atreven a proponer soluciones novedosas

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