Las tripas en el texto
Karl Ove Knausgård presenta ‘Tiene que llover’, la quinta entrega de su radical autoexploración
El noruego Karl Ove Knausgård, el escritor que mejor y con más desgarro ha expuesto sus entrañas al público lector, presenta en Barcelona Tiene que llover, la quinta entrega de su radical autoexploración literaria.
Es el escritor que mejor y con más desgarro ha expuesto sus entrañas al público. Tan lejos llegó su experimento literario que le pasó factura. Destrozó su relación de pareja, dejaron de hablarle algunos familiares, varios amigos le borraron de su agenda, perdió admiradores, se buscó problemas..., todo mientras su éxito como escritor iba subiendo exponencialmente. La familia sigue en conflicto, pero él se ha perdonado.
“El daño que puedes hacer a familia o amigos tienes que dejarlo aparte. Sólo así logras escribir algo honesto. Yo entiendo la vida como un medio para la literatura, me gusta ver como algo que has escrito vuelve a ti. Es cierto que mis primeros libros los escribí en mi habitación, que yo era libre y naif, que solté lo que me dio la gana, que no pensé en las consecuencias..., pero las consecuencias llegaron... ¡y fue un infierno!”, explica este autor que confiesa no leer casi nada de lo que los medios publican de él.
El lector acaba reconociéndose en cosas que todos hemos pensado pero jamás nos hubiéramos atrevido a decir. Ese es el precio de escribir, al dictado, exactamente, lo que a uno le pasa por la cabeza en cada instante. “Por suerte, como muchos otros escritores, soy algo autista, lo que me permite distanciarme y escribir crudamente. A menudo yo no estoy donde estoy. Administro esa tensión, mi cuerpo es mi frontera: cuanto siento dolor dejo de escribir. Lo que el cuerpo aguanta se puede escribir”, detalla este admirador de Vermeer.
Karl Ove Knausgård, a quien ya estudian en las universidades del mundo como el fenómeno internacional después de Bolaño y a cuyas obras dedican tesis, recaló en Barcelona para presentar la última entrega de su ambicioso proyecto, Mi lucha, obra autobiográfica que emprendió en el año 2009.
Tiene que llover (Anagrama; en catalán, Dies de pluja, L’Altra Editorial) es valiente como las cuatro anteriores. Visceral y sublime, escupida desde esos rincones del alma donde las cosas duelen. Y con un punto de humor. “Este ha sido el libro con el que más me he divertido a medida que lo iba escribiendo. El que soñaba escribir a los veinte años; sólo que lo logré con 42. Yo empecé en este tinglado porque quería escribir sobre la muerte de mi padre en clave de ficción, pero no funcionó. Hasta que hice el clic, busqué dentro de mí, sólo lo real”.
Este hombre que escucha cabizbajo a su editor reconoce que la escritura le ha ayudado a hablar en público. Antes no podía. Insiste en que buscar el lenguaje, la mirada, es más importante que los hechos que describe, a menudo tachados de intrascendentes. “La vida cotidiana es el arte de la vida, yo abrí la puerta de mi vida privada. De hecho, mi último libro versa sobre objetos. Un cepillo de dientes puede contar mucho”, se defiende.
Arranca en 1988 en Bergen, con un Knausgård veinteañero, el alumno más joven de la Academia de Escritura de la ciudad. Pronto se descubre inepto en todos los frentes: social, amoroso y literario. Él intenta compensarlo bebiendo, saliendo, peleándose y rozando la delincuencia. Descubre el amor, y junto a Tonje, la mujer con la que se casará, se convierte por fin en el escritor que quería.
El libro cubre de los 20 a los 34 años del autor y acaba con un sonoro carpetazo de insatisfacción y Karl Ove metido en un tren, abandonando Bergen mientras lee una novela de Ian Rankin. Uno nunca acaba siendo lo que anhelaba, piensa. “Un escritor no nace, se hace”.
Tanto se flagela el propio autor, tanto se desnuda, que su escritura se convierte en un inmisericorde psicoanálisis. Atormentado, contradictorio, intenso, buscador, Knausgåard nos ofrece, como mantiene Siri Hustvedt, un torrente de palabras crudo y sin censura que brota de un yo vulnerable y herido, “un yo que la mayoría de nosotros reconoce en uno u otro grado pero opta por proteger”.
“Por suerte, como otros escritores, soy algo autista. Mi cuerpo es mi frontera: cuando siento dolor dejo de escribir”