La Vanguardia

Forma, fondo, doble fondo y bajos fondos

- Sergi Pàmies

La tele es especialme­nte cruel con los desesperad­os. Aunque la aparición de José Villarejo en Salvados (La Sexta) se ha comparado con las sórdidas confesione­s del José Amedo más decadente, recuerda más a Toño Sanchís, el histriónic­o y acorralado representa­nte de Belén Esteban en la época en la que convenía rentabiliz­ar las peores excrecenci­as biográfica­s de la ex de Jesulín. El contenido del Salvados fue espectacul­ar y, al igual que en otras ediciones, no pudo garantizar ninguna verdad pero sí ofrecer excedentes relevantes de mentiras. Quizás por eso, el programa apostó por una escenograf­ía tipo Stasi y una iluminació­n truculenta, que reforzaban (en exceso) la intención del entrevista­dor y erosionaba­n su rigor periodísti­co. Sólo faltaban ratas adiestrada­s corriendo arriba y abajo para enfatizar el inducido efecto cloaca y un montaje cinematogr­áfico que contrastab­a con la gravedad del relato del entrevista­do. Villarejo no tardó en poner en marcha la turbina de la basura y convertirs­e en un fenómeno mediático que nos indigestar­á a base de macguffins y gases disuasivos para, a través de ambigüedad­es, transforma­r la verdad en una forma grotesca de autolesión moral. Con tics de antihéroe berlanguia­no y pose de pistolero crepuscula­r de western de Lee Marvin, Villarejo confirmó que la impunidad es adictiva. También propició que Jordi Évole pudiera vivir la desconcert­ante experienci­a de sentirse como los fiscales cuando interrogan a alguien que tiene toda la pinta de administra­r su verdad de un modo escandalos­amente ocultista. Lastrado por una promoción personaliz­ada del programa pensada para protegerse preventiva­mente de las presiones, Évole hizo una entrevista que, en el fondo y en la forma, parecía más la obra de teatro

Frost/Nixon que la entrevista propiament­e dicha. Es como si intuyera que, en un contexto tan peligroso, era más necesario enmarcar el artificio de la realidad en un decorado deliberada­mente esperpénti­co que apostar por un planteamie­nto más aséptico y neutral.

Que el sábado Juan Carlos Monedero aceptara la invitación de Sábado de luxe (Telecinco) podría parecer una estrategia de telonero para calentar el plato fuerte del domingo. Monedero discutió con Jorge Javier Vázquez, pero enseguida se vio que a ambos les interesaba más ganar la discusión a base de vehemencia y testostero­na que compartir argumentos. Por cierto: en una reflexión posterior que haría las delicias de un psicólogo experto en egolatría espiral, Monedero confundió Sábado de luxe con

Salvados. Puede parecer una simple confusión pero, a estas alturas, yo no descartarí­a que sea una calculada maldad.

José Villarejo confirmó que la impunidad es adictiva

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