No pienses en un tigre
Me preguntan: “¿Cómo acabará esto?”. No lo sé, pero la trifulca es inevitable. Varios comentaristas sostienen que la expresión “choque de trenes” no es adecuada: lo que se está dibujando, dicen, es el itinerario de un pequeño tren avanzando sin vía contra el Estado: un muro enorme de cemento. Que el independentismo perderá esta batalla parece previsible, a pesar de que cuando un conflicto cristaliza nadie sabe qué dinámicas despertará. Una simple colilla puede causar un incendio, cuya dirección no depende de las llamas sino del viento.
Hay quien da por hecho que esto acabará como el rosario de la aurora: que los independentistas abandonarán el tren a medida que la maquinaria del Estado muestre desde lo alto del muro su arsenal disuasorio. Se habla de la ansiedad de muchos alcaldes y cargos de la Administración que temen por su futuro. De las desavenencias entre Junqueras y Puigdemont. De los escalofríos de muchos protagonistas al descubrir un poder imprevisto: el Tribunal de Cuentas. Una cosa es jugarse la carrera; otra, quedar endeudado de por vida.
Un diario madrileño comparaba la gestación en 1985 de un golpe de Estado que fue abortado con los preparativos del referéndum. Citaba, no el ambiguo artículo 155 de la Constitución, que tantos reclaman, sino el 544 y siguientes del Código Penal en que se habla del “delito de sedición”. Las penas son de aúpa: de 8 a 10 años para cualquier colaborador civil (lo que empalma con la amenaza del fiscal general a los voluntarios). El artículo 548 especifica que “la provocación, conspiración o proposición para la sedición” es ya un delito.
Se dice, sin embargo, que Sáenz de Santamaría y Rajoy no quieren mostrar el rostro represivo del Estado antes de tiempo. Tal como el editorial de The New York Times ha evidenciado, la opinión pública internacional no entenderá la represión de las urnas. Ahora bien: el Gobierno central podría ahora mismo desactivar el referéndum sin hacer concesiones de fondo: bastaría con aceptar que en Catalunya hay un problema grave, que exige respuesta política. No lo hará: Rajoy está convencido de que ganará la partida. Por su parte, Puigdemont tampoco puede dejar de hacer lo que hace: equivaldría a rendirse. Precisamente, estos días sectores catalanistas moderados han condenado el camino ilegal del independentismo; le exigen que cese en su empeño. Es tanto como pedir que se rinda. No puede ignorarse que, si el Govern se rindiera, el Gobierno central, el aparato de Estado y los medios de la capital lo interpretarían no solamente como una rendición de los sediciosos, sino de Catalunya entera. Si ahora el independentismo cede, P.J. Ramírez, quintaesencia de una visión dominante en España, volvería a pronunciar una de sus frases célebres: “El catalán es un tigre de papel, ladra pero no muerde”. Muerda o no el tigre, el pleito territorial ha quedado atrapado en el marco de esta frase.
Una colilla puede causar un incendio, cuya dirección no depende de las llamas sino del viento