Un artista secreto de la Barcelona de los ochenta
Can Framis recupera la obra de Xavier Prat, pintor de la nueva figuración
Hay artistas que logran traspasar el restringido círculo de los amigos y especialistas y hay artistas ocultos, velados, casi secretos. Xavier Prat (1957-2007) pertenece a estos últimos. Y eso pese a que fue un creador emblemático de aquella Barcelona de los años ochenta que dejaba atrás la contracultura para abrazar la posmodernidad y descubría “la noche como un espacio de vida”. Lo recuerda el periodista y escritor Sergio VilaSanjuán, que fuera amigo del artista y ahora, cuando se cumplen diez años de su muerte, propicia una necesaria operación de rescate que por primera vez saca a la luz su obra. La exposición se titula Y en otra ciudad también amanece y podrá visitarse en el museo Can Framis de la Fundación Vila Casas hasta el próximo 23 de julio.
En una historia del arte llena de eslabones perdidos es habitual que de tanto en tanto emerjan artistas que gozaron de una cierta popularidad o reconocimiento en vida pero que con el tiempo cayeron en el olvido y/o se les acabó escamoteando un lugar en los libros de historia. Lo que ya no es tan común es que ese artista que se reivindica sea prácticamente un contemporáneo cuya condición de artista secreto le acompañó toda su corta vida. Xavier Prat, que había nacido en Lima, tenía sólo 50 años cuando, afectado por una pancreatitis aguda, murió a causa de un fatal caída en plena calle. Para entonces ya hacía tiempo que había abandonado la práctica pictórica para dedicarse, con Felipe de Paco, a la escenografía para películas (Angustia, de Bigas Luna, Los Angeles de Jacob Berger o Últimas tardes con Teresa de Gonzalo Herralde) y la publicidad.
“Fue la persona con mayor talento que conocí en mis años de juventud, pero nunca llegó a profesionalizarse. Creía en su obra y se volcó en ella, pero era muy reticente a la hora de promocionarse a sí mismo”, dice Vila-Sanjuán, que lo describe como un “personaje intenso” , brillante, divertido, bohemio, provocador, que disfrutaba de la polémica. Había llegado a Barcelona con nueve años y desarrolló en paralelo una actividad literaria y poética todavía pendiente de estudio.
Xavier Prat expuso poco, casi siempre en espacios alternativos, a excepción de la muestra que le dedicó Josep Miquel Garcia en el Institut d’Estudis Ilerdencs en 1982. Un año antes había sido el único catalán invitado a participar en la muestra colectiva Modelos para una fiesta, que reunió a la plana mayor de la movida madrileña: El Hortelano, Cesepe o Guillermo Pérez Villalta. “Fue el equivalente barcelonés de aquella estética y de aquella forma de entender la vida, que en Madrid gozó de reconocimiento mientras que aquí pasó como un artista secreto”.
Para el comisario, más que un exponente de la contracultura, como a veces se le ha definido, es un artista de la posmodernidad de los ochenta, “caracterizada por la narratividad, el retorno a las referencias clásicas, la revisión de la historia del arte, un concepto lúdico de la vida, la elegancia y un cierto dandismo”. Y en otra ciudad también amanece reúne unas setenta obras, entre dibujos y óleos, todos ellos pertenecientes a colecciones particulares. Recorre desde sus primeros dibujos surrealistas, aún de adolescente, influido por Lorca y un joven Dalí; a su afianzamiento en la pintura, ya en los ochenta, con sus homenajes a Picasso, él pintor retratado ante el lienzo en plena erección, como torero desnudo de cintura para abajo; dándole vueltas una y otra vez al tema de Las tres gracias, que el conecta con Duchamp y su Desnudo bajando la escalera. En su pintura hay también referencias puntuales a la transvanguardia, a los Nuevos Salvajes, como ese retrato de su perra Lola, un elemento recurrente en su obra, al igual que las columnas imposibles o los seres sin rostro, presentes hasta el final. “Pero donde realmente crea un mundo propio es en sus series dedicadas al baile y la noche, y el mar”, resume Vila San-Juan. Escenas de esa Barcelona nocturna en la que imagina una sala ideal mediante la fusión de La Paloma y La Seca y “crea un simbolismo de la noche como espacio de vida”. Y el puerto barcelonés, que veía desde su vivienda en los Porxos d’en Xifré, y que “simboliza la mirada sobre el mar de la Barcelona de la época”.
“Creó un simbolismo de la noche como espacio de vida”, dice Vila-Sanjuán, el comisario